El tópico de que el poder desgasta pero la oposición mucho más no hace referencia sólo a las dificultades de atravesar el desierto sin tener a disposición el BOE. También, en algunos casos, la oposición tiene una extraordinaria habilidad para meterse, aunque transite por el desierto, en todos los charcos. Ahí está, por ejemplo, el asunto del empadronamiento de inmigrantes irregulares en el que el equipo municipal de Vic, presionado por un partido claramente xenófobo, se ha enfangado colocándose en contra de la ley, fuera de sus competencias, y con actitudes bien alejadas de la justicia y el sentido común. El PP comenzó a reaccionar bien señalando la ilegalidad, lo absurdo que resulta que un ayuntamiento quiera establecer la política de inmigración y las contradicciones internas de los partidos que gobiernan en la citada población. Pero ha durado poco.
Primero, Torrejón, en Madrid, donde el criterio de empadronamiento, además de esperpéntico, vuelve a alejarse de las obligaciones municipales, a las que no corresponde determinar una política ni establecer y penalizar que pueda ser un «piso patera» para alojar inmigrantes. Después, la marabunta, queriendo al parecer convertir la inmigración en uno de los grandes temas electorales mediante la vuelta al «contrato de integración» y la falta de distinción seria entre el control adecuado y la falta de realismo con alusiones a una cierta identidad con derechos superiores a los de los demás. Ahora hay inmigrantes en el paro, como si su cobro no fuera por lo que han cotizado. Los irregulares no pagan y van a urgencias, como si en un sistema de protección universal, del que dicen sentirse tan orgullosos, se discriminara a los agentes de la economía sumergida o se hiciera pagar más a las familias con más hijos. Y lo de que «no cabemos todos»… El PP, que recela de que el Gobierno sepa qué sectores económicos deben primar, va a saber ahora cuántos y de qué modo cabemos. El hecho: lo de Vic es ahora un charco del PP. Majestuoso. Y mañana hablaremos del agua.
Germán Yanke