Sexo a traición
Ya ha pasado más de un mes y todavía no sé cómo pudo ocurrir. Cada noche, antes de dormir, reflexiono sobre lo que fui capaz de hacer pero no logro encontrar ninguna explicación.
Todo iba bien. Tenía el trabajo que siempre quise, conseguí alquilar el piso con el que había soñado y el hombre perfecto aceptó compartir su vida conmigo. Sin emociones fuertes aunque feliz al fin y al cabo. Pero una llamada a media tarde de un domingo y un cúmulo de casualidades cambiaron mi vida.
Mi marido se encontraba de viaje de trabajo y mientras ojeaba una revista, el sonido del teléfono irrumpió de golpe en el silencio más absoluto del apartamento. Sobresaltada por el susto descolgué y presa de una corazonada, antes de que la voz al otro lado pronunciase mi nombre ya sabía quién era. Era él, otra vez. Mi cuerpo se estremeció al escucharle y consciente del peligro de su propuesta, rechacé verle porque conocía cuál era el riesgo. Pero su insistencia y su seducción poco a poco consiguieron que cambiase de opinión. En una hora estaría cruzando el umbral de la puerta de mi casa. Alterada y desconcertada por la decisión que acababa de tomar, los minutos de espera me parecieron horas.
Para calmar mi ansiedad decidí arreglarme para ver si así el tiempo pasaba más rápido. Me desnudé en el salón y corrí hacia la ducha. No podía parar de pensar en él. El chorro de agua fría erizó mi piel y poseída por el instinto más animal me excité y comencé a frotarme con suavidad. Me temblaba todo el cuerpo y para relajarme decidí tumbarme en la bañera. Más sosegada y cómoda continué acariciándome, pero mis ganas parecían insaciables y me rocé con fuerza. No era capaz de razonar ni analizar lo que estaba ocurriendo ni lo que iba a ocurrir, mis ganas eran insaciables. Me ayudé de la alcachofa de la ducha para tratar de saciar mi deseo y sin parar de gemir intenté introducirlo en mi vagina. Sentí dolor, pero el deseo creció. La excitación era máxima. Tenía los pezones tan duros que una simple caricia me producía temblores. Me sumergí en un estado de frenesí que se aplacó minutos después. Me puse en pie y más tranquila terminé de lavarme. Busqué la ropa interior más provocativa que enterré en los cajones de mi armario hacía tiempo. Decidí que era lo único que iba a ponerme y mientras terminaba de pintarme los labios sonó el timbre.
Temblorosa abrí la puerta. Una mirada bastó para desatar el deseo. Me sujetó con fuerza por la cintura, me apretó contra su cuerpo y me levantó. Yo le rodeé con mis piernas y con delicadeza me restregué contra su miembro. Me lamió con cuidado detrás de la oreja y despacio bajó hasta mi cuello. El ansia sexual se apoderó de nuevo de mi cuerpo, y del suyo también. Todavía entre sus brazos me llevó hasta el dormitorio y me arrojó sobre la cama. Yo abrí las piernas y el destrozó mi sujetador. Me mordisqueó los pezones con agresividad mientras manoseaba mi vagina. Me introdujo sus dedos con fuerza, una y otra vez. Mi corazón se aceleró e impaciente le desabroché el pantalón. Parecía que iba a reventar y yo no podía resistirme más. Me agarró de los brazos, me inmovilizó y me embistió con fuerza. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Dentro y fuera. Rápido. Rápido. Despacio. Más despacio. Llegué al delirio pero me recompuse y traté de zafarme para tomar las riendas. Forcejeamos pero al final lo conseguí. Me puse encima y desatada cabalgué sobre él. Parecía que los ojos se le iban a salir de las órbitas, y yo sentía tanto placer que creí que me iba a desmayar. Subía y bajaba y el me apretaba los pechos violentamente. Yo no podía parar de gemir mientras el me agarraba de la cintura y me sacudía con fuerza. Grité y grité y los gritos no nos permitieron escuchar la llave introduciéndose en la cerradura, ni los pasos en el pasillo. Yo tenía las manos en la cabeza, me sujetaba el pelo, me mordía el labio, sudaba. Llegué al clímax y me calmé cuando de pronto escuché un ruido, me di la vuelta, miré hacia la puerta del dormitorio y vi un ramo de rosas en el suelo.
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El Rincón Oscuro