viernes, abril 26, 2024
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El poder de una vaca

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KUDEMELA, Malawi – El corral de Donata Kuchawo está tan limpio como un jardín bien cuidado. Sólo tiene una vaca, pero Donata le debe mucho. 

El animal marcó un antes y un después en la vida de ella. Antes de la vaca, sobrevivía de la agricultura de subsistencia – trabajo agotador y exigente recompensado únicamente con la supervivencia. Sus cinco hijos pasaban hambrientos parte del año. Tras conseguir la vaca, pudo vender su leche a la cooperativa agrícola local, aportando ingresos durante todo el año. Pagó las matrículas escolares de sus hijos y compró fertilizante para aumentar la cosecha de su maizal. Ahora da trabajo a cuatro personas en su propiedad, cultiva soja, melocotones y caña de azúcar, y cría patos y 5 cerdos.

«Mi sustento ahora es estable», me dice Kuchawo. Pero tiene una queja. Desgraciadamente, las tres primeras crías alumbradas por su vaca fueron terneros, que no valen tanto a la venta. La siguiente fue una vaca – pero la primera hembra va a la cooperativa para destinarse a otro agricultor. La vaca está embarazada de nuevo. «Rece por otra vaca», dice Kuchawo, para elevar la producción láctea de su explotación. 

A pesar de los diversos gajes del agricultor, su vida es ahora más fácil que arañar el polvo en el campo. Bautizó a su vaca Zoali, que significa «lugar de descanso».

Malawi es un país lejano, pero también se antoja remotamente familiar. Las chozas de paja, las hienas y los árboles baobab son extranjeros. Pero los caminos de tierra, las aves errantes y los maizales – la conversación de la calidad de las semillas y las peticiones de lluvia – serían corrientes en la América de hace un siglo. En una sociedad rural, los pilares invisibles de la vida cotidiana son visibles: el barbecho, el paso de las estaciones, la plaga repentina que vacía la despensa. Los más próximos a la tierra están particularmente expuestos a sus traiciones.

Alrededor del 80 por ciento de los habitantes de Malawi son agricultores. Su país es uno de los más pobres del mundo, sobre todo porque la productividad agrícola es baja. Según UNICEF, el 53 por ciento de los menores de 5 años de Malawi sufren retraso en el crecimiento a causa de la desnutrición. Las enfermedades del campo como el mosaico de roseta o la aflatoxinosis se cobran una parte de la cosecha; las plagas y la merma en los almacenes se cobran aún más.  

Las soluciones no son complejas: mayor rendimiento, variedades resistentes a las enfermedades y las plagas y fertilizantes para mejorar la calidad del agotado sustrato. Son los elementos de cualquier revolución verde. Los ingresos de la productividad más elevada en la explotación pueden invertirse en la compra de una vaca – un banco local ofrece un préstamo bovino a tres años. Un ganadero que produzca leche puede pasar de una renta anual de 300 dólares a 1.200. 

En Malawi, cinco años de lluvias benéficas y subvenciones públicas a las semillas y los fertilizantes han logrado obligar a retroceder el hambre, al menos por ahora. El aislamiento de Malawi de los mercados mundiales – un problema cuando hablamos de comercio – lo ha hecho relativamente inmune a las subidas mundiales del precio de los alimentos. Pero la promoción de la agricultura – financiando la investigación de cultivos híbridos, formando a las empresas locales en obtención de semillas, ofreciendo información a los ganaderos – se encuentra entre los mejores ejemplos de promoción del desarrollo a largo plazo. Es el tipo de ayuda exterior que fomenta la libre iniciativa y la independencia, y evita la necesidad de ayuda contra el hambre.

Pero aún así los programas de ayuda agrícola han visto reducidos sus fondos dramáticamente durante las últimas décadas — carentes de sofisticación en los círculos avanzados y perdidos entre otras prioridades. Durante la década de los 80, la cuarta parte de la ayuda exterior norteamericana se destinaba a la agricultura. Hoy ronda el 1%. La mayor parte de los investigadores agrícolas de Malawi estudiaron en la Agencia de Desarrollo Internacional de los Estados Unidos. Pero esa formación se ha visto abandonada casi por completo, sin dejar a nadie para relevar a una generación que se jubila. 

La administración Obama ha tratado de paliar este desequilibrio anunciando en 2009 el programa Alimenta el Futuro. Este programa eleva paulatinamente las iniciativas agrícolas presentes en alrededor de 10 países, apoyando a los gobiernos sensatos como el de Malawi que adoptan políticas eficaces de generación de ingresos y nutrición infantil.

Alimenta el Futuro es innovador — y tiene las horas contadas. La propuesta presupuestaria del Senado financiará probablemente seis o siete países, dejando alguna probabilidad de que Malawi supere el corte. Los presupuestos de la Cámara limitarían esa cifra a dos o tres países, dejando a Malawi sin esperanza de participación. Parte de la culpa recae en la propia administración, que ha hecho poco hincapié público en Alimenta el Futuro y ha destacado a contados defensores legislativos. Casi dos años después de su anuncio, el programa carece todavía de coordinador. Es una buena idea que necesita defensores.

Michael Gerson

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