viernes, abril 26, 2024
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Hay una forma casi segura de pasar a la historia en cualquier momento: hacer las cosas de forma distinta a como todos las han hecho hasta ahora… y acertar. Huelga decir que la segunda parte es esencial. Los disparates y caprichos no cuentan; están al alcance de cualquiera. Zapatero quiso entrar en la historia desde el primer momento de su mandato. Nada de caminos trillados, nada de soluciones adoptadas previamente por otros con mejor o peor fortuna. Bajo la consigna de «otra España es posible» se desató un maremoto de talante que nos iba a transmutar en un país inmaculadamente bueno. De hecho, iban a ser buenos, mediante esa piedra filosofal llamada alianza de civilizaciones, hasta los que colocaron las bombas que facilitaron la presidencia de Zapatero. En adelante, todo iba a ser maravilloso como el mundo de Alicia. Qué fiasco a la vuelta de apenas seis años. Qué obstinada es casi siempre la dura realidad.

La lista de intentos innovadores de Zapatero que no han conducido a nada es larga. Al mismo tiempo de esa alianza rara, el nuevo inquilino de la Moncloa se puso a negociar con ETA. Los terroristas, que estaban sin dinero y contra las cuerdas, tuvieron tiempo de rearmarse y perpetrar el estropicio de la T4; un atentado, sobra recordarlo, que costó dos vidas. Y no fue el último. Qué lástima. Sólo con uno de estos dos logros -el fin de ETA o una conjunción planetaria en torno a la alianza- se hubiera puesto Zapatero a las puertas del Nobel. Acaso hasta lo hubiese recibido ya, adelantándose con ello a su idolatrado Obama. El mismo que acaba de negarle el pan y la sal acudiendo a la Cumbre de Madrid. Por parafrasear a los juristas, la realidad es dura pero es la realidad.

Como contrapartida -no todo ha de ser malo-, Rodríguez Zapatero ha tenido el detalle de alegrarnos la vida con algunas gracias. Podría citar el nombramiento de una señora pacifista hasta la médula y catalanista hasta el tuétano para estar al frente de las Fuerzas Armadas españolas, por si fuera poco embarazada de siete meses en el momento de asumir el cargo. De nuevo, a contrapelo. Los réditos de una «innovación» en el asunto de ETA o el intento de la Alianza puedo entenderlos. El nombramiento de la señora Chacón, no. Si quería una mujer como ministra de Defensa, perfecto. En el PSOE tiene algunas de armas tomar. Le sobraba para elegir con más sensatez. Luego vienen los «Alakranas», los tres cooperantes secuestrados -que están bien en algún lugar de África, aunque no se sabe dónde- y todo lo demás.

El caso es que de desengaño en desengaño y de realidades en realidades hemos llegado a la preocupante situación de 4.300.000 parados, un sistema de pensiones -reformas y contrarreformas aparte- que puede aguantar diez años pero no veinte… Para qué seguir.

Sería injusto, sin embargo, culpar de esto a Zapatero y a sus sucesivos gobiernos. El actual Ejecutivo ni siquiera es culpable de que España no sea capaz de abandonar los números rojos en un tiempo razonable. En esencia porque salir rápidamente de la crisis significa volver de inmediato a la situación anterior; es decir, a construir en un solo año más viviendas que Francia, Italia y Alemania en su conjunto. Conviene no olvidar este dato. Sí es culpable Zapatero, en cambio, de seguir tirando barro a la pared con la esperanza de que pegue. Sobre todo cuando el horno no está para experimentos. ¿Moción de censura o cuestión de confianza? ¿Para qué? ¿Para que el actual presidente la gane con apoyos parlamentarios racaneados en las periferias y se blinde hasta el final de la legislatura? Lo más lógico como opción inmediata son las elecciones anticipadas que acaba de proponer Esperanza Aguirre. Si lo que quiere Zapatero es entrar en la historia, ahora tiene en sus manos hacerlo mediante un gesto tan simple como magnánimo: permitir que los ciudadanos decidan si debe continuar o marcharse.

Ricardo Peytaví

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