jueves, abril 25, 2024
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El laberinto efímero

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El laberinto es a la vez un concepto mítico y un recurso literario que, desde las cada vez más olvidadas ciudades de la Grecia clásica, llega renovado hasta nuestros ajetreados días en las páginas de muchas narraciones actuales.

El laberinto aparece en toda clase de relatos históricos y de mitos legendarios que recurren a la figura de esa multiplicación agotadora de encrucijadas para explicar, con mayor o menor fortuna, la angustia a la que uno se enfrenta al tomar sus propias decisiones. Lógicamente, esa angustia vital a la que entre otros muchos se refería Ortega y Gasset, no surge tanto por la elección del camino que aparece a la derecha frente al de la izquierda, como por las consecuencias que antes o después esa decisión conlleva.

A lo largo de la vida son muchas las ocasiones en las que uno se queda con la sensación melancólica de haber perdido la oportunidad de oro. Quizás, se piensa entonces, si en aquel cruce de antaño se hubiese tomado el otro camino, que entonces parecía más áspero, o tan sólo más largo, no se habría llegado al callejón sin salida en el que al cabo del tiempo uno se encuentra. O incluso si, entonces, en lugar de emprender cabizbajo el regreso se hubiera buscado esa salida oculta que, según cuentan las leyendas, siempre se disimula entre las paredes del laberinto, otra muy distinta hubiera sido la situación.

El laberinto también es, de esta manera, una metáfora de la añoranza por el tiempo que irremediablemente se pierde escapándose, con pies cada día más ligeros, entre sus innumerables e intrincados recovecos.

El particular laberinto que cada cual atraviesa es no sólo único sino, sobre todo, efímero. Esta es la conclusión a la que uno parece llegar después de admirar la colección de Franco Maria Ricci (FMR) que, antes de instalarse en el corazón del laberinto que pronto se levantará en las afueras de Parma, ha querido que se admiren en el museo de Janelas Verdes de Lisboa.

El propio FMR, que gusta  recordar que en francés sus iniciales se pronuncian igual que la palabra efímero, ha bautizado su extraordinaria colección como Los retratos de la Humanidad. Este irrepetible y osado diseñador, exquisito editor y sobre todo gran bibliófilo, se dolía porque apenas sus amigos y conocidos podían disfrutar de las muchas piezas reunidas año tras año con extraordinaria paciencia y no poca perspicacia. Ahora, siguiendo al fin los consejos que en su día le diera su cómplice Jorge Luis Borges, muy pronto uno podrá perderse en ese nuevo laberinto formado, no tanto por un bosque de bambú, como por los libros, retratos y esculturas reunidos por FMR.

Ignacio Vázquez Moliní

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