jueves, marzo 28, 2024
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Messi como metáfora

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Suárez en las pantallas del estadio luciendo democracia y memoria con Aznar, Floren y los que mandan, visibles en el palco y a la vez en sombra; tan institucional todo que parece que el Bernabéu se acabará convirtiendo en un anexo a la Constitución.

O quizás deba estar en el preámbulo. Donde lo inservible.

Hay algo muy brillante en este césped, o son los reflejos del blanco inmaculado, pero el balón parecía algo más. Siempre pasa en los clásicos y cada acontecimiento histórico del español, debería estar pespunteado por un Madrid-Barça, para así recordarlo mejor. Una continuidad entre los cascotes de la realidad. Una eternidad pequeña, de 30 años para acá, llena de mitos accesibles y que permite una conversación en la que siempre se vuelve al mismo punto. Fuera están las calles, muy lejos, contra las que se levantan los muros inexpugnables del Bernabéu; y dentro, se levanta el drama de unos personajes a través de los cuales luchamos nosotros. 

El Madrid se había imaginado batallas antiguas, y así salió, acelerando el paso para cocear el partido con el ansia de sus caballos de arriba. La primera la tuvo Benzemá, y fue muy clara. Un control perfecto y una ejecución pocha, del Karim previo a la guerra. Acto seguido, le llegó un balón a un pelotón azulgrana en una zona intermedia y uno de ellos era Messi. Todos olvidaron sus modales aprendidos bajo el orden inflexible de Mouriño y corrieron hacia él llenos de gozo. Messi se dio la vuelta y metió un pase diagonal que bordeó a los centrales como si fueran un precipicio. Allá al final de la línea, apareció Iniesta, tan solo que daba pena. Fusiló a Diego López sin contemplaciones. Fue el primero.

En la comisión de investigación subsiguiente, cabía responder a dos preguntas: ¿Qué hacía Iniesta en esa soledad inasumible para un deportista de élite? ¿Cuál es el hechizo de Messi? La respuesta de la primera es Carvajal. Uno de los temores de la previa. Un defensa a medio hervir que embiste al bulto.  La respuesta de la segunda es el miedo. No se puede vivir como si Messi no existiera, pero tampoco conviene hacer de él la única razón de la existencia. El Madrid salió despreocupado, dejando un espacio tras los interiores, en el que Leo e Iniesta se esconden sin ser percibidos; y cuando Messi abatió la pieza, se cayeron las máscaras y la posibilidad de la muerte fue la antesala de la muerte misma. 

Después del primer golpe, el Real se mostró aturdido y reculó de la mano de Xabi Alonso, que no se fiaba de su velocidad y se juntaba con los centrales como si esperaran la ejecución a base de pases interiores. Di María y Modric eran la posibilidad de un robo, pero son incapaces de devastar un terreno como lo hace Khedira. Se volvió a un error de principios de liga. No se sabía si robar o dar un paso atrás hacia el propio área. Así, todo el frente del ataque era un paso franco para los culés. Su juego fluía y ellos apenas se lo acababan de creer. La pesadilla la cortó rápido Ángel di María, que ató a su equipo al partido con un conjunto de sláloms encadenados que parecían surgir de la nada y llegaban hasta el final del campo de forma irresistible. Al tercero, llegó el gol de Benzemá. A la vieja usanza. Centro y remate de Karim, de cabeza, con una voluntad impropia de su fama. El argentino y el francés. Los dos jugadores que estuvieron a la altura del partido. Di María con una confianza absurda y ciega en sus posibilidades, y Benzemá, más allá de los relatos mágicos y más acá del fútbol. Dos jugadores sin infectar por la mitología. El resto, fue sepultado por ella.

Antes del gol, la disposición del Madrid, con su plan resquebrajado y los atavismos, había dejado una pelota franca a Messi, que secó un balón y se lo llevó junto al pie hasta piciarla enfrente del portero. Ya eran dos los cadáveres, aunque sólo uno tuvo sepultura. Eso pesaba, pero también la alegría y la velocidad de los delanteros en cuanto les llegaba el balón. No hay mejor medicina contra el miedo que correr. Y no hay mejor cura contra el Barça que tranquilizar el ataque y esperar que los culés vayan haciéndose pequeños y torpes según los miramos a los ojos. Al Madrid le faltó juego en la media punta y tranquilidad en la posesión. Cristiano anduvo extraño, todo él se agotaba en el pico del área; y Bale, sin llegar a la inexistencia, apenas se hiló al juego y es una pena, porque en cada carrera suya, sajó al Barça por la mitad, como se rasga un cadáver. Parece el correo del zar que anda esperando noticias y se pone en marcha de forma furibunda cuando le pasan el testigo. Pero contra los pequeños esclavos del pase, eso no es suficiente. Acaban atando a los gigantes a su posesión y no hay manera de desliarse. Ozil conocía los trucos, pero se lo cepillaron. Así funciona esto.

