viernes, marzo 29, 2024
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La opción de la carámbola a tres bandas

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No han transcurrido aún dos semanas desde que la corneta de los votantes tocara a relevo de guardia, y ya volvemos a lo de siempre.

Los Demócratas de la Cámara están decididos a conservar los tres mismos líderes — Nancy Pelosi, Steny Hoyer y Jim Clyburn — que les condujeron a su histórica debacle. Esta es la teoría de la transparencia del fútbol de parvulario: nadie lleva el marcador y todo el mundo recibe un trofeo. La presidenta de la Cámara caída en desgracia parece hablar por un buen número de colegas suyos cuando dice «no lamentar nada» de los dos últimos años.

Por la parte Republicana, el secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell dejaba claro que continuaría con su beligerancia a ultranza incluso si la campaña ha terminado. Dirigiéndose a la Heritage Foundation, renovaba su anuncio de que su prioridad es «negar una segunda legislatura al Presidente Obama». Prometía celebrar repetidas — e inútiles — votaciones en el Senado para derogar la reforma sanitaria.

Más tarde, el miércoles, los secretarios de la comisión de deuda de Obama, incapaces de alcanzar el consenso entre los encontrados miembros de la comisión, presentaban su propia versión de un plan para hacerse con el déficit, reducir la deuda, reformar de manera fundamental el régimen fiscal y meter en cintura los programas sociales. Fue declarado difunto rápidamente por la Pelosi que no lamenta nada, que lo llamó «simplemente inaceptable».

¿Es éste el aspecto que tendrán los dos próximos años? Probablemente. Pero el esquema trazado por el Demócrata Erskine Bowles y el Republicano Alan Simpson también plantea una oportunidad a Obama — si está dispuesto a triangular. Tendrá que adoptar el peligroso camino de volverse contra su electorado de izquierdas, pero podría salir bien.

El plan Bowles-Simpson contiene algo ofensivo para todo el mundo, y debería. Recortará el gasto público de forma drástica — incluyendo el gasto militar. Elevará la recaudación tributaria volviendo a redactar el régimen fiscal y eliminando deducciones populares. Aspirará a recortar gastos en el programa Medicare de la tercera edad, reducirá las prestaciones de la seguridad social y limitará al mínimo los subsidios agrícolas.

En la izquierda, el Sturm und Drang era de esperar: La Organización Nacional para la Defensa de la Mujer lo llamaba «un ataque a la seguridad social», la federación sindical AFL-CIO decía que «dice a los estadounidenses que se pueden ir a tomar por saco», y la Congresista Jan Schakowsky, miembro de la Comisión, lo llamaba «un imposible».

No sorprende a nadie que los progresistas piensen de esta forma, porque el plan es un enfoque centrista desarrollado bajo la supervisión de Bowles, el antiguo gestor de legislaciones de Bill Clinton. Insta a lograr de 2 a 3 dólares (dependiendo si se cuentan los intereses) en recortes del gasto público difíciles de tragar por cada dólar adicional tributado.

Se produjeron reacciones parecidas entre algunos de los sospechosos habituales de la derecha, como el verdugo anti-fiscalidad Grover Norquist, que proclamaba que «el apoyo a la presidencia de la comisión es una violación de la Promesa de Protección del Contribuyente».

Llamativamente, sin embargo, la reacción de los legisladores Republicanos ha sido sustancialmente más favorable que la opinión inflexible de McConnell. Los congresistas Republicanos Paul Ryan (Wisconsin), Jeb Hensarling (Texas) y Dave Camp (Michigan), integrantes de la comisión todos, lo declaraban «una propuesta provocativa». Otro miembro de la comisión, el Senador Tom Coburn (R-Okla.), decía que «si se hacen los recortes, yo votaré a favor».

Si un militarista de los presupuestos como Coburn puede subirse al carro, cualquier Republicano puede subirse. Más allá de eso, la Cámara de Comercio de los Estados Unidos, que en las legislativas encabezó la oposición a los Demócratas, reconoció el jueves que «cualquier solución exigirá el compromiso y el sacrificio tanto en el frente del gasto público como en el frente de la recaudación fiscal en la misma medida».

En esas declaraciones se encuentran los márgenes del acuerdo al que podría llegar Obama con los legisladores Republicanos como Ryan, el próximo secretario de la comisión presupuestaria de la Cámara. Para un presidente que necesita con urgencia reafirmar su posición, tiene que ser tentador pensar en los posibles resultados: unos presupuestos equilibrados, una deuda federal contraída, una redacción del reglamento fiscal necesaria hace mucho, mejorar la solvencia de la seguridad social y el programa Medicare a largo plazo, y sanear el gasto sanitario. Los réditos políticos pueden ser igualmente sustanciales: se está adoptando el tema principal del movimiento fiscal, y se construye una buena relación con el sector privado.

La pregunta es si Obama está dispuesto o no a plantar cara a Pelosi, y si va a poder capear las consecuencias de una maniobra a tres bandas en contra de los progresistas. Ahí es nada. «Antes de que cualquiera empiece a tumbar propuestas, creo que tenemos que escuchar», decía desde Seúl, en una reprimenda implícita a Pelosi. También decía estar «dispuesto a tomar decisiones difíciles», y «vamos a tener que adoptar medidas que son difíciles y vamos a tener que decir la verdad al pueblo estadounidense».

Ese es precisamente el mensaje acertado. Hay esperanzas de que los Demócratas reacios a lamentar y los Republicanos reacios a transigir lo escuchen.

 

 
 

 

Dana Milbank

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