viernes, abril 19, 2024
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El morbo del voyeur

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Un grupo de amigos habíamos alquilado una casa rural para pasar unos días de vacaciones. En el grupo había parejas y no parejas y no siempre todos hacíamos las mismas cosas. Unos preferían hacer rutas por los alrededores, otros leían bajo los árboles cercanos y otros dormitaban todo el día.  Yo era de los que dormitaban. Estaba muy cansado y prefería recuperarme físicamente.

Un día, me quedé echando la siesta después de comer. Cuando me levanté a eso de las cinco de la tarde y me disponía a bajar al salón, oí en una habitación de al lado una serie de gemidos de mujer… Como la puerta estaba entreabierta me asomé y vi a una de mis amigas apoyada sobre dos almohadones en la cama y con un ordenador portátil encendido sobre ella viendo, supuse por los gemidos, una película porno.

Al principio, quise entrar a echar unas risas con ella. Pero, inmediatamente después, en un ataque de morbo, decidí observarla porque una de sus manos había subido hacia sus pechos y se acariciaba. Iba a asistir a una masturbación femenina pero sin que me vieran, sin saber que yo estaba mirando y me apeteció mucho convertirme voyeur. Nunca lo había sido y ni siquiera había previsto nunca serlo pero aquella era una ocasión magnífica para experimentarlo.

Mi amiga, mientras se acariciaba los pechos con una mano, con la otra se levantó su vestido y empezó a acariciar su sexo por encima de la braguita, que yo empecé a suponer mojada… Guau, seguro que lo estaba, pero permanecí lo más quieto posible.

Después, bajo la otra mano y apartó aquella braguita dejando parte de su vagina al aire, casi frente a mí, para poder tocarse mejor mientras que del ordenador salían unos gemidos cada vez más dolientes. A mí, todo aquello me produjo una fuerte erección. El morbo era tremendo. Por un lado, parecía imposible que ella no sintiese mi presencia en la puerta. Por otro, me ponía mucho pensar que alguien subiera y me viera de mirón.

Pero aquello no iba a ser el final. La mujer subió su pelvis como buscando un pene erecto, se quitó con gran maestría la braguita y se abrió de piernas mostrando en todo su esplendor un sexo peludo y baboso. Y volvió a acariciarse los pechos. Y volvió a acariciarse su clítoris. Y se introdujo un dedo en su vagina. Y luego dos. Y luego tres. Y con la otra mano se acarició el ano. Y empezó a convulsionarse. Y sus gemidos se mezclaban con los de la película porno en un aquelarre sexual de sonido y movimiento. Yo no pude más, me desabroché la bragueta y también empecé a tocarme. Aquello era un espectáculo grandioso. Ella exhaló un gran suspiro y se dejó caer.

Aquella situación era tan morbosa que parecía increíble. Me volví y miré a mi alrededor por si me veían a mí. No había nadie. Pero al volver mi mirada hacia el interior de la habitación vi que era ella ahora la que me miraba a mí y la situación era extraña. Ella, con su falda subida, dejando ver el vello de su sexo. Yo con una mano en mi pene… Quise que me tragase la tierra pero, instintivamente, di un paso adelante y entré en la habitación. Ella sonrío como asintiendo. Me acerqué a ella y lo primero que hizo fue meter mi pene en su boca. Al agacharme hacia delante para favorecer la felación, el ordenador empezó a gemir de nuevo. Supongo que, sin querer, le había dado de nuevo al play. Y todo volvía a empezar… Aunque ahora la película real tenía dos protagonistas directos.

Con el tiempo, me sigue asaltando la duda de si todo aquello no fue más que una trampa en la que caí de lleno…

Memorias de un libertino

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