sábado, abril 20, 2024
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Javier y Madrid 2020

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Dentro de pocas horas, se despejará la incógnita y yo, como la gran mayoría de los españoles, lo único que quiero oír es que Madrid 2020 es una realidad y no un sueño nuevamente frustrado. España se merece estos juegos por muchas cuestiones pero, sobre todo, porque el olimpismo y, en definitiva, el deporte sigue siendo una de las pocas cosas que unen a un país cainita como pocos. Si Barcelona 92 fue el premio a la España de la transición, y el salto a la modernidad después del letargo del franquismo, ahora, ahogados como estamos por la crisis merecemos una oportunidad que, además del empujón económico, nos aporte un poco de optimismo y esperanza.

Ayer mi amiga Maite Sánchez-Brunete me mandó la foto de su hijo Javier, un chaval estupendo, inteligente y emprendedor, que estudió Bellas Artes y ahora se ha embarcado en una aventura empresarial relacionada con la publicidad y diseño. Allí estaba el chico, en Buenos Aires, posando juntó al príncipe Felipe y Pau Gasol, vistiendo una camiseta de su empresa, que mostraba orgulloso, mientras le fotografiaban con tan altos, «altísimos», representantes de nuestro país. Me encantó la escena y, no sólo por que siempre es un gusto ver como nuestros hijos triunfan y salen adelante a pesar de las dificultades y gracias a su esfuerzo y perseverancia, sino por el simbolismo de la misma y el buen ambiente y la alegría que desprendía la foto.

Jamás en la historia hemos tenido una generación de deportistas tan impresionante como la de ahora

Miré a Javier -de una generación más joven que la de sus acompañantes- y vi en todos ellos una España muy diferente de la real, muy alejada de esa imagen lúgubre, sombría y asfixiante en la que estamos sumidos por la maldita crisis y la repugnante corrupción. Ayer mismo leí un artículo del psicólogo social Luis Muiño quien sostenía que los seres humanos olvidamos a menudo que la mayoría de los problemas se solucionan pensando en el futuro. Decía que tendemos a dedicar demasiado tiempo dar vueltas a los errores del pasado y, en el calor de la discusión, nos olvidamos de que la memoria es más peligrosa que la imaginación porque el que recuerda cree estar hablando de la realidad. Al final su tesis era que el futuro se construye mejor cuando se marca una meta común y el trabajo es colectivo.

Ahora nuestra meta común está ahí, en que Madrid se convierta en la ciudad anfitriona de los juegos del 2020 y nos lo merecemos sobradamente. Jamás en la historia hemos tenido una generación de deportistas tan impresionante y con tal número de triunfos internacionales como la de ahora y no sólo en deportes colectivos como el fútbol, sino en casi todos los individuales. Nos lo merecemos y a la tercera tiene que ir la vencida, como ocurrió en Barcelona, porque debemos recuperar la autoestima, porque necesitamos, como nunca, soñar y nada mejor que el deporte para hacerlo y también porque económicamente sería un importante balón de oxígeno.

Pau Gasol, el dos veces subcampeón olímpico, llegó a Buenos Aires contagiando optimismo a la delegación española. «Nuestra candidatura es muy fuerte y queremos dar la confianza de que si nos eligen vamos a tener unas grandísimas olimpiadas en 2020. Sería un gran empujón y tener unas olimpiadas marcaría una gran diferencia«, dijo el baloncestista sacando pecho de país. Su imagen, como la de Javier o el príncipe Felipe son, sin duda, el antídoto de la frustración.

El movimiento olímpico sigue siendo un instrumento de concordia universal, una fuente de valores positivos, pero sobre todo un gran ejemplo para nuestros jóvenes que encuentran demasiados motivos para el nihilismo o la desesperación. Madrid es una ciudad preciosa, cosmopolita, multicultural, acogedora, una de las grandes capitales del mundo y es, sobre todo, una ciudad abierta, tanto como lo fue la Barcelona del 92. Merece ser por méritos propios la sede de las olimpiadas 2020. Los «Felipes, Paul y Javieres «se lo merecen. ¡Va por ellos y también por todos nosotros¡ Crucemos los dedos.

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Esther Esteban

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