jueves, abril 18, 2024
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España no es Marruecos, pero…

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La última encuesta del Instituto Elcano resulta muy interesante. Se nota que los encuestados hilan fino y disciernen a la hora de atribuir responsabilidades. Creen la mayoría de los encuestados que la subida de la tarifa de los transportes o la amnistía fiscal son decisiones más soberanas del Gobierno que, por ejemplo, la reforma laboral o la restructuración del sistema financiero. En estos dos casos, una mayoría significativa indica que se debe más a una imposición de la UE que a una decisión soberana del Gobierno español.

Un 51,7% cree que es la corrupción lo que más daña la imagen de España

En esta misma encuesta, una mayoría de un 51,7% cree que es la corrupción lo que más daña la imagen de España frente a un escueto 19,1% que cree que es el paro y la pobreza lo que mas negativamente afecta a la imagen de nuestro país en el exterior. Lo llamativo de la encuesta es que si bien los ciudadanos disciernen sobre algunas cuestiones en forma de porcentajes que no pueden sorprender demasiado, no deja de ser llamativo, muy llamativo, que muchos, una mayoría de ciudadanos encuestados llegue a la conclusión de que España es un país más corrupto que ¡Marruecos!

España no es Marruecos. Afortunadamente no lo es y la percepción de la mayoría de los encuestados solo se puede explicar de dos maneras. Una: que sea producto de un desconocimiento claro y rotundo de cómo se las gastan en Marruecos lo que aquí llamamos «políticos y poderes del Estado» o bien que a través de esta respuesta, los españoles estemos tan pesimistas, tan escandalizados, tan cansados de tanto maleante que a modo de desahogo lleguemos a la conclusión de que nuestro país es más corrupto que el más corrupto de los posibles.

Si durante mucho tiempo algunos nos hemos hartado de insistir en que España no era Grecia -a la vista está-, ahora, por mucho agobio, escándalo e irritación que nos produzca la larga lista de presuntas corrupciones, comportamientos que superan la ficción, habrá que decir una y mil veces que España, con todos sus defectos y lagunas, no es Marruecos. No lo es, por supuesto, en el nivel de corrupción, pero tampoco lo es en lo que libertades y derechos se refiere, ni en los niveles de desigualdad, de pobreza

No somos Marruecos, pero ¿podemos llegar a una situación política como la de Italia?. Hoy, domingo, los italianos acuden a las urnas azuzados en sus cabezas y en sus conciencias por años de gobiernos presididos por Berluscconi -el líder peor valorado por los españoles-, por una izquierda que trata de sacar cabeza, por un Monti que ahora juega a político y dicen que no lo hace mal y, sobre todo, por ese nuevo personaje que saltándose cualquier convención electoral puede llegar a ser la segunda fuerza política. Ahí está, con mitin final espectacular, este hombre grandullón, de 64 años, de profesión «cómico» llamado Beppe Grillo.

Nuestro país es más corrupto que el más corrupto de los posibles

Ha sido la gran novedad de ese estupendo país cuya sociedad civil ha demostrado a lo largo del tiempo que tiene vida propia al margen de los gobiernos y desgobiernos que han venido jalonando su vida política más reciente. Grillo ha optado por desafiar los elementos y propone a sus enfervorecidos seguidores lo que, en realidad, es imposible cuando uno ocupa la presidencia de cualquier gobierno. Hay que decir que el mérito no es sólo de su elocuencia, de empatía con una sociedad deseosa de cambio, aunque no sepa muy bien hacía donde. El mérito de Grillo es, en buena medida, el demérito de los «de siempre». Es el demérito de la frivolidad y de la corrupción que ha presidido la política italiana hasta que llegó Monti que, por lo menos, ha dado una imagen de seriedad desconocida después de tanto berlusconismo.

La sociedad española está también cansada y quizás por ello incluso acepta compararse con Marruecos. En este ambiente ¿podemos descartar un Grillo a la española? Que lo piensen, cada uno desde su posición, los «de siempre» y pongan lo mejor de si mismos para evitar ocurrencias que si bien son legítimas, a la hora de la verdad, no dejan de ser ocurrencias.

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Charo Zarzalejos

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