El Madrid tuvo un vendaval muy corto, creando ocasiones de las de centro y remate, (algo que en el estado español no se percibe como juego), empezando la jugada muy arriba, después de un robo a la tragicómica defensa del Barça, que sacaba el balón como si fuera un equipo de sordomudos. Colgado de ese viento, llegó Di María en zigzag hasta el sitio que fue marcado en la primera década del fútbol como el del «pase de la muerte». Lo dio tenso y a media altura.  El control de Karim fue un poema, y con la misma zarpa la envió a las mallas. Fue el segundo, y seguía el zumbido alrededor del partido;  el público enganchado a la obra, las oleadas del Madrid y la marejada del Barça, que cuando pasaba a campo ajeno, se colaba entre las rígidas defensas del Madrid y quedaba demasiado cerca del gol. Di María, enfervorizado, repetía la gracia una y otra vez. Y Benzemá hubiera matado el partido si no llega a estar Piqué bajo de los palos.

Recuerden lo de Piqué, y recuerden después, lo de Ramos.

Como Messi seguía con media hectárea para él solo, el Madrid juntó las líneas y se dio menos a la alegría. Hubo un armisticio de  15 minutos, con el balón congelado y todos en sus casillas de salida. En un vaivén que parecía inocuo se descubrió a Messi en zonas intermedias, dio dos pasos y temblaron los edificios de alrededor; de la grieta surgió un pase que descubrió a Neymar, devolvió la pared, y luego, la pelota se soltó. Leo quedó en la esquina y el gol subió a las mallas. Todavía en los minutos del fin de la primera parte, el Madrid dio un patadón al suelo y estuvo a punto de subir el tercero.

Pero no.

Y tampoco subió en un cabezazo de Benzemá, ni en el único destello de Bale, que Karim se la puso en el cuerpo a Valdés. Tuvo que ser en un escapada de Cristiano, que cayó en el área zancadilleado un centímetro antes de entrar en zona sagrada. Gol de Ronaldo  celebrado con el corazón, sin aspavientos robotizados. El partido ya había ido demasiado lejos como para que uno de los contendientes no acabara cubierto de sangre. El Barça, girando en torno a Messi en un baile desacompasado, sosteniéndose en defensa con tres palos y fiándolo todo a su memoria genética, que es abrumadora. El Madrid, con la defensa destemplada por la falta de un plan que limite el daño que Messi lleva dentro. Pisando zona abisal cada vez que la bola merodeaba a Iniesta o Leo. Hundiéndose en los recuerdos, braceando desesperado, como Ramos en la jugada central del partido, cuando Messi volvió a dibujar una diagonal asesina a Neymar, que si no estaba fuera de juego, era por la torpeza de Marcelo, a medias, como todos. Y el gol y la expulsión y un edificio primoroso que se desmorona de nuevo.

Quizás no lo fue, pero con Ramos todos lo parecen. A su lado, Neymar y cualquier jugador culé, parece cristal de bohemia a punto de romperse. El Madrid se dispersó por el césped de forma atolondrada,  con el destino encima, como un saco de piedras. Y con el plan pequeñito de su entrenador deshilvanado por la ansiedad y el miedo. Puede que sea la hora de ir definitivamente por la pelota, porque el espacio ya se lo fabricará Cristiano. 

El final estuvo lleno de presagios. Veinte minutos de desierto. Un penalti bobo a Iniesta, que el árbitro tendrá que explicar en el futuro ante la comisión de la verdad. Todos los reyes y reinas del palco no son nada al lado de los buenos chicos que nos dieron el mundial. Goles y goles de Messi. Morata rascándose la cabeza sobre el césped sin saber qué hacía ahí. Isco al pasto, para dominar el balón, en un equipo que no sabe recuperarlo. Karim al banquillo y sin rey en la mediapunta, el partido que funde a negro. Los últimos minutos, con los jugadores del Madrid corriendo por los caminos cegados del encuentro. Que nadie baja a abrazarlos.

Leo descorrió las cortinas y descubrió que el palacio estaba lleno de gusanos. Estamos en primavera. A ver qué hacemos con tanta luz.

REAL MADRID, 3-BARCELONA, 4

Real Madrid: Diego López; Carvajal, Pepe, Ramos, Marcelo; Modric (Morata, m. 90), Alonso, Di María (Isco, m. 84); Bale, Benzema (Varane, m. 66) y Cristiano. .

Barcelona: Valdés; Alves, Piqué, Mascherano, Jordi Alba; Xavi, Busquets, Fábregas (Alexis, m. 78); Neymar (Pedro, m. 69), Messi e Iniesta. .

Goles: 0-1. M. 7. Iniesta. 1-1. M. 20. Benzema. 2-1. M. 24. Benzema. 2-2. M. 42. Messi. 3-2. M. 55. Cristiano, de penalti. 3-3. M. 65. Messi, de penalti. 3-4. M. 84. Messi, de penalti.

Árbitro: Undiano Mallenco. Expulsó a Sergio Ramos con tarjeta roja directa (m. 64) y amonestó a Di María, Pepe, Fábregas, Busquets, Xabi Alonso, Cristiano y Modric.

Unos 80.000 espectadores en el Bernabéu.

Ángel del Riego

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