jueves, abril 25, 2024
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Brown vs Cameron: bruma sobre el Támesis

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Me reconozco como uno de esos nostálgicos artificiales al evocar con añoranza esa imagen de la niebla sobre el río londinense que jamás experimenté en primera persona durante mi trozo de vida en la capital británica. Lo cierto es que en la pasada década de los ochenta ya no quedaba ni rastro de fog ni de smog en Londres. Pero hoy me ha parecido apreciar de nuevo esa bruma, que se tornaba cada vez más espesa, poco después de que el primer ministro Brown -del que algunos malvados dicen que debería apellidarse Grey- abandonase el Palacio de Buckingham tras haber comunicado (técnicamente, «solicitado») a la Reina la disolución del Parlamento y la convocatoria de elecciones para el 6 de mayo.

Y es que la campaña que se avecina en el Reino Unido amenaza con ser un plúmbeo duelo en el que los contendientes bailen sobre el ring electoral sin asumir riesgos ni compromisos, con la sola esperanza de alcanzar una victoria a los puntos, más por errores del rival que por méritos propios. De hecho, los mensajes iniciales de ambos líderes distan mucho del pulso vibrante con el que en la tradición política inglesa se celebra el pistoletazo de salida de la carrera hacia el 10 de Downing Street.

Por un lado encontramos a Gordon Brown haciendo encaje de bolillos al encuadrarse en una enigmática ordinary middle class, lo que en términos políticos e históricos británicos implica una insoportable contradicción disfrazada de síntesis. En efecto, el término ordinary, tan querido por el Old Labour y por los sindicatos y profundamente ligado al concepto de clase trabajadora, entronca sin duda con los más antiguos esquemas de la lucha de clases y los carnés con la Cláusula Cuarta. Bajo el paraguas de la middle class se agruparía, en cambio, un amplio y heterogéneo grupo de ciudadanos cuya diferencia con aquella clase trabajadora no sería sólo social o económica, que también, sino fundamentalmente política, en tanto en cuanto la referida clase media quedaría voluntariamente al margen de los planteamientos confrontativos de raigambre marxista en los que bebe el viejo laborismo, e incluso para muchos clásicos en la ola de Ken Livingstone (Ken el Rojo, antiguo alcalde de Londres) no constituiría sino una suerte de facción de proletarios alienados vendidos al enemigo. Por tanto, la apelación de Brown a la ordinary middle classúnicamente demuestra que desea que le voten todos, aunque no sepa darles buenas razones para ello.

En la otra orilla del río vislumbramos a David Cameron, ese niño prodigio nacido con todos los elementos de un potencial primer ministro tory con la sola pero relevante excepción del coraje ligado al talento. El parlamentario sostenible que circula en bicicleta por las calles de Kensington mientras su chófer lleva su cartera al Parlamento en un potente automóvil. Su mensaje al conocer el señalamiento de la jornada electoral ha sido apelar al optimismo, la esperanza y el cambio. También ha indicado que se trata del futuro de la economía, del futuro de la sociedad y del futuro del país, como si el resto de las elecciones tuviesen un objeto diferente. Lo cierto es que, con sus referencias al conservadurismo compasivo y al espíritu del One Nation Tory, la pretensión política de Cameron es muy similar a la de su oponente, apelar al voto del más amplio espectro sin entrar en mayores detalles que puedan menoscabar dicho ánimo omnicomprensivo.

En estas circunstancias, la niebla política en los alrededores de Westminster se hace densa por momentos y se extiende poco a poco sobre todo el país al tiempo que la amenaza de un hang Parliament cobra cada vez más fuerza, por primera vez en décadas. Cameron dice que los votantes no tienen que soportar otros cinco años de Gordon Brown, pero no acierta a justificar por qué deban entusiasmarse ante sus primeros cinco años con Cameron y los electores británicos parecen enfrentarse, como en el chiste, al dilema entre susto y muerte. La solución la tendremos el 6 de mayo, pero podemos predecir que el entusiasmo en torno al resultado será, en términos de Foxá, perfectamente descriptible. Sólo queda saber si esa densa niebla política se mantendrá sobre las islas, dejando al continente aislado, o si en el futuro cruzará el Canal de la Mancha y el Golfo de Vizcaya.

Juan Carlos Olarra

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