sábado, abril 27, 2024
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La capilla de las angustias

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A estos jugadores modernos, gente leída y viajada, es absurda hablarles de maldiciones antiguas o de monstruos infantiles. Son profesionales de alto standing, como los ejecutivos que merodean las zonas vips de los aeropuertos, de los trenes de alta velocidad o en los salones de los Grandes Hoteles. Rodeados por una música cálida y relajante, vigilan su smartphone, mientras le echan un vistazo a la pantalla de plasma, donde se suceden las catástrofes y los goles de Cristiano. Así salió el Madrid, tranquilo y serio, pasándose la pelota con asiduidad, para convencerse de que sin miedo, no hay demonio. Estaba Illarra, el tranquilizador oficial de Anchelotti y  faltaba Cristiano, con un crujido sordo en sus articulaciones que le hace temer su próxima pisada. Ya saben: Un Madrid de control, sin el portugués. Un Real sin profundidad, con un rondo que dé la vuelta al mundo y empiece por el principio. O eso, o el repliegue. Ese era el plan.

Los alemanes no acababan de creer y el Real jugaba andando hasta llegar a la zona alta, donde se paraba más todavía. Con una excepción: Di María. Siempre a trasmano de todos, chafó los planes de Carletto al decidir ejecutar la música chirriante que emana de su interior. Corría hacia ninguna parte hasta que le quitaban el balón, y en ocasiones, ni se daba cuenta y seguía corriendo. De alguna forma, en la derecha, pierde su sentido de orientación, como les pasa a algunos animales cuando se les saca de su hábitat. Bale y Karim se movían con elegancia, e incluso en los momentos difíciles, le daban al encuentro un aire de normalidad que espanta.  Esperaban quizás que Cristiano surgiera de un remolino para acompañarle en su feliz lucha contra los récords. Pero no. Nadie apareció y sus movimientos estaban capados de origen. A pesar de eso, el Madrid  hilvanó una larga jugada por la derecha, que rompió aguas en el lado contrario, con un centro punzante de Coentrao. Un Alemán puso una mano y fue penalty. Di María se dedició a tirarlo y poco apostaron a que lo metería. Un resbalón después, Winterfeller rechazaba la pena máxima. 

Aquellos bombarderos alemanes, los junkers, hacían sonar una sirena cuando caían en picado contra la tierra. En el delgado cristal que aísla a este equipo del caos, creció una pequeña grieta con el penalty tirado al limbo. Y en esto, fue el fallo de Pepe. Un error anunciado días atrás, cuando los focos del encuentro se pusieron en su revancha contra Lewandoski. Pepe tiene un desequilibrio íntimo, que parecía desterrado, pero sigue ahí, latente bajo su pelo de rata. En un balón bombeado, cede el balón a Casillas, se le queda corto y ahí está Reus que se funde con el grito de la grada y ejecuta con esa crueldad sin miramientos que tanto fascina y aterroriza al madridista. El nombre de la sirena era la trompeta de Jericó, y ese era el sonido ambiente cuando el balón pasaba por el pie vertiginoso del extremo alemán.

El grito unánime del pueblo rompió el dique que separaba al Madrid de sus miedos antiguos, y por ahí se coló el Dormundt en el encuentro. Las combinaciones de cuatro letras que se intentaron a partir de entonces, no tenían seguridad ni profundidad alguna. Sin el despliegue de Cristiano, los delanteros estaban desconectados del plan general y eran engullidos por la defensa alemana que se adelantaba a todos sus movimientos. De repente, la tranquilidad madridista no era tal. Era pasividad, extrañamiento, como si todos hubieran salido de un largo estado de trance y se encontraran en medio de una escena de guerra que nadie había previsto. Los jugadores madridistas seguían creyendo estar en una terraza con vistas, o por lo menos lo aparentaban. Se venía venir el desastre por la presión que hacían los borussios a los centrocampistas del Real. Illarra, el más desconectado de la música general, recibió un balón criminal de Ramos y se desvaneció ante el hostigamiento rival. Reus cogió el rechace y paso a paso fue desmoronando la defensa madridista. Pepe reculó quedándose a medias -toda una metáfora de los planes de Anchelotti en los partidos calientes-. Lewandoski recibió en una de sus esquinas preferidas y, hubo desmayos entre el público cuando su estrella se aprestó a marcar. Iker desvió el balón por un milímetro; fue palo, pero el rechace volvió a Reus, dueño de las emociones, dueño del espacio y el tiempo, dueño de la pelota y martirio del Madrid. Gol en toda su violencia y, el cuadro de después, con los trozos de los defensas madridistas esparcidos por el área, conviene enseñárselo a las próximas generaciones para que se eduquen en el sufrimiento.

