miércoles, abril 24, 2024
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Unos estatutos para una nueva China

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Durante los cinco últimos domingos, más de un centenar de miembros de la Iglesia Shouwang de Pekín han sido detenidos con el fin de impedirles reunirse. Es una confrontación entre estado y credo, de amplias implicaciones para el futuro de China.

Una feligresa, hablando conmigo anónimamente, describía a los fieles como «intelectuales y profesionales liberales» mayoritariamente. Lo que empezó siendo un grupo de estudio de la Biblia para universitarios ha crecido hasta los 1.000 fieles — el equivalente chino a una mega-iglesia. «Los cristianos son cristianos muy serios», me decía. «No tienen nada de político. Respetan al estado, aman el país, obedecen a la autoridad. Pero quieren seguir a Dios, participar de la práctica cristiana normal». Y encuentran imposible tal ejercicio en las iglesias públicas de China, diseñadas inicialmente para conservar la religión como monopolio controlado por el estado.

Años de acoso gubernamental impidieron con el tiempo a la congregación Shouwang el alquiler o la compra de un inmueble, de manera que empezaron a reunirse en espacios públicos. Durante una operación policial llevada a cabo el domingo de Pascua, cientos de fieles eran detenidos en sus domicilios y más de tres docenas fueron llevadas a comisaría. Pastores y líderes eclesiásticos permanecen bajo arresto domiciliario para impedirles oficiar más servicios. Hay miembros que han recibido presiones de sus patronos y profesores universitarios para que renuncien a su vínculo con la congregación Shouwang.

Tal maltrato no está extendido en China, donde de 50 a 70 millones de personas se reúnen con regularidad en lugares de asamblea independiente de cristianos. Pero la Iglesia Shouwang constituye el símbolo de un cristianismo chino urbano y cada vez más formado. El trato que se les dispensa es un mensaje al movimiento asambleario cristiano, y podría ser el ejemplo a seguir de autoridades y fuerzas del orden de otros lugares.

Los motivos de las autoridades chinas son, como de costumbre, turbios. Las revoluciones del norte de África y Oriente Próximo pueden estar avivando el recelo hacia cualquier forma de desafío o de disidencia. Pero esta postura no es necesaria. El ejecutivo chino alberga un temor bastante asentado hacia cualquier organización con recursos de unidad y fe fuera del estado — no sólo las organizaciones políticas, sino también las organizaciones potencialmente políticas. Y las asambleas Protestantes se han convertido en la organización no gubernamental más grande de China.

Como sucede a menudo, la represión del estado ha surtido el efecto contrario al pretendido. La Iglesia Shouwang, que sólo quería llevar a cabo en paz sus actividades, ahora está planteando cuestiones más relevantes de naturaleza legal. Sus pastores, junto a los líderes eclesiásticos restantes, han enviado una misiva al Congreso Popular Nacional, instando a abrir una investigación al trato dispensado a la Iglesia Shouwang. Pero la petición también solicita mayor amparo judicial a la expresión religiosa, apoyándose en la constitución china y la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Lo que era una cuestión de regulación pública es elevado ahora a tema legislativo — convirtiéndolo en un debate inevitablemente político.

Esta petición tiene el potencial de ser uno de los documentos fundacionales de una nueva China. Reza, en parte: «Sostenemos que la libertad religiosa es la libertad principal y más importante de la sociedad humana, un valor universal en la comunidad internacional, y los cimientos de los derechos políticos y de propiedad restantes. Sin la libertad religiosa universal y justa, un país multiétnico y multi-religioso no podrá constituir una sociedad civil pacífica, ni materializar la estabilidad social, la solidaridad étnica o la prosperidad de la nación».

El ejecutivo chino no responde particularmente bien a la presión exterior en materia de derechos humanos. Pero esto es un debate chino a abordar por el pueblo chino. Los líderes cristianos afirman jurídicamente que su creencia contribuye al bien común. En el seno de una sociedad sitiada por la urbanización y la globalización rápidas, la fe es fuente de caridad y compasión. En una sociedad en la que los valores tradicionales son dominados por el materialismo, la fe es fuente de ética. «China tiene antiguos precedentes de fe en sistemas morales en lugar de la trascendencia», aduce la feligresa de la Iglesia Shouwang que entrevisté. «Pero el sistema moral se ha derrumbado. La sociedad se ha vuelto materialista y obsesionada con el dinero. Si el dinero es el único objetivo, la gente ignora los principios y la moral».

Los líderes asamblearios afirman que la justicia, la igualdad y la inclusión son en última instancia más estables que la opresión — la verdadera moraleja que las autoridades chinas deberían de estar extrayendo de los acontecimientos recientes en Oriente Próximo. América no va a decidir el final de este debate, pero junto a muchos otros, vamos a depender de su resultado. Una China aterrada y represora será una potencia global aterrada e impredecible. Una China que reconozca los derechos de su propia ciudadanía será un ciudadano internacional mejor. Y ningún derecho es más fundamental que la libertad religiosa.

Michael Gerson

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