jueves, abril 18, 2024
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¿Camino de la flexiseguridad?

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Aunque todavía suena a palabro, algunos lo patrocinan como una especie de bálsamo curativo de los males que aquejan el mercado laboral. Incluso los hay que creen descubrirla tras el bosquejo de reforma lanzado por el Gobierno el viernes de la pasada semana, tomado por sindicatos y patronal como base válida para articular una negociación. El concepto no es nuevo: surgió en la década de los años ochenta del pasado siglo, básicamente en Dinamarca, y está de una u otra manera introducido en países como Holanda, Austria o Suecia. Y, aunque la Comisión Europea llegó a medio apadrinarlo, no ha resucitado hasta que la crisis se ha instalado plenamente. Es la flexiseguridad.

Como suele suceder, las interpretaciones son varias y los posicionamientos, a favor y en contra, también. Yendo al origen, se suele definir como una mezcla entre más flexibilidad en materia contractual para las empresas y mayor empleabilidad de parte del trabajador. Dicho así, muchos tienden a interpretar que se trata del innombrable abaratamiento del despido o una consagración de la temporalidad, pero probablemente sea fruto de la simplificación.

Otros, en cambio, más partidarios de explorar la fórmula, ven una oportunidad para avanzar en una mayor adaptación por ambas partes a la realidad presente, posibilitando formas menos rígidas de organizar el trabajo -horarios, turnos, teleprestación, etcétera-, entre otras cosas sustituyendo la dinámica presencial vigente por otra en la que prime la eficiencia en el desempeño sobre lo demás. Citan, incluso, mayores capacidades para optimizar la conciliación de las vidas laboral y personal-familiar.

La contrapartida debe estar en un incremento de las capacidades del trabajador para migrar de una ocupación a otra, mediante sistemas eficaces de formación y capacitación que le permitan abordar situaciones de movilidad ocupacional sin merma de la calidad de su puesto de trabajo. Todo ello con la debida protección estatal, en forma de subsidios, tanto a los procesos de formación continua como mediante un sistema generoso de prestaciones durante los periodos de forzada desocupación.

Sin duda, el éxito aparente cosechado por la flexiseguridad en las economías escandinavas, y alguna otra que se ha animado a importarla, está tras el ánimo de quienes patrocinan su traslación al mercado laboral español. Claro que su patrocinio choca con el obstáculo de las palpables diferencias entre aquellas sociedades y ésta, al punto de verter serias dudas sobre su importación.Ésa era, hace apenas un año, la concepción del presidente Rodríguez Zapatero: «Vale para los daneses, no para nosotros» (febrero del 2009).

¿Se exceden quienes han creído ver algo del concepto tras el planteamiento del Ejecutivo sobre la reforma laboral? Sin duda, la negociación y su desenlace dará medida de si el modelo es trasplantable, todo, en parte… o no hay nada que sirva y valga la pena copiar.

Enrique Badía

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