viernes, abril 19, 2024
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La falacia del periodismo ciudadano

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Este verano Juan Cruz, el subdirector de El País, nos contó una anécdota a Germán Yanke y a mí. Nos dijo que había ido a entrevistar a Jean Daniel -no confundir, por favor, con Jack Daniel’s- y que le había preguntado en su despacho qué pensaba de internet. Cuenta Juan Cruz que se hizo el silencio, un silencio expectante, y que tras unos segundos el intelectual francés cogió el diario Le Monde que tenía sobre su escritorio, lo miró fijamente y preguntó: «¿Ve usted este periódico?». «Sí, lo veo», contestó Juan Cruz. «Pues algún día este periódico será el suplemento de una página en Internet».

El vaticinio de Jean Daniel no era apocalíptico para la prensa escrita. Son muchos hoy los agoreros que emulan a Francis Fukuyama y pronostican «el fin de la historia de los periódicos impresos». Es un error, como ya ha demostrado la historia de los medios. Cuando irrumpió la radio muchas voces apuntaron a la inminente desaparición de la prensa (y no ocurrió), cuando apareció la televisión fueron también muchos los que apostaron por que la radio desaparecería (y no ocurrió). Y al irrumpir internet y proliferar los periódicos digitales son otra vez muchos los que vuelven a hablar del fin de la prensa escrita. La prensa digital es el futuro, pero no va a significar la desaparición del papel.

La irrupción de internet ha supuesto una innegable revolución que alcanza a los más diversos ámbitos de la vida. La imposibilidad del papel de competir con internet en la carrera por la instantaneidad informativa se traduce en una creciente pérdida de lectores en los periódicos impresos y una revisión del reparto del mercado publicitario, así como un replanteamiento de los diarios en términos periodísticos.

La eclosión del periodismo digital no supone la desaparición de los periódicos tradicionales, pero sí una revisión, una redimensión, una redefinición del panorama mediático desde múltiples puntos de vista.

Implica una redefinición de los contenidos: hay quienes creen que al perder la carrera por la inmediatez, los periódicos de papel van a empezar a concentrar, más que información, sobre todo interpretación y opinión.

Implica una redimensión de la propia profesión, que vive en la actualidad una doble crisis: la económica -común a todos los ámbitos- y la propia de la prensa como consecuencia de los cambios a que obliga internet.

Implica una revisión del mercado publicitario: el dinero invertido en el papel disminuye, mientras aumenta en la red, aunque el flujo de dinero no es parecido, es menor. Los anunciantes no pagan lo mismo por aparecer en el papel que por aparecer en internet.

Implica una redefinición también de los usos y costumbres de la sociedad, una sociedad que cada vez lee menos, que cada vez es más digital, que cada vez visita menos las bibliotecas y las hemerotecas, y que se halla cada vez más googleizada y youtubizada. El periodismo, que debe siempre tomar el pulso a la sociedad, ha de ser consciente de la realidad social que se avecina y ha de saber adaptarse al nuevo escenario. Es en este contexto sociocultural donde debemos ubicar la irrupción del periodismo ciudadano.

El periodismo en internet tiene indudables ventajas -supone un salto de gigante en inmediatez, interacción, hipertextualidad, multimedialidad y globalización-, pero tiene también sus peligros. De uno de ellos habla Eugenio Scalfari, el fundador del periódico italiano La Repubblica, que pone el acento en el peligro del anonimato en internet, en la posibilidad de publicar sin ser identificados. Esto ha jugado muy en contra del prestigio de los diarios digitales, que ganan la carrera de la inmediatez, pero van envueltos a menudo, y para desgracia de quienes creemos en un periodismo digital serio y riguroso, de un manto de falta de credibilidad, de pábulo al rumor.

Como quiera que sea, internet es un territorio para la libertad y para la interacción. El gran salto de la red es que ha sido capaz de hacer lo que ningún otro medio había conseguido hasta ahora: convertir al receptor del mensaje en emisor del mismo. Y una cosa es que cualquier mensaje sea información, y otra diferente es que cualquier mensaje sea periodismo. Vivimos en la era de los facebook, los tuenti y los blogs, fenómenos que no tienen por qué ser periodísticos.

He de reconocer que la expresión «periodismo ciudadano» me despierta cierto recelo, casi rechazo. Es desafortunada. Internet no es de los periodistas, es de todos, y aplaudo y celebro que internet, en tanto que espacio de libertad, haya convertido a cualquier ciudadano en potencial emisor de mensajes a través de la red. Ahora, lo que no comparto es que el mero hecho de escribir un texto o un comentario y lanzarlo a la red constituya periodismo. A veces sí y a veces no. Ocurre lo mismo con los blogs. ¿Son los blogs periodismo? Unos sí y otros no. En muchos casos se trata de diarios personales, sin pretensión alguna de tomar el pulso a la sociedad, de desvelar asuntos novedosos o de denunciar las disfunciones del sistema.

Me quedo con la reflexión de Ryszard Kapuscinski: «Antes, el periodismo era una misión practicada por unas pocas personas con amplios conocimientos de cultura e historia. Lamentablemente ahora ha pasado a ser una profesión de masas en la que no todos son competentes».

Armando Huerta

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