jueves, abril 25, 2024
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Como el ‘Titanic’: hacia el iceberg

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Escribámoslo sin rodeos ni retórica: por estos duros pagos, «tierras para el águila», que advertía Machado, las cosas están mal, muy mal, y los equilibrios políticos se deterioran mientras la economía profundiza en el pozo de la crisis. El cada vez menos improbable riesgo del impago de la deuda se hace sentir en los mercados, con visos de profundizar aún más en los próximos días, y hasta los más ideológicamente afines reconocen ya que el actual Gobierno no sólo ha perdido el control de la situación sino, lo que es peor, parece manifiestamente incapaz de impulsar y articular, con las restantes fuerzas políticas, modelos y consensos para actuar contra la crisis. Así que, al final del final, hoy estamos peor que ayer pero con todos los síntomas de que mañana estaremos peor que hoy.

La evolución de la economía española es ya la crónica de un desastre anunciado, y lo más grave es que hubiera podido ser diferente sólo con hubiera otras cualidades políticas y éticas al timón del país en estas horas que son difíciles y duras para todos los países de Europa y del mundo.

Sucede que, en medio de los huracanados vientos de la crisis, nuestros países vecinos de la Unión Europea, como Francia, Alemania o el Reino Unido, tienen, mejores o peores, más o menos al gusto de cada cual, líderes serios y equipos razonablemente coordinados. Y aun así, el desastre acecha en cada largo del recorrido. Pero, de las grandes naciones de Europa, sólo nosotros, con manos incompetentes al timón, navegamos ya inocultablemente al catastrófico choque con el iceberg, mientras Míster Bean practica divertidos juegos de timón. No es tanto un tema de derechas o de izquierdas, como de seriedad y capacidad.

Es mucho lo que está en juego y en peligro, nada menos que todo el fruto de esa larga historia de éxito político y social que, con sobresaltos sin duda en ocasiones muy duros, pero siempre razonablemente manejados con espíritu de consenso, viene desde el inicio de la etapa democrática y ha cruzado no sólo gobiernos de muy distintos signos ideológicos sino incluso problemas y situaciones tan graves como las presentes. ¿Por qué en todo ese tiempo, hasta el 2004, sí y ahora no? Porque a partir de ese año, premeditada y deliberadamente, se ha quebrado el espíritu de consenso y se ha querido gobernar con media España contra la otra media.

Así que el terrible problema de la hora presente de España no tiene, ni mucho menos, nombre de partido, ni de ideología, ni de sector o grupo social, sino de persona, de dirigente político concreto que, con la mano agarrotada sobre el timón y sonrisa satisfecha y vacía, nos conduce hacia el iceberg, con cada vez menos probabilidades de sortearlo y evitar el fatídico choque con la realidad. Pero los demás dirigentes políticos no podrán lavarse las manos si la colisión letal se produce, porque es una evidencia que no están haciendo lo que debieran y podrían hacer para detener la deriva y evitar la tragedia.

¿Qué es, entonces, lo que los ciudadanos esperan, lo mismo los de izquierdas que los de derechas, lo mismo los empresarios y financieros que los profesionales y trabajadores? Esperan aquello que tienen derecho a esperar, y que no es sino liderazgo, ideas y compromisos. Un liderazgo democrático abierto a todos, capaz de conciliar y no de dividir, de aunar esfuerzos en un programa económico serio y no de extraviarse por esperpénticos escarceos presuntamente sociales, de hacer más política y menos propaganda, mejores proyectos y menos excentricidades. Pero con la experiencia vivida es difícil esperar que esto pueda suceder con Rodríguez Zapatero. Y lo peor es que tampoco se percibe la alternativa necesaria. Así estamos…

Carlos E. Rodríguez

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