Una historia cargada de incógnitas
Las imágenes gráficas de los ministros del llamado gabinete de crisis delataban, tras la liberación de los tripulantes del Alakrana, que no salían de una celebración, sino más bien de un funeral. Un funeral político o, si se prefiere, una reyerta dialéctica. Por más que se haya intentado vender un éxito, cosa harto difícil, lo que ha quedado patente ha sido una derrota, o, para mejor ajustarnos al escenario vivido, un perfecto naufragio. Se ha comprado, a precio desorbitado que nunca se confesará con exactitud, una libertad, y de paso se ha financiado una impunidad que promete mayores desafíos. Los piratas que quedan encarcelados, dos desgraciados secundarios que en nada compensan con su captura la magnitud de la humillación que se ha hecho padecer a España, serán devueltos más pronto que tarde a su punto de procedencia; y en el centro de la mafia corsaria, allá en algún edificio de Londres, sede o gran capital del Derecho Marítimo Internacional, continuarán las maquinaciones y los planes para garantizar la continuidad del negocio. Y encima se dice que España se ofrece para entrenar nada menos que a dos mil militares somalíes, que con toda razón se valoran de antemano como posibles futuros piratas adiestrados por nosotros mismos.
Los miembros del llamado gabinete de crisis, sin que Zapatero haya aparecido por ningún lado durante sus deliberaciones, no iban vendados de milagro. El único que tras la pelea lucía una sonrisa complacida era Moratinos, que ha pasado políticamente del cero al infinito dentro de las catalogaciones de méritos que tradicionalmente se formulan. Es curioso: un ministro tenido por de lo peorcito que ha dado hasta ahora nuestra diplomacia, resulta ser ahora el único personaje ileso de este sanedrín encargado de resolver un problema cargado de dinamita política. Algún otro miembro del Gobierno ha ido mejorando también de cotización gracias a su evaporación política en estos días tremebundos. Ha sido el caso de Pepiño Blanco, habitual de casi todas las comparecencias críticas, no necesariamente relacionadas con asuntos internacionales. Mientras tanto, la vicepresidenta Fernández de la Vega ha intentado salvar la cara después de haber contribuido más que nadie a perpetrar el error de traer a España al dúo de piratas que tanto complicaron el drama del secuestro. Con algún fundamento se piensa que la vicepresidenta tiene el tiempo tasado al frente de sus actuales responsabilidades, dado que, además, su salud es muy frágil.
Para colmo, se dice que la señora De la Vega, o 'de La Vogue', influyó bastante para que se eliminara del código penal el delito de piratería. Eran otros momentos de la vida política y esa figura tal vez le parecía reaccionaria.
Desde el punto de vista militar, los responsables políticos zapateriles que han determinado con sus consignas el "papelón" de España en la protección del pesquero secuestrado contribuyeron a la mala puntería ensayada desde las unidades navales allí desplazadas, o desde los helicópteros. Los "artilleros" habrían sido muy obedientes en el sentido de esmerarse en "no acertar" con el objetivo disuasorio. Por si acaso empeoraba la situación de los secuestrados.
Estamos ante una historia que poco a poco, con suerte, podría ir saliendo a la luz. Lo que ha ocurrido sobre todo, en punto a interioridades incómodas para el Gobierno, es que las presiones desde Madrid han sido muy intensas. Por ejemplo, la asociación atunera vasca que cuenta al Alakrana y a su patrón entre sus principales afiliados, ha tenido que someterse a rigurosas consignas de silencio. Así se explica que tal organización se haya distinguido estos días por la enorme elocuencia de su mutismo. De ese extremo podría hablar, si quisiera o pudiera, su máximo responsable. De momento llama a las puertas de la imaginación lo que tal señor pudiera revelar sobre ciertos pormenores de esta crisis. Pero no parece probable que tales particularidades salgan a la luz.