jueves, abril 25, 2024
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La novela española después de Delibes

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Una editorial española compró, hace relativamente poco, los derechos sobre una novela de un autor escandinavo para aprovechar el boom de la literatura sueca fruto de las obras de Henning Mankell y Stieg Larsson. Sólo después se dieron cuentan de que, a la manera del delantero Ibrahimovic del Barcelona, el escritor tenía un apellido que sonaba más a los Balcanes que al Báltico. Así, decidieron no sacar el libro porque no iban a vender muchos ejemplares.

Sirva este ejemplo para ilustrar la realidad de la industria editorial contemporánea. De manera análoga a lo que pasa en la mayoría de las ramas económicas y sociales, incluso deportivas, la gran mayoría de las empresas editoriales está en manos de personas que han realizado másteres en economía, marketing o finanzas pero apenas saben en qué consiste un libro y el correspondiente mercado donde hay lectores de muy diversos gustos y opiniones.

Por eso, sobre todo en España -aquí todo se produce en medida exponencialmente mayor-, hoy en día apenas se pueden encontrar libros que realmente reflejen el mundo tal y como es, literatura como la de toda la vida, de esa que engancha porque nos acerca al mundo en el que vivimos. Precisamente, si la novela negra sueca ha tenido éxito es porque es más realista que policiaca, más cercana a Dashiell Hammett y Raymond Chandler que a Agatha Christie.

Por supuesto, siempre existirán autores que, con cosas ligeritas, venderán más que nadie. Así, en España, poca gente ha conseguido el éxito del ya olvidado Manuel Fernández y González o de la recientemente fallecida Corín Tellado. Pero, antiguamente, Benito Pérez Galdós o Juan Valera podían publicar sin problemas, como lo hizo Miguel Delibes en la época donde dominaba el rosa de la escritora asturiana.

La pregunta que me hago en este artículo es si Delibes habría encontrado editor en estos días que corren. ¿Tendría cabida en nuestro actual mercado, por ejemplo, un libro como El camino?

Si nos ponemos a pensar en los mejores novelistas españoles de la Transición, seguramente tendríamos que recurrir a los nombres de Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Mendoza que, aquel en el policiaco y éste en lo humorístico, alcanzaron el éxito con novelas que muestran inmejorablemente la evolución de Barcelona en el último cuarto del siglo XX. Otros «grandes» de estos tiempos, como Javier Marías, Arturo Pérez Reverte, Juan José Millás o Almudena Grandes, apenas consiguen acercarse al mundo real. O están en la lucha tendenciosa, el superventas o el limbo, o son más estilistas que auténticos narradores y cronistas novelescos de su época. Incluso sus personajes son mucho más endebles que Pepe Carvalho o el loco de El laberinto de las aceitunas.

A todo esto se une el espíritu únicamente mercantilista de nuestros premios literarios –con excepción del Nacional de Narrativa, que es más político que otra cosa–. Si en los años 40 el Nadal nos descubrió a Carmen Laforet, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o al propio Delibes, hoy tan solo intenta vender libros usando nombres más o menos conocidos. Como hacen los demás galardones que se dan dentro de nuestras fronteras.

Así, la novela española del siglo XXI camina lejos de la calidad de sus antepasados, sobre todo porque huye de la realidad actual. Se habla mucho de la Guerra Civil, de la República, del Franquismo… hay mucha novela histórica, bastante policiaca… pero, ¿dónde está el autor que nos hable de cómo somos en la actualidad? ¿Dónde están nuestros Richard Ford, Ian McEwan o Anna Gavalda, por citar a tres autores extranjeros de tres países diferentes?

En respuesta a la pregunta anterior, dudo mucho que Miguel Delibes hubiese encontrado editor en estos días. A menudo pienso que tampoco Cervantes, Góngora, Quevedo, Galdós o Baroja tendrían cabida en el actual mercado. Afortunadamente, como todo estos son clásicos aún podemos encontrarlos en las librerías. Curiosamente, a modo de consuelo, la España que criticaban no es tan distinta de la actual. Las a menudo asombrosas semejanzas entre lo que ellos contaban y lo que hoy ocurre, unido a la tiranía partitárquica y al pésimo sistema educativo, quizás explique el miedo que existe hoy a escribir y publicar nada que revele, describa, denuncie y critique nuestra actual realidad. Si bien nuestra literatura está de capa caída, nuestros seculares problemas tienen la misma pujanza de siempre.

Daniel Martín

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