viernes, abril 26, 2024
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La migración y la infamia europea

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Una crisis y una gestión -la de las migraciones-  que cambia, sin duda, la relación europea con la humanidad. No solo somos testigos; somos actores de una situación que cambiará la Unión Europea que conocíamos y deseábamos.

Los refugiados huyen de la guerra, de los bombardeos, de las atrocidades. Padecen el final de las primaveras árabes, la violencia de algún sátrapa, la irracionalidad de alguna teocracia o razones geopolíticas que a la mayoría se nos escapan.

Todo eso se resume en el drama que los europeos nos prometimos evitar: el campo de refugiados, si, convertido en campo de concentración en cuanto se han cerrado las fronteras.

Los pueblos de Europa asistimos impotentes a las consecuencias del cierre de las fronteras. Al final, nos convertimos en habitantes de esos dramáticos campos, en viajeros y viajeras de esas barcazas de muerte. De la vergüenza de Indomani a la de Calais; del cierre de las opulentas fronteras nórdicas a los de las neonazis húngaras; de los muros de Macedonia a las vallas de Melilla. Se cierra, Europa; se acaba Europa.

El Ayuntamiento de la capital de España da la bienvenida a los refugiados en notable pancarta. A ningún edil le ha importado que, en realidad, no haya llegado ninguno. Mejor dicho, un club de futbol se ha traído a un entrenador pateado por una periodista nazi, mientras el Ayuntamiento colgaba la pancarta.

No son estas instituciones las responsables. Pero habrá que decir que, con la excepción del Gobierno de la Comunidad Valenciana, nadie ha hecho nada por traer un refugiado, por lavarnos de la vergüenza que sentimos cada vez que vemos la cara de un niño o niña, el campo donde concentran refugiados y refugiadas, las fronteras cerradas.

Con la excepción del Gobierno de la Comunidad Valenciana, nadie ha hecho nada por traer un refugiado

Solo una cosa le faltaba a Europa y la han hecho: aprobar la deportación colectiva. Ahora no solo tendremos campos, también trenes de muerte y hambre.

El miedo ha cerrado Europa. No es el miedo al extraño; es el miedo político a la extrema derecha. Desde Francia a Alemania, las civilizadísimas cunas del eurocentrismo, se contabilizan triunfos electorales de enfebrecidos radicales, que ya hacían cosecha con motivo de la crisis financiera y las políticas económicas que han empobrecido a las clases medias y a sus hijos.

Nuestro Gobierno, en funciones, no sabe como hacer para dejarse llevar por la irracional devolución de retorno de los migrantes irregulares que lleguen a islas griegas procedentes de Turquía. Y procura alargar sus funciones ignorando al Congreso.

Medida a la que llaman “temporal y extraordinaria” cuando ya los muros que se levantaron, también de forma temporal, han hecho saltar por los aires Schengen y la cultura de libertad de movimiento en la que se basaba la Unión.

Nadie es tan ingenuo o ingenua como para creer que el flujo de migración no debe regularse. Pero el indignante retraso en las identificaciones; los muros; el insultante comportamiento turco o el abandono de las Islas Griegas a su suerte son una infamia

Las migraciones no se cerrarán, están destinadas a ser parte del futuro europeo. Hoy es la violencia, mañana será la ausencia de derechos, el hambre o el cambio climático, o todo a la vez. Se cierra el Egeo pero se abrirá el Adriático, y  luego, de nuevo, el Mediterráneo occidental.

Como en la Edad Media, hombres y mujeres se agrupan en torno a las hogueras. Como en el siglo VIII, cabalgan en pateras para huir del sátrapa de turno y su violencia. Como en la Primera y Segunda Guerra se vadean ríos en interminables filas, como en los peores días de Europa, crecen los muros. La modernidad ha saltado hecha pedazos ante el silencio de los europeos y europeas, centrados en evitar que la realidad se nos acerque.

Un continente envejecido, necesitado de recursos humanos, se encierra en la infamia por miedo cultural, por mezquino interés o, lo que es peor, por intereses partidistas y electorales. Bienvenido migrante a esta Europa que te hará llorar.

Libertad Martínez

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