jueves, marzo 28, 2024
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Cervantes y la memoria histórica

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Miles de personas visitan cada año la tumba de Shakespeare en la iglesia de la Santísima Trinidad en Stratford-upon-Avon. Es el mayor atractivo de esta localidad de Inglaterra. Los turistas dejan óbolos en la iglesia, compran libros en las tiendas shakespeareanas y asisten a las representaciones de las obras de teatro del maestro. La página web del ayuntamiento nos da la bienvenida al «pueblo donde nació William Shakespeare», y ofrece espectáculos, visitas, paseos, todo envuelto en el espíritu del inglés más universal. Para un pueblo pequeño, el hecho que este dramaturgo haya nacido allí ha sido una bendición porque les ha llevado mucha riqueza, más que cualquier otro del condado de Warwickshire.

Lo mismo pasa con el cementerio parisiense de Père Lachaise, donde, entre otros, está enterrado Balzac. Es uno de los atractivos turísticos de París, así como su Panteón Nacional, donde reposan los restos de muchos escritores insignes como Victor Hugo.

El turismo funerario crea riqueza en pueblos y ciudades. Si algún día se encuentra la tumba de Jesús en Jerusalén, la ciudad sufrirá una avalancha nunca vista de fieles, turistas y curiosos, mucho mayor que la actual, a pesar de que no hay un sepulcro reconocido. Durante muchos siglos, Alejandría (Egipto) fue la ciudad occidental adonde acudían más peregrinos porque allí estaba la tumba de Alejandro Magno. Las guerras y la desidia borraron su rastro.

Hace años estuve en el Père Lachaise y encendí una vela a Balzac. Luego, visité en Panteón, y me acordé los buenos momentos que pasé leyendo Los miserables. En un futuro, desde luego, visitaré Stratford-upon-Avon, y también Glen Ellen, en California, donde está enterrado Jack London.

Pero no logro dar con la tumba de Cervantes.

Este hombre fue el más adelantado de todos estos escritores pues inventó la novela moderna. Hasta entonces, los dioses o las fuerzas morales guiaban la peripecia de los protagonistas, la cual siempre o tenía un fondo epopéyico o romántico, pero las peripecias de Don Quijote salen de aventuras nada grandiosas, proceden de un hombre normal, más bien loco, y son narradas por una voz exterior algo histriónica, la de Cervantes. Por su extensión y fecundidad, Don Quijote de la Mancha no sólo es una novela de gran magnitud, sino que impulsó la lengua en la que estaba escrita. De modo que hay que agradecer a Cervantes esas dos cosas.

Y ahora que se celebra el día de su muerte, ¿alguien sabe dónde está enterrado? Ni idea. Nadie sabe dónde está la tumba de Cervantes, tumba que serviría para ejercer un gancho turístico imponente, ya estuviera en Alcalá de Henares, donde nació, o en Madrid, donde vivió y murió. Sólo se sabe que murió el 22 de abril, y que fue enterrado al día siguiente, al parecer en un convento trinitario. Luego, los españoles le dieron la espalda.

España no sabe dónde tiene enterrado a su escritor más universal, nuestra verdadera memoria histórica. Y temo que no hay un movimiento popular, histórico o cultural para buscar y desenterrar sus restos.

La casa donde vivió Cervantes en Madrid es una casa de vecinos como cualquiera. Ni siquiera es propiedad de una fundación. Nadie ha adquirido todo el inmueble para convertirlo en centro de peregrinaje cultural. Tiene una fachada común y corriente con vecinos comunes y corrientes.

Cuando vine a vivir a Madrid en el año 1977, me alojé en una pensión del barrio de los Austrias por la que me cobraban 90 pesetas al día. Era una de las más baratas y humildes. Para lavar la ropa, tenía que ir a un Lav-o-matic que quedaba cerca en la calle León. Un día, mientras esperaba la colada y reflexionaba sobre mi triste menú a base de casquería animal, me di cuenta de que enfrente había una placa. Decía que allí había vivido y muerto Miguel de Cervantes (se puede ver en http://www.panoramio.com/photo/19135421). Salí de la tienda donde se mojaban mis calcetines, y entré en el edificio. Subí las escaleras y me quedé en un descansillo pensando que Cervantes había vivido allí 400 años atrás. Con la imaginación excitada, construí entonces una fantasía inexistente: me imaginé a Cervantes subiendo y bajando por aquellas escaleras con sus manuscritos, sus sueños, sus percances. La verdad era que las maderas que yo estaba pisando no tenían nada que ver con las que pisó Cervantes, pues, en 1833, el dueño de ese inmueble ya ruinoso empezó a derribarlo para construir otro nuevo. El intelectual Mesonero Romanos escribió un artículo lamentando esa destrucción de lo que hoy llamaríamos la memoria histórica. Interesado por este atentado cultural, el rey Fernando VII intentó detener los martillos y las palas, pero no pudo hacer nada. La casa fue derribada y allí se levantó un sustituto que, pasados 180 años, nos parece muy antiguo.

Salí de aquella casa y desde entonces trato de saber dónde está la tumba de Cervantes. Todavía nadie me ha respondido.

Carlos Salas

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