¿Qué haría Hipócrates?
SI HIPÓCRATES, "padre de la medicina occidental", levantara la cabeza, ¿sería partidario de la Propuesta 2, la consulta que legaliza el suicidio asistido en Massachusetts?
Supuestamente no. El distinguido código ético de la práctica médica que lleva su nombre, que los médicos llevan siglos jurando respetar y defender, prohíbe abiertamente el suicidio asistido. "No recetaré ninguna sustancia letal que me fuera solicitada", promete el juramento hipocrático, "ni aconsejaré tratamiento alguno de esa naturaleza".
Los partidarios de la Propuesta 2 llaman a su propuesta "Ley de Muerte con Dignidad"
Hay cosas que nunca cambian, y una de ellas es la seductora idea de que los médicos deben poder ayudar a los pacientes a suicidarse siempre que una enfermedad incurable haga insoportable su vida cotidiana. Los defensores de la Propuesta 2 hablan conmovedoramente de la angustia del enfermo terminal, del sufrimiento de unos síntomas conocidos que no hacen sino agravarse, y la desesperación por evitar la agonía que se avecina. No toda esa agonía se refiere al dolor físico: todavía peor para muchos es la pérdida de autonomía, el mortificante colapso del control de las funciones corporales, la fuerte reticencia a ser una carga, la desesperación existencial de esperar a la muerte sin más.
Los partidarios de la Propuesta 2 llaman a su propuesta "Ley de Muerte con Dignidad". Por motivos de compasión y respeto, aducen, debemos permitir que los pacientes desahuciados elijan una muerte temprana cuando decidan que su sufrimiento es más de lo que pueden soportar. "La gente tiene el control de su vida", dice la doctora Marcia Angell, antigua editora de la revista especializada 'New England Journal of Medicine' y principal defensora de la consulta de Massachusetts. "Tendría que controlar el momento de su muerte".
Este razonamiento no tiene nada de nuevo. La excusa de que el suicidio asistido tendría que ser una faceta más de la atención al paciente, especialmente cuando la alternativa es una miseria existencial que inexorablemente acaba en la muerte, lleva existiendo desde la antigüedad. Hipócrates también escuchó el razonamiento; como ahora, tenía por entonces un importante tirón emocional. Existe una razón de que el juramento hipocrático obligue a los nuevos médicos a oponerse a la justificación.
Cada año miles de estadounidenses ponen fin a sus vidas por dolor, angustia o desesperación
La sociedad civilizada no anima a la gente a suicidarse, ni a buscar formas de facilitar hacerlo. Los particulares pueden elegir, por dolor o angustia o desesperación, poner fin a sus vidas; de forma trágica, miles de estadounidenses lo hacen cada año. Pero la palabra clave aquí es "trágica". Un purista libertario insistirá en que los seres humanos tienen derecho a hacer uso de sus vidas como entiendan idóneo. Eso no altera el principio fundamental de que la vida es preciosa y el suicidio una tragedia.
Sólo un imbécil moral grita "¡Salta!" al caballero que quiere poner fin a todo en lo alto de un puente. Por atractivas y genuinamente desesperadas que sean las razones del caballero -- incluso si sufre una enfermedad incurable, con unos meses vida, y sólo le aguardan el dolor físico, los vómitos y la pérdida del control de las funciones corporales -- no buscamos formas de facilitar su suicidio. Muy al contrario, buscamos formas de impedirlo. "Los pasos elevados a menudo tienen carteles que animan a los particulares a pedir ayuda antes que saltar", escribe Greg Pfundstein en un ensayo publicado en 'Public Discourse', la página del colectivo Witherspoon Institute. "Los teléfonos de la esperanza funcionan las 24 horas porque esperamos impedir cuantos suicidios podamos".
La Propuesta 2 da un vuelco a esa premisa. No se está pidiendo simplemente a la ciudadanía de Massachusetts que autorice a los médicos a recetar venenos a los desahuciados; se está pidiendo que apoye un punto de vista que nuestra cultura ética siempre ha rechazado, como poco: que determinadas vidas son prescindibles. Que hay veces en las que determinadas personas deben saltar. Que no tiene nada de malo ponérselo fácil.
Suicidio no es atención médica, y recetar la muerte no es competencia del médico
Las condiciones de la Propuesta 2 son enormemente arbitrarias, como reconocen hasta sus partidarios. Solamente permite una clase de suicidio a recetar: venenos ingeridos. Pero la inyección letal no -- y no hablemos de la horca ni de una bala. Obliga a que haya un diagnóstico que no supere los 6 meses de esperanza de vida. Sólo se facilitaría a los pacientes que puedan hablar y escribir -- excluyendo así, por tanto, a una paciente del síndrome de Lou Gehrig paralizada.
¿A qué vienen esos límites caprichosos? ¿Por qué limitar "la muerte con dignidad" exclusivamente a los pacientes que encajan casualmente en las holgadas condiciones de la Propuesta 2?
Porque, según Angell, es la única forma de hacer "políticamente aceptable" el suicidio asistido. Su inocencia es admirable. Pero no abarca la Propuesta 2, que expende partidas de defunción a los pacientes que cometen un suicidio poniendo como causa de la defunción la enfermedad subyacente.
Suicidio no es atención médica, y recetar la muerte no es competencia del médico. Hipócrates rechazaría la Propuesta 2. Los electores de Massachusetts también.
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