viernes, abril 19, 2024
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La hora de España necesita un Estado promotor del libre mercado

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Quiero anticipar el propósito de que ESTRELLA DIGITAL, diario decano de la prensa digital española y que puede enorgullecerse de un muy importante número de accesos, que en breve publicaremos debidamente acreditados, evolucione a poner el eje de su esfuerzo periodístico en la información de economía y empresas, sin abandonar naturalmente la información política en la medida en que lo político condiciona no poco la actividad económica y empresarial, hoy en día ciertamente para mal, como bien saben y padecen los empresarios y trabajadores. Además, un nuevo modelo informático permitirá aumentar, de nuestra parte, la rapidez y complejidad de la información, y del lado de los lectores favorecerá la interactividad con el periódico.

El esfuerzo merece la pena porque de nuevo vive España, esto es, los españoles, como en aquel 1994 que nos parece tan lejos en el tiempo y tan cerca en las circunstancias que se repiten, una hora, si no oscura, por lo menos difícil de nuestra ya no joven democracia, uno de esos momentos en los que gentes de todas las adscripciones ideológicas, entre ellas seguramente incluso muchos militantes y electores socialistas, coinciden en preguntarse cómo un país cuya economía tenía admirable potencia de crecimiento ha podido llegar a la situación en la que nos encontramos. Y el diagnóstico, lamentablemente, se repite: esto ha podido suceder porque tenemos un Gobierno tan esencialmente partidista que tiene las urnas más que como principal casi como único objetivo, de modo que no importa la economía del país y mucho menos la de nuestras empresas, sino asegurar al partido el mantenimiento en el poder. Así puede suceder que muy importantes dirigentes del PSOE, seguramente los que gozan de mayor prestigio dentro y fuera de nuestras fronteras, sean cada vez más expresamente críticos con el Gobierno de Rodríguez Zapatero o, por lo menos, con el curioso empeño del actual presidente de que la realidad y los datos no formen parte de los mecanismos de generación o definición de la política económica gubernamental.

Con toda evidencia, Rodríguez Zapatero no es que sea un pragmático, sino que ha hecho del pragmatismo casi el único motor de su forma de gobierno. Con lo que parece oportuno recordar la acertada denuncia que, en un momento crítico para la economía alemana, hizo quien luego habría de convertirse en su acertado reconstructor, Ludwig Erhardt: «No tengo reparos en tachar al comportamiento pragmatista, hoy tan alabado, de capitulación ante la verdad y de cobardía ante la realidad. Muchas veces se toma por prudente al que ya no sabe por dónde va, al que rehúye tomar decisiones, y se considera político hábil al que subordina sus proyectos a los azares del momento. Los pragmáticos son relevados por los oportunistas y finalmente, a éstos les suceden los conformistas sin escrúpulos».

Desbordado por la realidad, destrozado el falso dogma de que no hay otra política económica posible, distinta y mejor que el braceo náufrago de las cambiantes decisiones casi de cada semana, el actual Gobierno ha dejado ser parte de la solución para convertirse en parte esencial del problema. Y sin embargo, existe una política económica alternativa, viable y mejor, intelectualmente más honrada y, eso sí, basada no en el capricho político sino en las duras, exigentes y éticas reglas del mercado, alejadas por tanto de las ficciones estadísticas que derivan de la obsesión macroeconómica. Y es que el mercado nos proporciona una seguridad de acierto en lo general que se alimenta de los riesgos e incertidumbres de cada caso concreto.

De ahí que me permita repetir la propuesta que hice, nada menos que allá por 1994, desde la tribuna del madrileño Club Siglo XXI: «Más Mercado y menos Estado, que es decir mejor Estado, más fuerte, podría ser la expresión simplificada de un proyecto para parecernos más en la realidad, y no de palabra, a los países avanzados del mundo que compartimos. Es un proyecto ambicioso y exigente, que implica decir la verdad a los ciudadanos, devolver la iniciativa a la sociedad, vertebrar por tanto el país, adelgazar sin miedos ni trampas las grasas flácidas del Estado, recortar y distribuir poderes, liberalizar todo lo liberalizable, que es casi todo, crear un marco administrativo y fiscal que de verdad facilite e incentive la iniciativa y el riesgo empresariales, promover el instinto de la calidad y los valores de la competencia». Somos, a fin de cuentas y afortunadamente, parte de Europa, y Europa, como advirtió hace casi cuatro décadas el profesor Antonio Martino, «puede ser un gran desastre si prevalece el dirigismo, o una gran oportunidad para la libertad y la prosperidad si vence el liberalismo».

