jueves, marzo 28, 2024
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Zapaterismo, catalanismo y federalismo

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El Constitucional se pronunciará sobre Cataluña cuando le salga de los mismísimos… estatutos. Pero los españoles esperamos que la desesperante y espinosa espera no alcance el lustro. Casi cuatro años después, los señores magistrados ya tienen fecha -por fin- para la deliberación. Comienza, justo la semana -¡qué casualidad!- en que publican un libro Zapatero y Montilla. Bueno, ellos no. Lo escriben Joaquim Coll y Daniel Fernández, pero el presidente del Gobierno, que parece encantado con sus cantos, firma el epílogo, y el de la Generalitat, el prólogo. ¡Bilateral compenetración donde las haya!             

A favor de España y del catalanismo, que así se llama el libro, ya ha sustituido a las indigestas y maquiavélicas diabluras narradas por García Abad en la mesita de noche del presidente. Lo dicen los duendes que custodian la Moncloa, que van por ahí contando que José Luis, para disgusto de Sonsoles, pasa media noche en vela leyendo y releyendo algunos de sus pasajes.

Pase que al presidente de España, que es tan español como el que más (no ironizo), no le escuchemos nunca proclamar su españolismo, que es cosa que huele a naftalina y provoca alergia en la progre pituitaria. Ahora, no vayamos tampoco a aplaudir, en un papanatismo con los ismos que sólo en el priapismo encuentra parangón, el catalanismo del presidente español. Pero da lo mismo, pues españolismo y catalanismo huelen lo mismo «a ámbar de media legua», que dijera el cagueta de Sancho Panza a Don Quijote cuando confundió éste con hediondos diablos la gallinaza que al vientre de aquel alivió.

A favor de España y del catalanismo, ¿a qué catalanismo se refiere el libro cuyo epílogo firma orgulloso nuestro presidente?, ¿al de las Bases de Manresa?, ¿al de Verdaguer?, ¿al de Almirall? O Montilla y Zapatero están reinventando hoy el catalanismo, o simplemente pretenden hacernos creer ahora, en plena era postpujol, que el catalanismo nada tiene que ver con la encendida defensa de Prat de la Riba o Pere Muntanyola de la «patria catalana» como única patria de los catalanes. La definición de Cataluña en el seno del catalanismo político nunca fue otra que la de Cataluña como patria y nación propia y distinta.

Más apropiado al desiderátum de un presidente del Gobierno español habría sido un libro que llevase por título «A favor de España y de Cataluña», que, al fin y al cabo, es hacerlo de los españoles y de los catalanes. Cierto es que la proposición puede resultar relativamente vacua por cuanto de sinécdoque contiene -el todo y la parte- y que su redundancia le imprime un aire cuasi tautológico, pero desde luego se ajusta mucho mejor a lo que cabe esperar del inquilino de la Moncloa.

Estar a favor de Cataluña no implica estar a favor del catalanismo, como estar a favor de la mujer no implica estarlo del feminismo, o como estar a favor de uno mismo no implica estarlo del egoísmo.

Defiende Zapatero en el epílogo que las relaciones entre Cataluña y el resto de España se estructuren sobre la base de una «bilateralidad bien entendida». Ya vemos que la multilateralidad entre las diecisiete comunidades autónomas, la solidaridad interterritorial y la igualdad -ésta sí- bien entendida que brindan la Constitución y el actual Estado de las Autonomías no satisface del todo en forma y fondo al presidente.

Escribe Zapatero que «cuando en el debate actual algunos plantean la bilateralidad como algo radicalmente incompatible con el Estado autonómico, olvidan que el progreso de España se ha construido en muchas ocasiones, y desde luego en los últimos 30 años, sobre la base de aportaciones bilaterales». En esto se equivoca: la bilateralidad es compatible con el Estado de las Autonomías. La bilateralidad, claro, de dos comunidades autónomas entre sí o de cada una de ellas con el conjunto que representa el Estado. No la de dos naciones dentro de un mismo Estado. Hay quienes no concebimos -y no sentimos- así la España que vivimos.

Sobre la cuestión identitaria también escribe Zapatero. Dice que «lo que el catalanismo reclama de España no es otra cosa que lo que asumimos con nuestra Constitución: un compromiso permanente y constante de reconocimiento de una identidad propia». Se trata, evidentemente, de una interpretación subjetiva para muchos cuestionable, pero en el caso de ser oportuna esta lectura no es de recibo que el Gobierno dé pábulo a privilegios que permitan avanzar más a unas regiones que a otras en el reconocimiento legal de una identidad propia.

Todos los españoles somos iguales ante la ley, como reconoce de forma explícita la Carta Magna, pero es sumergir a España en aguas procelosas conceder mayores credenciales identitarias a los españoles de unas regiones frente a los de otras. Los catalanes tienen sus señas de identidad, los andaluces las suyas, los de Murcia y los de Extremadura tienen también las suyas… y todos comparten un proyecto común, que se llama España, sin que ninguno de ellos deba arrogarse el título de unas señas de identidad de naturaleza superior. Todas las identidades son diferentes y respetables, y respetarnos conlleva convivir en pie de igualdad, amando lo propio, respetando lo ajeno y valorando lo común.

Reconocida la riqueza identitaria de nuestra nación, la nación de todos, debemos velar por que ningún estatuto de autonomía rompa ese marco de convivencia que nos hace iguales en derechos y obligaciones.

Estatutos como el catalán representan en realidad y de forma soterrada el atajo más rápido hacia un Estado federal, y este camino, de quererse recorrer, no lo debe emprender en solitario cada una de las regiones, cual taifa en tiempos del Califato, sino que ha de ser fruto de una amplio debate nacional y ha de contar con la aquiescencia del conjunto del pueblo español.

El propio Montilla lo deja claro en el prólogo del libro: «Esta actitud tiene su traducción política en la propuesta de perfeccionar el Estado autonómico en uno federal». Para unos la revisión estatutaria es la catapulta hacia un estadio superior; para otros, el trampolín hacia una piscina sin agua.

Armando Huerta

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