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Pedro Sánchez y Nicolás Maduro: patologías afines

Por supuesto, no son idénticos. Pedro Sánchez es la más alta encarnación de un modelo psicológico y político, la del señorito narcisista irremediable que usa el poder para denigrar a todo aquel que no entone las loas que desea escuchar; mientras que Maduro es el ignorantón prepotente, feroz hasta el extremo de torturar y aniquilar a quienes se le oponen.

Sin embargo, entre estas dos tipologías, hay semejanzas mentales profundas. Esas afinidades, que en un primer vistazo no son tan evidentes, se hacen nítidas y abultadas cuando en el escenario irrumpen realidades de crisis. El gran apagón eléctrico de España y la catastrófica temporada de apagones en Venezuela durante 2019 tienen una propiedad intrínseca y común: actúan como radiografías. Nos muestran que entre el patiquín y el gorila hay recurrentes y peligrosas empatías.

Cuando se produce un colapso -eléctrico o de otro orden- lo primero que salta a la vista de los ciudadanos es la incompetencia: la incompetencia, no como el rasgo particular de un determinado funcionario o de la cúpula de una organización. Me refiero a la ineptitud como promedio, a la negligencia extendida y tolerada, a la incapacidad protegida, que se promueve y autoriza a cambio de lealtad política. Se podrían escribir tomos que narren los episodios de medianía, de ramplona ignorancia y estulticia, que son los fundamentos predominantes en las culturas políticas del madurismo y el sanchismo. Hay un vínculo causa y efecto que parte de la corrupción y el clientelismo, no se detiene en sus consecuencias, sino que desemboca como un delta en un estatuto administrativo y moral, que es de aceptación de la incompetencia. Se establecen así regímenes gubernamentales en los que la mediocridad es el sello protuberante, el signo de identidad.

Esa mediocridad reinante explica por qué, cuando se producen hechos de graves consecuencias para los ciudadanos, la primera respuesta es el silencio. Hacen silencio porque no pueden hacer otra cosa. Hacen silencio porque cuando miran a su alrededor, o toman el móvil para hacer una llamada, o se preguntan a quién consultar, no encuentran una respuesta: es el castigo que se autoinflige el mediocre que se rodea de mediocres. El sanchismo y el madurismo comparten ese mínimo: estar constituidos por la sustancia de la sandez. No les importa que, apenas se produce la caída total del sistema eléctrico, la ciudadanía requiere de una explicación. Necesita, de forma urgente, que la autoridad aparezca y dé la cara. El ciudadano rechaza en su fuero interior la experiencia de la indefensión, de sentirse a la intemperie, sin la presencia inmediata y eficaz de un gobierno que asuma el control de los hechos.

Entonces hay que preguntarse, ¿qué ocurre entre el colapso y el momento en que, por fin, Sánchez o Maduro deciden aparecer? ¿Qué han hecho durante ese tiempo? Han evaluado el escenario para decidir a quién culpar. Se han reunido para planificar cómo quitarse de encima, como quien espanta unas moscas, toda responsabilidad. También, simultáneamente, para levantar un dedo y acusar. Sánchez ya lanzó al banquillo a las eléctricas privadas, como Maduro, en su momento, acusó a la oposición de organizar un sabotaje de la totalidad del sistema eléctrico venezolano.

Uno y otro comparten el guion: se paran frente al micrófono, hablan en tono enfático, aseguran que el gobierno está actuando ante lo sucedido; pero, sobre todo, levantan la voz todavía más, cuando afirman que han ordenado investigar las responsabilidades de los hechos, con el mayor rigor -caiga quien caiga-.

De eso se trata la escena predilecta de los dos poderosos: del paso del silencio al señalamiento. Y así, formulada la acusación, pateada la responsabilidad a la cancha de otro, comienza la siguiente parte del plan: iniciar la campaña de ataques en contra de los supuestos responsables. En otras palabras: politizar el fallo propio hasta la náusea, y así borronear de la escena pública la pregunta sobre el cumplimiento o incumplimiento de los deberes del gobierno con relación al funcionamiento de los servicios públicos.

Tanto en Maduro como en Sánchez, además, se repite el síndrome del bocazas: antes de la debacle se han pavoneado diciendo que la misma no ocurrirá. Que, aunque la derecha, la ultraderecha o el imperialismo lo quieran, no habrá debacle eléctrica. Y zas. Pero eso no importa: las dos caras son duras y permanecen impasibles. Con mentir y señalar a otros la tarea está cumplida.

Con Sánchez pasa lo mismo que con Maduro: cada problema le sirve para lanzar insultos y ofensas a sus enemigos y adversarios, sean reales o imaginarios. En el caso de España el tamaño del bulto es inocultable: la proliferación de las generadoras de energías renovables no ofrece las garantías de estabilidad y suministro que las generadoras termonucleares o las que se alimentan de gas. Pero esto, en contra de la opinión mayoritaria -casi unánime- de los expertos en la materia, apenas tiene relevancia. Narciso ha repetido -se ha repetido a sí mismo- que las termonucleares son el enemigo -como la derecha- y, por lo tanto, continuará con su erradicación, un peligroso plan que puede traducirse en nuevos apagones.