viernes, abril 19, 2024
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R. Castro, esperando a Obama

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Después del demorado alto en Venezuela, con la sabida obsequiosidad del compañero Chávez, el aterrizaje en Brasil para asistir a la cumbre que reúne al bloque regional iberoamericano y a los Estados caribeños, con su específica dispersión y colorida diversidad. De todo tienen y de todo hay, como en botica. Pero cumplidamente sobresale, en el abigarrado conjunto, la entidad magnífica de Cuba: velada ya por casi medio siglo por la lóbrega fantasmada soviética de los hermanos Castro. Que a los cubanos han negado algo más -con ser ello tanto- que el pan y la palabra. Eso que el poeta Blas de Otero pedía verso a verso, con menos fundamento, a otra dictadura.

De todo ello lleva Raúl, actual jefe de Estado con la reválida del putinismo ruso, la representación ante los convocados por Lula. Y allí, en Costa do Sauipe, donde se ha presentado antes de que llegara Lula da Silva, el anfitrión de la cumbre, el segundo de los Castro, tal como es costumbre en el sistema que ahora preside, ha sacado pecho e insistido en una obviedad a preguntas sobre el futuro de la relación entre Washington y La Habana: el cambio en ésta debe establecerse sobre el principio de igual a igual. Y que, además, nada del trato hecho de palo y zanahoria.

Como no podía ser de otra forma ante el inmediato relevo en la Casa Blanca, vuelve a establecerse la cuestión, después de las elecciones presidenciales norteamericanas, y desde la perspectiva de las izquierdas, de si el fin de los mandatos de George Bush ha de llevar a una modificación en las relaciones entre Washington y La Habana, como si éstas dependieran principalmente de los puntos de vista de cada presidente y no de la estructura política -poco variable- en que los criterios presidenciales se inspiran. Al igual, por otra parte, como ocurre en La Habana. El turno de ahora, en Washington, corresponde a Barack Obama. En eso, garantizado queda el principio de igualdad que Raúl Castro reclama…

En torno a esta cuestión de las relaciones cubano-estadounidenses se ha especulado con una eventual gestión mediadora por parte del presidente brasileño Lula da Silva, por concurrir en él dos circunstancias relevantes: su viaje desde el izquierdismo radical a la moderación centrista y a la gestión política eficaz -principalmente en el orden de la economía- y, desde eso mismo, por su trayectoria de templanza en las relaciones suramericanas.

Por eso expresa y representa Lula una idea cierta de garantía frente a los dislates y las fantasías del venezolano Chávez, que ha creído encontrar en el estafermo totalitario del castrismo cubano el mordiente que le faltaba a su poder económico, cuando los precios del petróleo le inspiraban, desde insostenibles alturas, sus propios sueños hemisféricos. Pues bien, no parece lo más verosímil que el presidente vaya a prestarse para hacerle un quite al régimen cubano ante los inciertos comportamientos del presidente electo.

Alguna prenda habría de aportar el régimen de La Habana para que su espera de un cambio en la nueva Casa Blanca pudiera tener algún soporte objetivo y resultar así verosímil. Y sólo hay que ver de qué modo ha sido celebrado en la isla el cincuentenario de los Derechos Humanos. Enchiquerando a otro lote de disidentes.

José Javaloyes

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