jueves, abril 25, 2024
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La laguna de comunicación de Obama

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Un destacado funcionario de la administración Bush hablaba la pasada semana de Barack Obama: probablemente gane en 2012, decía este Republicano. Tiene mérito por «pensar a lo grande» en las negociaciones presupuestarias y hacerse con el centro del debate. Pero ¿por qué no proyecta sus metas y filosofía con mayor claridad al país? ¿Por qué parece reaccionar más que liderar con tanta frecuencia?

Teniendo en cuenta los puntos fuertes de Obama, continuaba este observador Republicano, sus asesores en la Casa Blanca ya deberían de estar pensando en lo que puede lograr Obama durante una segunda legislatura. Deberían empezar a elaborar planes y legislaciones, pero es más, deberían de estar trasladando la visión del presidente. En lugar de eso, cada jornada en la Casa Blanca parece un episodio del serial «Los peligros de Pearl White», con un drama de suspense tras otro.

La crisis de la deuda constituye el espeluznante ejemplo de esta tendencia a dejarse llevar en lugar de liderar. Hasta el año 2010, la Casa Blanca Obama mantuvo una prudente distancia de las propuestas de reducción del déficit, y cuando finalmente se unió a la batalla fue a través de la figura del Vicepresidente Biden. Un funcionario me decía abiertamente el pasado año que dejar caer propuestas demasiado pronto era una estrategia perdedora, políticamente hablando.

Así que Obama esperó. Sus ideas legislativas, siendo ya públicas, parecen bastante sólidas. Pero en lugar de unir al país en torno a una visión de reforma de las pensiones y los impuestos, parece un caballero arrastrado a la iglesia por un incendiario predicador de nombre Eric Cantor. Los Republicanos adquieren mala imagen, pero también Obama.

Esta laguna de la comunicación es evidente también en política exterior. Obama puede tener una visión del motivo de que los efectivos estadounidenses deban permanecer en Afganistán hasta 2014, pero no la traslada con vigor. Esta es su guerra, pero la suscribe a regañadientes y sin definición clara. Hace el mismo énfasis en replegar efectivos que en mantener el rumbo, lo que confunde a la población.

Es el mismo caso de la primavera árabe. Obama le ha dado una interpretación correcta, en términos legislativos. La estrategia estadounidense es un maridaje sensato entre pragmatismo y principios. América apoya los movimientos favorables al cambio democrático en las repúblicas autocráticas como Túnez, Egipto, Yemen o Siria. Respeta las tradiciones más conservadoras de las monarquías y los emiratos pro-occidentales como Jordania, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes, Bahréin, Marruecos o Kuwait. Esta distinción no es compleja, simplemente precisa de explicación.

La cautela de la administración con Siria también tiene sentido. El objetivo es una transición hacia una Siria nueva y democrática sin un conflicto sectario que sería peor que el de Irak. La administración elevaba la presión enviando a Hama al embajador Robert Ford, al escenario de la horrible masacre de 1982. El mensaje: esta vez el mundo está atento.

Los argumentos que dicen que Ford debería ser llamado a cuentas, o que Obama debería de añadir cierta retórica feroz al polvorín sirio, me sorprenden por tremendamente equivocados. Dicho eso, Obama tiene que explicar su visión de transición democrática, y trabajar con la oposición siria para alcanzarla pacíficamente.

El mundo recurre a Estados Unidos en momentos así. Gobiernos y líderes empresariales quieren un marco básico, para poder tomar decisiones. Lo que con demasiada frecuencia reciben de la Casa Blanca Obama es silencio.

«Que nos diga lo que quiere exactamente», decía la pasada semana de la administración Obama un influyente visitante de la política exterior. Es un comentario que se escucha en la mayor parte de las capitales de Europa y Asia. Los líderes globales están acostumbrados, tras Reagan, Clinton y los dos Bush, a presidentes estadounidenses que tienen unas cuantas temáticas básicas y que las repiten, varias veces a la semana. De esta Casa Blanca reciben un gran discurso cada seis meses.

Tuve oportunidad la pasada semana de ver en acción a dos comunicadores de talla mundial, la megaestrella televisiva Oprah Winfrey y el Gobernador de Nueva Jersey Chris Christie. Es difícil pensar en dos personas más distintas, pero comparten la capacidad común de conectar con la audiencia. Sus declaraciones en la conferencia anual de Sun Valley que patrocina la empresa Allen & Co. en Idaho se mantuvieron en privado. Pero los dos expresan la filosofía del trabajo duro personal para salir adelante y un optimismo con América que es contagioso.

Christie es una figura especialmente interesante. Es el anti-Obama: tiene sobrepeso y aparentemente está cómodo con ello, mientras el presidente es delgado y difícil de complacer; es tranquilizadoramente franco, mientras que Obama es cauto. Christie es un favorito de los Republicanos del movimiento fiscal, pero escucho comentarios entusiastas acerca suyo entre alrededor de media docena de Demócratas. Christie será un candidato formidable de postularse a presidente algún día.

La Casa Blanca Obama tiene una suerte loca, si ese es el término, de tener una oposición Republicana tan poco seria en el Congreso. A medida que se acerque la fecha de vencimiento del techo de la deuda, el Partido Republicano irá pagando sus cambios imprudentes y exagerados. Pero el presidente tiene que empezar a actuar como luchador y líder en lugar de como saco de boxeo.

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David Ignatius

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