Respiro para Rajoy
El resultado de las elecciones gallegas eclipsa el hundimiento previsto desde hace semanas de los llamados partidos constitucionalistas en Euskadi. El Gobierno de España obtiene un gran alivio con la reválida de la mayoría absoluta conseguida por Feijóo, y se estabiliza electoralmente tras el fiasco andaluz y asturiano, y también se asegura un respiro en vísperas de la segunda huelga general.
Quince días de campaña electoral anodina y de demostración de un precario contexto político devuelven a la realidad acostumbrada al País Vasco. Se incorpora Bildu, la marca blanca del terrorismo, al parlamento de Guernica y lo hace con gran fuerza. Gana el PNV, como siempre, pero ahora gobernará. Y el PSE y el PP se hunden sin paliativos posibles después de haber escenificado aquella penosa ruptura de relaciones con fines exclusivamente electorales.
La campaña gallega no ha sido muy distinta. El bajo perfil de los candidatos ha aumentado la notoriedad del veterano Beiras que, histrión aparte, aporta a la izquierda galleguista una pasión y una convicción que los actuales dirigentes del BNG habían perdido por completo, y deja al PSdG al borde de un abismo bien conocido por los veteranos de la formación socialista, pero esta vez con una fragmentación a su izquierda que, lejos de suponer una falta de perspectiva de las dos formaciones nacionalistas, expone claramente la existencia, si se sumaran las dos, de una alternativa clara a la tradicional hegemonía de los socialistas en la izquierda gallega.
La fortaleza con la que irrumpe AGE puede generar inquietud en la estabilidad política, pero la mayoría de la que va a gozar Núñez Feijóo limita el alcance de la nueva radicalización de los votantes de izquierda.
Gobernará en Euskadi, como decíamos, el PNV y lo hará, previsiblemente, en convivencia con Bildu, ya que ambas formaciones comparten en gran medida el desafío que en Cataluña ha desatado Mas contra la integridad territorial. El PNV tendrá que administrar, no obstante, un proceso de paz en el que no puede obviar al Gobierno central.
Tampoco podrá obviar la necesidad de ajustes que la situación económica requiere, asunto que le aproximará necesariamente a la Moncloa. Y poco tendrá que hablar con el PSE, que será, con seguridad, un simple aliado sin significancia ni relevancia posible.
Por último, y en un primer análisis “a pie de urna”, quedan pocas dudas sobre la lamentable situación a la que ha conducido Rubalcaba a su partido. Instalado en la irrelevancia en un tiempo en el que podría haber cosechado la siembra que el Gobierno ha provocado con el descontento social, se arroja por el precipicio de la insignificancia y los ciudadanos lo castigan más que al PP en Galicia.
No quedan dudas sobre la crisis que, sí o sí, se abrirá en el PSOE. De Alfredo Pérez Rubalcaba dependerá que la agonía se prolongue o que se ataje el mal interior que los sume en una caída libre sin control posible.
Por lo demás, los problemas de los españoles siguen siendo hoy lo mismos que ayer, y necesitan de la inteligencia de los gobernantes, sean unos o sean otros. Pasada la feria electoral, ojalá el sentido de estado y la responsabilidad política se instalen en el panorama político español.
Editorial Estrella