jueves, abril 25, 2024
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Diputaciones, ese enigma

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Ha habido un montón de gente, incluso gente de la política, que se ha muerto sin saber para qué servían las Diputaciones Provinciales. Semejante enigma, que sobrevive desde hace casi dos siglos sin que nadie haya conseguido despejarlo, pudiera ser resuelto si gana Rubalcaba mediante la única manera posible: aboliéndolo. Esto es, aboliendo las Diputaciones Provinciales, de suerte que muerto el perro, se acabó la rabia.

Pero también ha habido personas que sí han sabido para qué valían esas entidades opacas y misteriosas que tan onerosamente parasitan la Administración (no es raro que se gasten el presupuesto en sí mismas, dejando unos euros para farolas y torneos de petanca) y que tan bien han preservado el cáncer del caciquismo: aquellas que se beneficiaron personalmente de ellas. Encargadas, según parece, de atender las necesidades de los pueblos pequeños, lo cierto es que las Diputaciones, salvo en contadas y honrosas excepciones, lo que han atendido es a la necesidad de seguir cobrando un buen sueldo a los políticos en horas bajas y a la de tejer las redes del clientelismo partidario. Servir, fuera de eso, las Diputaciones Provinciales no sirven para maldita la cosa, pero incluso ante esa evidencia universal, incontrovertible, los dos partidos que cortan el bacalao, PP y PSOE, tienen sus opiniones: el primero, que tiene una «jartá», 24, y a una porción de gente colocada en ellas, dice que, hombre, que tampoco gastan tanto, que mejor ahorrar en Sanidad (copago) o en Justicia (copago), en tanto que el segundo, que se ha quedado con pocas tras el 22-M, propone su eliminación como esencial para el remedio de todos los males que afligen a España.

Podríamos vivir perfectamente sin las Diputaciones Provinciales, pero lo mismo también podríamos tirar de miedo sin, por ejemplo, doce de los diecisiete macroaparatos autonómicos, y no digamos sin toda la chusma que chupa del bote comunal sin aportar otra función que la de su impostura. Todo es cosa de planteárselo, aunque Rajoy, que se relame con la posesión de todas las fichas del Palé, seguro que no quiere.

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Rafael Torres

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