Resistían Xabi y Modric, superados en el centro, pero con entereza para defender los restos del naufragio que todavía asomaban en el campo madridista. Cuando por un casual la pelota llegaba a los de arriba, normalmente por obra y gracia del croata, siempre había un pequeño dolo que impedía ejecutar la jugada o cercar el gol definitivamente. Un resbalón de Karim, hoy en un largo viaje hacia el centro de sí mismo. Un control de Bale con alguna parte de su cuerpo lleno de picos que repelía el balón y lo acercaba al demonio alemán. Di María resbalándose, superado por la Copa de Europa, como en los últimos años, como si la Champions tocara una fibra muy suya y lo cargara de una electricidad excesiva. Los alemanes ya le habían dado a la máquina y atacaban por oleadas, pero con la defensa madridista aposentada en su área e inmediaciones, no les era fácil penetrar. Y las pérdidas ya no existían: era simple: el balón se rifaba o se devolvía precintado al Borussia; cualquier cosa mejor que otro memo pase horizontal que lanzara en vuelo a los germanos.

El madridista seguía escondido debajo de la cama, comprobando que eran ciertas las fábulas de sus antepasados, cuando Isco saltó al campo y comenzó a saludar de usted a la pelota, tan maltratada hasta entonces. Isco contra el miedo. El malagueño tiene un rol extraño en el equipo. Es un falso interior que juega en ocasiones de falso nueve y resuelve los peores entuertos a fuerza de tener el balón donde conviene. Suerte misteriosa del fútbol y que no se refleja en la estadística. Los jugadores madridistas seguían penando sobre el césped, arrastrando cadenas y siendo superados en los duelos directos, pero había surgido un pequeño triángulo muy frágil que se movía en aguas cercanas a la esperanza. Xabi, Modric e Isco empezaban a parpadear, aunque siempre con una sombra encima que amenazaba la estabilidad mental de la defensa. La tuvo Bale en dos ocasiones, pero parece que todavía le falta pellizco para romper el encantamiento de la Champions. Los madridistas movían la bola al borde de los sembrados alemanes, pero no existía la convicción necesaria para atravesarlos. Karim seguía con su trotecillo camp, como si hubiera sido transplantado de otra película. Esta fase optimista del Madrid, la cortó por la mitad una contra que Mihitrayan estrelló en el palo. 

La disposición a estas alturas del Real era un 442 con una serie de centrocampistas incapaces de quitarle un balón dividido a los alemanes. Xabi, porque el ritmo ya no le acompaña y el resto, por levedad extrema o incapacidad (Isco). La amenaza de la contra, hacía que todo el Madrid fuera perdiendo campo hacia atrás y la jugada acababa en el drama del balón bombeado. Así se encerró el Madrid después de la bofetada que le propinó el delantero armenio. Hubo 5 minutos de corrimiento de tierras que solventó Casillas con dos paradas al borde de la ley. Estiradas rapidísimas, hacia abajo, en balones que llevaban el daño dentro. Salió vomitado del campo Di María y entró Casimiro, un jugador brasileño, actor de serie B que hoy hizo la labor de la que antaño se responsabilizaba Khedira. Luchar los balones divididos; coser el centro del campo y repeler a los contrarios allá donde estén. Y así fue el final del Borussia, que ya sólo lo intentó a través de Hummels, cruzando el centro del campo subido a un elefante y que se encontraba con demasiada gente en las zonas calientes para ser letal.

Karim se desperezó al final, tocando aquí y allá y tañó varias contras que se estrellaban contra todos los muebles aparcados en el área. Dio un paseo magnífico, fuera del tiempo, hasta la línea de cal y que le robó un ataque a los alemanes. La suave pendiente del final, no debe hacer olvidar el espectáculo de fin de raza al que el Borussia sometió en la primera parte al Madrid. Y lo que significa Cristiano, que carga en el peso de su diagonal, la amenaza que suaviza cualquier maldición terrena. 

B. DORTMUND, 2-MADRID, 0

Borussia Dortmund: Weindenfeller; Piszczek (Aubameyang, m. 81), Friedrich, Hummels, Durm; Jojic, Kirch; Grosskreutz, Mkhitaryan, Reus; y Lewandowski. 

Real Madrid: Casillas; Carvajal, Pepe, Ramos, Coentrão; Illarramendi (Isco, m. 46), Xabi Alonso, Modric; Di María (Casemiro, m. 72), Benzema (Varane, m. 91) y Bale. 

Árbitro: Damir Skomina (ESL). Amonestó a Xabi Alonso, Sergio Ramos, Carvajal, Reus, Aubameyang y Benzema.

48.700 espectadores en el Iduna Park.

Ángel del Riego

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