miércoles, abril 24, 2024
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A contrareloj en Afganistán

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Un recluso talibán que responde al nombre de Mohammed Nazir es conducido a las dependencias del alcaide esposado por los tobillos y sentado en la butaca que hay junto a mí. Se muestra reacio pero elocuente al hablar de lo que aqueja a su país. «El principal problema es nuestro sistema judicial. Es corrupto», dice. Y tiene razón.

El mayor activo de los talibanes viene siendo su capacidad para administrar justicia rápida en un país hecho pedazos por la guerra y la corrupción. Ello fue la baza de reclutamiento para los afganos como Nazir, un mulá de 31 años de edad con una larga barba negra y dientes incongruentemente blanco brillante condenado por ayudar a colocar explosivos en los caminos.

Aquí radica el mayor desafío para América al empezar a reducir sus filas en Afganistán. Estados Unidos tiene que ayudar al ejecutivo afgano a administrar justicia y otros fundamentos de la administración pública en las zonas tribales pastún donde los talibanes se asentaron. Un antiguo proverbio pastún dice «un país sin ley es una jungla», y si la jungla sigue en pie, los talibanes ganan.

Tuve un primer contacto esta semana con parte de los nuevos esfuerzos estadounidenses por llenar el vacío, en las visitas realizadas a Jost en las inmediaciones de la frontera oriental y a la provincia de Baglán, al extremo norte. Quedé impresionado por estos proyectos, pero deseando que hubieran comenzado hace años, al principio de los 10 años de guerra en Afganistán. Ahora, agotada la paciencia estadounidense y la fuerza estadounidense de combate paulatinamente reducida desde este mes, podría no haber tiempo suficiente.

La visita a Jost fue organizada por el General de Brigada Mark Martins, responsable de la nueva Fuerza Estado de Derecho. Es uno de los mandos más reconocidos del ejército – West Point, académico Rhodes, Facultad de Derecho de Harvard y parte del círculo de íntimos en Irak y Afganistán del General David Petraeus. Para visualizar el problema de la justicia, Martins muestra los 88 distritos afganos sin fiscal y los 117 sin juez. El mapa se parece mucho al de los bastiones talibanes.

En Jost queda claro que Estados Unidos tiene algunos aliados afganos de peso, en la misma medida que rivales como Nazir. El colega más impresionante es el Teniente Mohammed Zarim, un comisario de la policía local héroe de un atentado perpetrado el 22 de mayo. Cuatro talibanes con chalecos explosivos se habían hecho fuertes en una comisaría y habían capturado a cuatro agentes. Un equipo compuesto por cinco efectivos policiales afganos y Zarim, apoyado por soldados regulares estadounidenses, rescató a los rehenes, abatió a los suicidas y desactivó un coche bomba situado en los exteriores. Zarim sacó del edificio a un sargento estadounidense herido y fue alcanzado dos veces. «Era mi deber», dice.

Con frecuencia tenemos noticias de actuaciones desastrosas por parte de soldados y efectivos policiales afganos, pero la crónica de Zarim me hizo pensarlo mejor. Trabajando de cerca con instructores estadounidenses como el Coronel Chris Toner, el mando de las fuerzas estadounidenses destacadas en Jost, los afganos están progresando.

En Baglán vi de primera mano otro intento de llenar el vacío de la administración pública local. El Teniente General David Rodríguez, representante en funciones de Petraeus, realizaba la visita de despedida por el norte. En la aldea de Gaji se reunió con un antiguo guerrillero talibán llamado Noor-ul-Hak, que ingresó en el programa «de recuperación» y que ahora dirige una unidad de casi 300 efectivos dentro de un programa nuevo llamado Policía Local Afgana.

La escena era algo sacado del manual de contrainsurgencia. El metro noventa de Rodríguez estaba sentado en el suelo junto al delgado ex insurgente, flanqueado por efectivos de las Fuerzas Especiales que las han estado pasando canutas en este valle, instruyendo a Hak y al resto de reclutas del programa de la Policía Afgana seleccionados por los líderes tribales locales. Con sus espesas barbas y sus rostros curtidos por el sol, los agentes de las Fuerzas Especiales habrían pasado por miembros de la tribu.  

El enemigo aquí es el corrupto e incompetente ejecutivo afgano tanto como los talibanes. «Se supone que el estado está para solucionar problemas, pero es al revés, crea los problemas». Hak habló, con Rodríguez asintiendo con la cabeza. De hecho, esta misma semana, venía presionando al ministro afgano del Interior para despedir al comisario provincial de la policía en Baglán. La esperanza es que el programa de la Policía, que con el tiempo tendrá un centenar de delegaciones, pueda colaborar con los ancianos tribales para levantar una seguridad local allí donde el estado no pueda, o no lo haga. Pero es un asunto delicado. La tribu de Hak puede quedar encantada de verle ostentar el poder con el apoyo estadounidense, pero el resto de tribus locales pueden no estarlo.

Rodríguez, que finaliza su segundo destino aquí y, al igual que Petraeus, abandonará Afganistán este mes, dice que su principal pesar es que Estados Unidos no implantó su actual estrategia con más rapidez. «Cuando llegué aquí por primera vez,  no sabía ni el 10% de lo que me hacía falta», explica. «Metemos dinero aquí a manos llenas sin los sistemas de administración pública adecuados». Estados Unidos ha aprendido la lección, pero bien entrada la partida.

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David Ignatius

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