Los concursantes de las distintas ediciones de Gran Hermano han dejado para la posteridad algunas frases famosas. Una de ellas es: «En esa casa todo se magnifica». Es cierto. Cursi, pero cierto. No sólo en ese programa sino en todo lo que se refiere a la tele. Lo magnificamos nosotros al hablar bien o mal de los programas, lo magnifican las propias cadenas al comentar a todas horas los más nimios detalles de la vida de sus protagonistas y lo magnifican el resto de los medios de comunicación, en especial las revistas, en una labor incomprensiblemente gregaria, aportando portadas y reportajes de los «famosos magnificados», vestidos o no.
Así que conviene «desmagnificar». Lo vamos a hacer recurriendo a palabras más ortodoxas y solemnes como son Democracia y Matemáticas.
Un programa de éxito es aquel que consigue, más o menos, una media del 15% del share. Con esta palabreja nos definen a usted y a mí cuando nos sentamos delante de la tele. Si salimos a cenar, leemos un libro, navegamos por internet o cualquier otra cosa, dejamos de ser share, lo cual no debe causarles complejo alguno. Todo lo contrario: les honra. Bueno, pues si las matemáticas no me fallan, hay un 85% de share que pasa olímpicamente de los llamados programas de éxito y sus famosos.
Así que en la duda que corroe a los concursantes de Gran Hermano y que ha provocado otra frase eminente: «España me quiere», lamentablemente les debo desengañar. España no les quiere. Divierten, entretienen e incluso provocan algún tipo de sentimiento o afecto a sólo un 15% de la España que ve la tele. Y eso que, insistimos, no contamos a quién se abstiene. Democracia pura.
En democracia ese porcentaje sólo permite crear un partido político de esos que se llaman «bisagra», los cuales también caen en la tentación de magnificarse e inducen al error a la mayoría de la población silenciosa. En Cataluña hay algún ejemplo.
Pero volviendo a la tele, reconozcan que un porcentaje del 85% de españolitos que libremente eligen otras opciones es un dato que impresiona, por no decir otra cosa, y puede llevar a alguna reflexión a los «famosillos», si saben que es eso de reflexionar.
Todas estas líneas tienen como objetivo minimizar los éxitos, fenómenos o efectos de un tipo de programas que me cuidaré mucho de llamarlos «basura». Esos programas tienen su público, su burbuja o su numeroso club de fans. Nadie obliga a verlos y la realidad es que dan trabajo a mucha gente que a su vez tienen muchas bocas que alimentar. Sin ir más lejos, a todos esos pobres niños que aparecen en las revistas con las caras espantosamente digitalizadas. Para ellos debe ser un trauma terrible.
Paco Fochs