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¿Quién roba a Cataluña?

"¡Al ladrón al ladrón!" gritaba desaforadamente por las calles y azuzando a los viandantes a la persecución. "¡Al ladrón, al ladrón!" y ahora resulta dice la policía que el ladrón era el gritón. Que es la vieja "colla de lladres", la de toda la vida, la de las familias unidas y perpetuadas alrededor de la "pela", las que no han sacado jamás las manos de la masa quienes se lo ha estado llevando crudo en Cataluña. Y muy patrióticamente, han puesto el botín a buen recaudo en Suiza.

El lavado de cerebro colectivo tuvo su eclosión esplendorosa en la Diada

El España nos roba, nos saquea, nos oprime fue, y es, la idea fuerza de un cuerpo de doctrina nacionalista que necesita antes que nada de un enemigo exterior al que culpar de los males y sobre quien extender todo el rosario de agravios y victimarios. Año tras año, y sin que el hecho y la verdad del mayor autogobierno de su historia y el mayor respeto a sus señas identitarias propicias por la Constitución que ahora pretenden violar le haya supuesto impedimento alguno, ese ha sido el mantra repetido e inculcado educacionalmente desde el parvulario a las nuevas generaciones. El lavado de cerebro colectivo tuvo su eclosión esplendorosa en la Diada donde la mariposa independentista voló esplendorosa exhibiendo todos sus colores tras haber cumplido su ciclo metamórfico desde ovoide pupa, larva voraz y comedora y envelada crisálida. Había que atravesar todas las fases y todas se atravesaron para pasar de ávida pero terrestre oruguita a resplandeciente imago alado. El cielo azul, el sol cálido y una tierra de incontables flores eran el escenario prometido, el país del néctar a quienes los patriarcas, viejos y jóvenes, habían conducido con sabiduría los rebaños.

Pero si ya empezó a verse por quienes simplemente quisieron abrir ojos y oídos que las mieles prometidas podían muy bien ser hieles, que en vez de cálido sol europeos donde se dirigían era a las  tinieblas exteriores ahora lo que empieza a descubrirse es que los Moisés estos no se postraban tan solo ante el Yahvé independentista sino que a escondidas a quien rendían culto en realidad era al Becerro de Oro.

En ese desconcierto anda ahora sumida la perpleja mariposa que se resiste a creer que le hayan vaciado el paraíso sin haberse posado siquiera en una flor. Los patriarcas, claro, claman su inocencia y dicen que los ídolos encontrados son fruto de la conspiración filistea contra la tierra prometida y el pueblo elegido. Pero si algo que deje rastro, si hay un olor persistente y duradero, ese es el olor del dinero. Y huele que apesta, aunque esté en Suiza.


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Antonio Pérez Henares