Vivimos uno de esos tiempos decisivos en los que la libertad de prensa cobra todo su valor y dimensión, porque es precisamente la que hará posible que los ciudadanos, debidamente informados, escojan el Gobierno adecuado a las exigencias y oportunidades de la hora actual. Quiero recordar, como estandarte de este modesto elemento de la libertad de prensa que es ESTRELLA DIGITAL, las inolvidables frases de Sheridan: «No me deis más que libertad de prensa, y yo daré al primer ministro una Cámara de los Comunes corrompida y servil, la libre disposición de los empleos, el poder gubernamental, todos los medios para comprar la sumisión e intimidar la resistencia; y sin embargo, armado de la libertad de prensa, saldré a su encuentro sin temor, atacaré el potente edificio que ha levantado, derribaré la corrupción desde su altura y la sepultaré bajo las ruinas de los abusos a que se proponía dar abrigo».

En las circunstancias actuales ¿qué significado o valor real tienen esos números con los que, de vez en cuando, el Gobierno intenta presumir mayor o menor cercanía al final de la crisis? Absolutamente ninguno. Me permito tomar una muy gráfica forma de expresarlo con la que José Luis Feito salía al paso de los raros optimismos gubernamentales allá por 1993, con España sumida como hoy en el desconcierto de la crisis: «Es como el médico que señala la recuperación de una gripe cuando está bajando la fiebre, pero que se cure la gripe no excluye que el paciente tenga cáncer».

¿Qué recomendar entonces en la muy grave situación de la economía española en la hora presente? Partamos de una afirmación que puede y debe expresarse sin rodeos: cuanto menos pesa el Estado sobre la economía, se comporta ésta con más eficacia. Tal fue, de alguna manera, la poderosa intuición que tuvo Margaret Thatcher y que trasformó en doctrina política y consiguió trasmitir a los británicos. Se trataba de un liberalismo, como ella dijo, «al servicio de la gente», que devolvió a los británicos de las clases populares una verdadera capacidad de elección allí donde el Estado y sus funcionarios se habían atribuido la autoridad de elegir por ellos. Para conseguirlo fue preciso pasar por las privatizaciones, la supresión de los monopolios, la desregulación y la vuelta a la competencia. Para decirlo con entera claridad: fue necesaria la recuperación de una verdadera democracia también en el ámbito económico.

Lo que supone también recuperar el verdadero papel del empresariado en una sociedad libre y abierta como la que nos merecemos. Como expresó sin rodeos el reconstructor de Alemania, Ludwig Erhardt: «No existe un mercado libre al margen de una sociedad libre (…) no existe ningún ordenamiento económico orientado a la convivencia pacífica entre los pueblos fuera de la economía de mercado».

El hecho es que España se encuentra ahora como el Reino Unido en aquel terrible «invierno del descontento» de 1978, cuando se extendía la desoladora sensación de que el viejo portaaviones británico se iba a pique, lo que no sucedió porque los británicos escucharon la voz de Margaret Thatcher convocándoles a creer en las virtudes de la libertad y el mercado. Creo sinceramente que para España, ahora, es tiempo de tener un sueño. Se trata de soñar un país en el que el Estado reduzca su peso porcentual en la economía y gane agilidad, eficacia y autoridad para cumplir el papel de garante de la libertad de mercado y de la competencia. Se trata de soñar con un país fiscalmente moderno, con generosos incentivos para la radicación de empresas y la actividad productiva, un país de empresarios, donde sólo se precise idea, riesgo y financiación para levantar el cierre y el papeleo venga después, un país de consumidores sin extrañas regulaciones de horarios comerciales y donde se ayude al pequeño comercio con facilidades para su modernización.

Debemos soñar, en definitiva, con un país competitivo, sano, gratificador de la iniciativa y el riesgo, liberado de ancestrales recelos contra el comercio, el beneficio y la riqueza. Se trata de soñar con un país en suma de profesionales libres y honrados, de empresarios libres y honrados, de ciudadanos libres y honrados que tienen y utilizan la capacidad de elegir. Los intervencionistas dirán que esto no es posible, que el ser humano individual es indolente, torpe y avaricioso, y defenderán la tutela pretendidamente científica por la mano visible del Estado. Pero si miramos a nuestro alrededor, al mundo desarrollado, veremos todo lo contrario, veremos el éxito de la mano invisible del mercado, de la que depende que España y cada uno de nosotros tengamos las oportunidades de elegir y prosperar. Los ciudadanos, en cuanto electores, tienen la palabra. A los periodistas sólo nos toca informar de lo que vemos y comentarlo según nuestro entender y nuestra conciencia. No se trata de una alternativa entre Estado y mercado. Se trata de que el Estado ampare y promueva el libre mercado. Nada más, pero también nada menos.

Carlos E. Rodríguez

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