viernes, abril 19, 2024
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El ‘I’m sorry’ de Tony Blair

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Blair no se arrepiente. No tiene nada por lo que pedir perdón. Eso es al menos lo que ha dicho en la comisión Chilcot, que investiga en Londres la guerra de Iraq. Es verdad que Westminster no es ni La Haya ni Nuremberg, pero el amigo de Bush -y de Aznar- en la cruzada de las Azores no mostró signo alguno de contrición.

Su I’m sorry, el único que pronunció, no fue -como en moral debía- por la muerte de 179 soldados británicos en Iraq ni por la de más de medio millón de personas en ese país desde que en marzo del 2003 fuese invadido. Tampoco por las armas de destrucción masiva que jamás localizó. Ni siquiera por la lacerante gestión de una posguerra cuyas heridas aún sangran. El I’m sorry de Blair, su único atisbo de lamento, fue por «dividir» a la sociedad británica al apostar por la guerra. Aquello terminó de crispar el ánimo de los manifestantes que, agolpados a las puertas del Queen Elizabeth Hall, lo esperaban al grito de «criminal» y «mentiroso».

Muchos piensan que Blair no debe pedir perdón, que no es ningún asesino, que él sólo pretendía garantizar la seguridad de todos y que su intención era loable: cortar de raíz cualquier tentáculo de los terroristas de Al Qaeda en la zona. Pero también es cierto que muchos pensamos que el fin, por bienintencionado que sea, no siempre justifica los medios, y que Blair habría estado a la altura política que alcanzó en los mejores años de su «tercera vía» si, aunque no hubiese pedido perdón, en coherencia con su responsabilidad (no culpa), hubiese expresado públicamente su lamento por las muertes sobrevenidas. Lo que otros llaman «efectos colaterales». Esa sensibilidad era necesaria estando además presentes en la sala familiares de las víctimas.

Admitir que Washington y Londres manejaron informes no del todo precisos sobre la verdadera situación acallaría, por un lado, muchas de las voces que acusan a Blair de mentir, y por otro, proyectaría una imagen pública más humana que la mostrada este fin de semana por el ex mandatario británico. Admitir un error no significa asumir una culpa ni mostrar tampoco arrepentimiento.

Blair, que comenzó su intervención algo tembloroso, se refugió en dos silogismos -tan lógicos como simples- para defender su decisión de atacar a Sadam Husein. El primero, para justificar la invasión: si Iraq representaba un peligro para la seguridad mundial (premisa 1) y si Occidente debía preservar la seguridad mundial (premisa 2), entonces Occidente debía atacar Iraq (conclusión). El segundo silogismo, para alertar del peligro que esconde Teherán e infundir miedo: si Iraq representaba un peligro para el mundo y fue atacada (premisa 1) y si Irán supone ahora una amenaza mayor que entonces Iraq (premisa 2), entonces Irán debe ser también atacada (conclusión).

No le falta razón al ex premier británico al advertir de la necesidad de frenar los planes maléficos de Mahmud Ahmadineyad, pero confiemos en que, llegado el momento, y a diferencia de lo que ocurrió con Iraq en el 2003, se respeten los dictados de la ONU.

La Carta de las Naciones Unidas, de acuerdo con el Derecho Internacional consuetudinario, prohíbe el uso de la fuerza salvo en dos circunstancias: la legítima defensa y la seguridad colectiva. Pero es precisamente el Consejo de Seguridad el que es competente para determinar cuándo existe una amenaza real contra la seguridad internacional y el que debe emprender o autorizar acciones colectivas para frenar cualquier amenaza de esta naturaleza.

Bush y Blair, entusiastas -ya se sabe- del multilateralismo, se pasaron por el arco del triunfo este imperativo haciendo una muy interesada interpretación del famoso artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas. Ni siquiera dejaron que Hans Blix, que era a quien la ONU había encargado inspeccionar las operaciones de desarme impuestas a Husein, completara su trabajo.

La Administración Bush cometió un grave error de apreciación al creer demostrado que existían en Iraq armas de destrucción masiva, y Tony Blair brindó un apoyo ciego. Que Sadam Husein fuese un tirano y que Iraq entonces -como Irán ahora- merezcan una estrecha vigilancia por parte de la comunidad internacional, no exige de responsabilidad en el error a Tony Blair. Malo es cometer errores, pero peor es mantenerse erre que erre en el error.

Armando Huerta

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