viernes, marzo 29, 2024
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Por fin el Nobel para el otro

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Hay premios que molestan, otros que resultan indiferentes y algunos que se celebran. Y entre estos hay premios en ocasiones que uno agradece y festeja como si se lo hubieran dado a él. Es más, se siente esa satisfacción pero se sabe que tenía que ser para el que lo ha recibido. Para muchos de los que hemos tratado a Mario Vargas Llosa ayer fue un día así. No lo digo sólo por mí, sino por los muchos con los que hablé tras la concesión del Nobel y con los que compartí ese entusiasmo que no sólo es de lectores, sino de amigos. Es decir, Vargas Llosa, además de un soberbio escritor, es una persona sensible y generosa que se hace querer.

Ayer,  a primera hora de la mañana en America, por ejemplo, escuchaba al teléfono la voz del escritor uruguayo Rubén Loza Aguerrebere: “¡Por fin!”, me decía. Y es que desde hace decenios esperábamos la llegada de estos días de octubre pensando cada año que ése iba a ser el del Nobel para Mario. Hace ya algunos, además, coincidíamos en estas fechas con Vargas Llosa en Valencia y, aunque él se mostraba escéptico e indiferente, los amigos ansiábamos –estábamos convencidos- de que el abrazo del día siguiente sería el de la celebración del Nobel. Ha habido que esperar, pero ha llegado, aunque a cada uno nos haya cogido en una parte del mundo y al galardonado, en vez de junto al Mediterráneo, en Nueva York

Loza Aguerrebere, por cierto, acaba de publicar una novela –“Muerte en el Café Gijón”- en la que convierte en personajes literarios a Vargas Llosa y a otros amigos como Juan Cruz o el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza. Se adelantó al Nobel el uruguayo y quizá algo presagiaban los franceses, con más retraso que nosotros, que estos días muestran en París una exposición dedicada al peruano. Es, sin duda, uno de los grandes escritores del presente y, además, un ensayista soberbio e insobornable que, siempre defendiendo la libertad, ha estado atento a todos los acontecimientos de la actualidad.

Recuerdo ahora una mañana de aquellas en Valencia en la que paseaba con él y con Fernando Iwasaki (otro amigo y escritor peruano, o hispano-peruano como Vargas Llosa). Vi a una persona que, desde la acera de enfrente, pareció reconocerle y se acercaba presuroso esquivando los coches. Al llegar, le dijo: “Al principio dudaba pero, en cuanto le he mirado más atentamente, me he dado cuenta. Es usted García Márquez, ¿verdad?”. Mario sonrió y dijo:  “No, no, yo soy el otro”. Rubén Loza me decía ayer: “Lo he anunciado tantos años que ahora, los compañeros de “El País” –el diario montevideano en el que trabaja- me llaman y me felicitan como si me hubieran dado el Nobel a mí”. Tiempo habrá para releer y analizar de nuevo la obra larga y monumental de Vargas Llosa pero ahora sólo quería subrayar esto: que el premio para “el otro” es como si fuera nuestro, quiero decir que el otro es el nuestro.

Germán Yanke

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