En medio de la que nos cae, sin buscar historias paralelas ni diferencias entre ambos protagonistas, es cierto que Azaña y Suárez simbolizan y representan dos puntos de inflexión en la Historia reciente de España.
Escondida entre una actualidad incierta y desparramada entre la crisis endémica que sufrimos; el paro y el pacto social; los ataques a los mercados, la Ley Sinde y el sueldazo de Teddy Bautista; el debate sobre las Autonomías o las consecuencias de la prohibición de fumar en los bares; desde el Congreso de los Diputados –tan denostado por méritos propios- José Bono nos ha regalado una iniciativa plausible.
El Presidente del Congreso, tan amigo cuando quiere de los flashes como del rigor, ha propuesto la colocación de los retratos de Manuel Azaña y Adolfo Suárez en los vestíbulos del Palacio de las Cortes. Pocas veces en los últimos tiempos se había alcanzado el consenso y, menos, la unanimidad en la Carrera de San Jerónimo a la hora de adoptar una decisión.
Bienvenida sea la iniciativa y la sensibilidad que ha tenido la Mesa del Congreso en su aprobación, porque, aunque sólo sea por la colocación de los cuadros que se colgarán en las paredes de los vestíbulos de la Cámara Baja, se observa que, sus Señorías, cuando procede, pueden olvidar la crispación para reconocer la Historia.
En la propuesta, José Bono ha destacado que se trata de retratos de “diputados con gran valor desde el punto de vista oratorio, político y cultural”. Azaña y Suárez, sin ser contemporáneos, convergían en su alta concepción de España y del Estado. Con sus diferencias generacionales, los dos prestaron un servicio impagable a España y, a ambos, se les ha tardado en reconocer su labor.
Si la colocación de los cuadros de dos personalidades tan antagónicas han logrado la unanimidad, ¿por qué sus Señorías no buscan más puntos de encuentro?.
Seguro que hay motivos hacerlo.
Los ciudadanos lo están deseando.
Editorial Estrella