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Prestige, diez años después

Han pasado diez años desde el hundimiento del Prestige. Diez años que no han servido para borrar las consecuencias que provocó la mayor catástrofe marítima de la historia reciente de España. Nuestras playas y costas, la fauna y flora marina, las playas, las pesquerías y la vida de miles de habitantes de la Costa de la Muerte se vio brutalmente amenazada por la incompetencia acumulada de todos los personajes que intervinieron en el desaguisado.

No basta con culpar a los tripulantes, también habría que reflexionar sobre los barcos y su capacidad de carga, la edad con la que transitan y la falta de rigor en el control de su operatividad. Habría que hablar de las autoridades marítimas y de los políticos que manipularon hasta la saciedad toda la tragedia, incluidos aquellos inconvenientes hilillos de plastilina.

Ahora, diez años después se juzga el hecho. Otra oportunidad para valorar el funcionamiento de la justicia, tan eficaz para actuar contra unos o eludir su competencia judicial en otros casos y tan ineficaz para resolver con solvencia pero con rapidez asuntos que, mediado el tiempo, apenas conmueven a la opinión pública, que tiene un reflejo inconsciente capaz de hacer olvidar los episodios más desagradables.

Nuestros políticos, ahora en campaña atenuada, puesto que solo afecta a dos comunidades, deberían tratar de enfocar este problema en la doble perspectiva, la del desastre ecológico y la de la lentitud de la justicia; pero lo más probable es que se convierta en una nueva oportunidad para el reproche habitual entre líderes, toda vez que el actual presidente del Gobierno era aquel portavoz que tan frívolamente anunciaba esa metáfora inoportuna.

Editorial Estrella