miércoles, abril 24, 2024
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Mirarse al espejo

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Se ha hablado mucho en los últimos días de espejos. De mirarse o no mirarse en ellos. De reconocer o no reconocer la imagen que proyectan. De sus capacidades mágicas para desentrañar el futuro.

Desde luego, los espejos ejercen una extraña fascinación por esa propiedad de devolvernos una imagen de la que nunca estamos seguros si responde a la realidad que nos rodea. A fin de cuentas, todos tenemos en mente los espejos de aquel bohemio callejón del Gato, que a base de deformar la realidad permitieron a Valle Inclán reflejarla tal cual era: absurda, grotesca, esperpéntica.

Desconozco en qué clase de espejo estaba pensando Juan Vicente Herrera cuando, tras la debacle popular de las pasadas elecciones municipales y autonómicas, y ante la ausencia de autocrítica alguna por el resultado cosechado, Mariano Rajoy se homenajeó a sí mismo como el mejor candidato popular posible a la Presidencia del Gobierno y el barón castellanoleonés le recomendó mirarse en el espejo y responderse a sí mismo.

El problema de Rajoy es que más que de mirarse en el espejo, él siempre ha sido de tumbarse en el sofá. Y así no hay quien confronte con la realidad.

Pero ya que él no está dispuesto a hacerlo, ayudémosle a ponerse frente al espejo. De la realidad y de su propia realidad.

Mariano Rajoy es ese presidente que en su discurso de investidura prometió “no subir los impuestos”, potenciar “la creación de empleo”, garantizar “los derechos de los trabajadores” y destinar todos sus esfuerzos a “que los pensionistas respiren tranquilos, que podamos mejorar la educación y financiar la sanidad”.

Consumidos más de 1.250 días de su Presidencia, la educación y la sanidad han recibido los mayores tajos tanto en presupuestos como en recursos humanos de nuestra historia; los pensionistas de ahora y del futuro han visto mermar toda posibilidad de mejora con la aprobación del mal llamado factor de sostenibilidad, en realidad de precariedad; los derechos de los trabajadores han sido arrollados por una reforma laboral que ha fundado la aparición de una nueva clase social, la de los trabajadores pobres, al tiempo que ha abonado la destrucción de empleo, 700.000 empleos para ser exactos. Y en cuanto a los impuestos, incluso Montoro tendría dificultades para señalar si hay alguno que no hayan subido, mientras han regalado una amnistía fiscal al 3% y se venden bancos rescatados con fondos públicos a precios irrisorios y con costes para el erario público de miles de millones de euros, como los 8.000 irrecuperables de Novacaixagalicia.

Sin embargo, para el presidente nada de lo dicho explica el varapalo electoral. La culpa es de todo un clásico, que no se saben comunicar los logros del Gobierno, y del “martilleo constante de las televisiones” con los casos de corrupción que salpican al Partido Popular.

No presidente, el problema es que la política económica, esa que usted ha dicho que no va a tocar, exacerba el paro, la deuda, la precariedad, la desigualdad y la pobreza. Y el problema es la corrupción, la condescendencia con ella, la carcoma en comunidades en las que han disfrutado de un poder omnímodo, los mensajes de aliento a Luis Bárcenas, los despidos en diferido, los Ratos y las Bankias.

Ese es el reflejo que podría ver Rajoy en el espejo si hiciera el esfuerzo de mirarse en él, una imagen poco agradable de la realidad de España. De ahí que él haya optado por el plasma. La cuestión con el plasma es que el mando no está en la mano de quien sale en la pantalla, sino en la de quien la mira. Y los españoles hace tiempo que han decidido cambiar de canal y fundir a negro al Partido Popular.

P.D.: Que en pocas horas el Partido Popular haya pasado de proponer gobernar con Carmona a hacerlo con Carmena es el mejor síntoma de la desesperación que se ha adueñado de ese partido y de la necesidad del cambio. Por ética y por estética.

José Blanco

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