El sistema funciona mal
Ya lo anunció Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de Extremadura y miembro del Comité Federal del PSOE, en las vísperas de la reunión de este último. "Todo son elogios y aplausos". Incluidos, por supuesto, los suyos. Y cuando el ex líder extremeño describía esa situación se refería a casi todos los comités federales que el partido ha venido reuniendo en su etapa posfranquista, que era cuando estas asambleas comenzaron. El resultado está a la vista. No hay crítica. Como ha descrito Ibarra, "nadie se atreve a levantar la voz". Pero no sólo en los citados comités, sino también en los órganos del partido como conjunto. Y encima, en su artículo de El País, el citado prohombre extremeño dice que el silencio no se debe a un supuesto autoritarismo del secretario general.
Cierto. El militante allí convocado piensa sólo en su carrera y no en el bien de esa España que él mismo aspira a disfrutar, si puede, desde el puesto que sea, siempre adecuadamente remunerado. Tal militante, sumado a otros muchos, hacen posible por adulación que Zapatero, ese personaje cuyo autoritarismo no produce según Ibarra el fruto cobarde del silencio, desconozca el beneficio de la siempre útil crítica. No. Está exento. Es incurable.
Eso no significa que Zapatero deje de ser autoritario efectivo. O que sea admirado y no temido. Lo que ocurre seguramente es que el militante seleccionado que se reúne con otros centenares para aplaudir y callar, se teme a sí mismo. Teme por su suerte y no prueba fortuna en el arte de objetar. Sabe perfectamente que Zapatero, su modelo, llegó al poder, primero en el partido y luego encaramado al sillón de la Moncloa, observando la regla del silencio, de la invisibilidad política desde las espesuras grises de las posiciones mediocres. Ello le permitió ascender en una determinada coyuntura política. Una combinación de factores y odios internos, con Alfonso Guerra de abanderado, hizo posible que José Bono perdiese la silla en litigio por haberle perdido antes el miedo al de Sevilla cuando éste naufragaba por el caso de su hermano Juan. Ahora, el de Sevilla, el mismo que en Rodiezmo (León) ha acompañado al presidente en el aplauso mientras vociferaba La Internacional durante un mitin, ha sufrido respecto a ZP en persona un ataque de amnesia cautelar. Actualmente preside la comisión constitucional del Congreso, un puesto que se garantizó mediante el arte de olvidar y jamás repetir que Zapatero, como él mismo lo definió, era sencillamente "bambi".
¿Qué ocurre a fin de cuentas? Que la democracia no funciona. No sólo que Zapatero sea autoritario en realidad, sino que la ausencia de democracia le permite ser como es, sin mayores problemas. Es el sistema el que está enfermo. El artículo sexto de la Constitución, por la que Guerra vela desde el sillón de la comisión que preside en el Congreso, establece taxativamente, respecto a los partidos, que "su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos". Ya se ve.
Desde luego, para que ZP esté seguro en su sitial monclovita y en la cúspide del PSOE, no necesita ejercer el autoritarismo. Su entorno, en las Cortes y en el comité federal, sabe que ese personaje es su propia garantía. Nada de perder el poder. Nada de contribuir a que ZP lo pierda aplicándole una crítica interna. Ni hablar. Porque luego vienen las elecciones y eso es siempre un riesgo. Es más rentable sonreír y aplaudir. Y, por consiguiente, durar en los cargos. En línea con Fernando VII, pueden proclamar: "Vayamos todos juntos por la senda de la Constitución". O sea, de la Constitución que permite con sus complejas articulaciones ser desobedecida. Es parte de su esencia.
¿Y qué decir de quienes desde fuera hacen posible con su voto electoral que el partido no se corrija? Sencillamente que, o tienen cautivo el voto, o aplican el conocido lema de que "más vale conocido...". En este último caso miran a su alrededor y... ya se sabe. Son votantes automáticos. Unos heredaron la inclinación, otros la devoción. Bastantes se han decepcionado ya, pero no rompen ni devuelven el carné. E incluso, cómo no, pagan la cuota.
Lorenzo Contreras