viernes, abril 19, 2024
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Madrid y Barcelona, dos tótem a los que subirse (o no)

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Madrid y Barcelona tienen tal poder totémico, que seguramente cieguen lo que ha pasado en realidad esta jornada electoral histórica. Carmena y Colau, no tan outsiders como se podría pensar, probablemente gobiernen en las dos principales ciudades del país. El fulgor de sus victorias (la de Colau, Carmena ha perdido por un poco con Aguirre) seguramente cieguen lo que ha pasado por el país, y sobrevaloren las posibilidades de la música Podemos, que era el tarareo de fondo a sus candidaturas de unión de izquierdas.

Como estaba cantado, el mapa del poder político local en España ha pegado un cambiazo. El casi hegemónico poder del PP ha dado lugar a unos parlamentos y ayuntamientos fragmentados en cuatro o más formaciones políticas, con un claro predominio de formaciones de izquierdas. Otra cosa es el equilibrio “partidos viejos”, versus “partidos emergentes”. Un poder partido en cuatro trozos, dos aùn grandes (PP, PSOE), otro de buen tamaño (Podemos) y uno más pequeño de lo que se pensaba, el de Ciudadanos.

El mismo Iglesias ha echado agua al vino de las dos victorias satélites de su formación en Madrid y Barcelona, diciendo que “esperábamos que el desgaste de los partidos viejos fuera más rápido”. Esos partidos “viejos” (PP, PSOE, CiU, PNV, IU…) conservan casi 14 millones de votos sobre 22 emitidos. Mayoría absoluta, si de veteranos contra vírgenes estamos hablando. No es tan fácil. El PP tiene mayoría absoluta en más de 2.700 municipios (el 34% del país) y el PSOE en casi 2.000 (el 24%).

Pero obviar el impacto de los resultados de Madrid y, sobre todo, Barcelona, sería no comprender lo que han dicho los ciudadanos este domingo. El PSOE en Madrid tuvo un candidato muy malo, herencia del “Tomismo”, que ha tenido la dudosa virtud de aglutinar el voto útil de la izquierda en la candidatura vecina, la de Manuela Carmena, alcaldesa “in pectore”. Tras Carmena hay una compleja lista que va de Podemos a movimientos de todo tipo, sin descontar a los ecologistas de Equo. Algo parecido pasa con Ada Colau (que se enfrentaba a un buen candidato socialista y otro de CiU de la clase pesos pesados), cuya victoria puede ser totémica, a pesar de los resultados poco deslumbrantes nacionales de Podemos.

Su éxito en estas municipales ha pasado por aglutinar micromovimientos ciudadanos, opciones minoritarias la mayor parte de las veces, y darles marchamo de voto útil, de alternativa de izquierdas, lo que hasta ahora no habían sido nunca (útiles).

Eso dio pie a unos equilibrios casi kafkianos a la hora de hacer las listas, juegos de equilibrio para hacer las listas. Ahora a estos equilibrios hay que unirle los necesarios para pactar mayorías de gobierno en ayuntamientos y autonomías.

Las elecciones tienen siempre muchas lecturas. Algunos verán en estos resultados la primera vuelta de las elecciones generales, la muerte de la izquierda y la derecha, el ocaso de una generación de políticos, la revancha de la Guerra Civil o incluso el fin de la civilización occidental, quizás una nueva glaciación, o el advenimiento de juego de Tronos como rector de la democracia española. Pero lo que no se ha de perder de vista es que los ciudadanos han elegido quiénes han de gestionar la política local, la más cercana, la que pone bancos (de los de sentarse), asfalta calles, alumbra fuentes urbanas (de las de beber) o prepara la ciudad para el futuro (que no nos va a esperar).

Lo que seguramente se espera de opciones como Ahora Madrid, Guanyem, cientos de movimientos bienintencionados y de aire ciudadano que han triunfado en sus territorios, es que sean más cercanos a las necesidades de los vecinos que otras opciones que han gobernado hasta ahora.

Ningún partido ha tenido, en la corta historia de la democracia española, el poder que ha acumulado el PP desde 2011, a nivel local y nacional. No se recuerda una descomposición semejante en esta historia tan corta. Emborracharse de poder, las luchas intestinas, la desatención a los deberes principales, jugar a aprendices de brujo con asuntos tan serios como el Ayuntamiento de Madrid o su comunidad, tienen un precio. El aval de los ciudadanos en 2011 no era infinito ni incondicional.

Seguramente la calamidad errante imperante en Moncloa y Génova se ha llevado por en medio a cientos de gestores que se han partido la cara por sus vecinos. “El tsunami nos puede arrastrar a todos”, decía a este diario uno de los gestores tumbados por la ola gigantesca. Cospedal, Aguirre, Fabra (Alberto)… El capital humano y político que el PP se ha dejado en la gatera ha sido enorme.

En la acera de enfrente, el PSOE de Sánchez, se puede quedar con la buena cara de que el único candidato que ha mejorado los resultados de 2011 (que ya eran malos) ha sido Ángel Gabilondo, el candidato que el se empeñó en poner en lugar de Tomás Gómez. Un aviso de que una forma diferente de hacer política, de reivindicación de esa izquierda, tiene un hueco electoral.

Carmena ha dicho que quienes no la han votado es que “no han sido valientes”. Que les va a convencer («seducir») de que la debían haber votado. Los avales no son infinitos ni incondicionales. Hacerse trampas en el solitario es malo, sobre todo a ciertas edades. Podemos y su concentración de siglas tienen el mayor escaparate del país a su disposición. Para bien y para mal.

Joaquín Vidal

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