viernes, marzo 29, 2024
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La estrategia de la quietud

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Enhorabuena. Al final, lo conseguirás. Llegarás. Serás. Pero al final, claro. Sin estruendo ni alharacas. Sin más entusiasmo que el de la felicidad de tu parroquia. Por desgaste, agotamiento y defunción del adversario, del que manda y gobierna y se daña obligado por las circunstancias de gobierno. Llegarás. Serás. Gracias a la tenacidad de la estrategia del inmovilismo. Sin riesgo alguno. Sin aportar nada. Con un fondo infinito cargado de nadería y vacuidad. El triunfo de la quietud. Hueco, plano, llano, simple, hermético y transparente. Tanto como opaco, es decir: de ninguna manera, imposible. Quizá sea esa la mejor descripción del trazado recorrido: sin definición, inconsistente, insustancial. Sin tener mayor interés ni relevancia tu propuesta o tu opinión. Llegarás, simplemente, por qué vas. Ni más ni menos. Y eso será un logro. Un gran logro. Para ti, claro. Al final, claro. Deberás estar orgulloso porque llegarás, serás.

Tu estrategia habrá dado resultados y los demás, esos que se pasan el día pidiéndote opinión, juzgando tus silencios, cuestionando tus gestos y actitudes; los demás, te decía, se la tendrán que envainar porque tú, el hombre que ni está, ni falta, ni se le espera, ni sabemos por dónde anda, habrás ganado el cielo para todos tus correligionarios y lo habrás hecho sin mojarte más allá de lo previsto, contra todo pronóstico, con las únicas virtudes de la paciencia de Job que, finalmente, nunca se acaba y la de la humildad; porque humildad no te ha faltado a ti, del que se han dicho esas cosas horribles de la falta de escrúpulos, de vulgaridad, de falta de carisma, de falta de talento, de falta de convicción, sin ideas, incapaz de construir un discurso aceptable, sin propuestas, amigo de los que te chulean, incapaz de tomar una decisión, que vas y vienes sin rigor, sin más proyecto que el de ti mismo, el tuyo sin más ni más, sin otra ambición que la tuya propia, sin más profundidad que la del abismo de tu incompetencia.

Te han dicho cosas horribles, pero no te pueden acusar de soberbia a ti, que te han ninguneado metro a metro por todo el suelo patrio tus amigos, tus socios, tus compañeros, tus aliados, tus afiliados, tus votantes y tus adversarios. Todos, realmente todos. Por eso tendrá aún más merito tu llegada, porque llegarás y serás, por fin, al final, claro; y lo serás contra el deseo de todos, contra la opinión de todos, contra la ilusión de todos. Pero habrás llegado; serás. Al final, claro. Enhorabuena.

Sin mojarte, sin despeinarte, sin significarte. Sin aportar una solución, sin transmitir un sentimiento. Sin cooperar, sin construir una alternativa hecha de ideas y propuestas. Vacío, sin miramientos ante las perspectivas negativas que nos afectan a todos, encantando de los datos negativos, dejando hundirse a tu país. Contribuirás siguiendo la estela del peor aznarismo, ese en el que te has educado, denigrando al adversario, mintiendo, ofendiendo, dañando, sin prejuicio alguno, sin complejos.

Llegarás. Serás. Enhorabuena. Te felicito. Serás el hombre adecuado para la nueva situación. Uno al que le da igual, al que le da lo mismo, que aguanta todo y acepta lo demás. El presidente de una presidencia sin autonomía de gobierno, sin capacidad. Sin patria, ni siquiera de hojalata: al pairo unos días y al socaire otros. Al servicio de los que mandan, de los que deciden de verdad. Los que te quieren a ti y a los que molestamos los demás.

Llegarás. Serás. Serás el presidente de los mercados mientras España se queda sin presidente. Al final, claro; el fin de la historia, que ya lo decían los que saben.

Al final, claro, llegarás, serás, que es lo que realmente te importa. ¿O no?

Rafael García Rico

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