Pequeñas cuestiones
Pintado de naranja, el Madrid visitaba Dinamarca, un pueblo del norte lleno de rubios ordenados alfabéticamente y en estupenda disposición para caer derrotado en las noches árticas europeas.
El rubio puro –con su ausencia de malicia tan sospechosa- es un espécimen extraño en el fútbol. El español se le queda mirando ensimismado y sólo le falta acercarse y husmear alrededor. No del todo humano y sin la pátina divina de su homóloga femenina, del rubio se espera trabajo constante, disciplina, una cierta brutalidad inocente –nada parecido a lo que podía ofrecer Fernando Hierro- y unas mujeres asombrosas que nos llevan a pensar que detrás de la máscara, hay un tipo bastante más listo de lo que parece. Luego están sus países, con el frío y el orden y las riquezas, y los avances inauditos, y la moral desapasionada, y el aburrimiento que ellas combaten, y el suicidio como opción de vida.
Pero el fútbol está en otro sitio. En el desorden, en los países en vías de desarrollo –y no es casualidad que España esté felizmente entrando en ese club- en las abismales diferencias sociales, en la doble contabilidad, en la alegría de la burla, en la patada por detrás y en la infancia perenne de Marcelo.
Sobre Casillas es difícil razonar porque la siguiente bifurcación en la historia negará todas las teorías anteriores
El último partido de la fase de grupos con el Madrid ya clasificado, suena a muertos vagando por el césped, a locutores sobreactuando – parece que estuvieran narrando la guerra de los mundos y era Benzemá, que dio un pase de un metro a Isco- y a fútbol fuera de la zona de guerra. Y la paz es la nada en este deporte. De hecho, en los amistosos y los minutos finales de un encuentro decidido, y en los partidos sin cuestiones en el resultado, es cuando entran en la cabeza del hincha pensamientos oscuros; cuando está a punto de caerse la tramoya y tantos espectadores silenciosos dejaron de creer, se pasaron a la vida secular y andan hoy en los bares fingiendo que no miran la tele mientras murmuran el ensalmo aquel: …Yo un día me di cuenta de que estos tíos con lo que cobran no me iban a sacar a mi de pobre… Esos a los que se les ha sellado la entrada al mundo de la infancia que es el fútbol, firmaron su sentencia en días como hoy, de mucho mecer la pelota, de resultado indiferente, de meter la pierna lo justo. Días en los que está cerca de pararse la máquina y la gente corre el riesgo de levantarse del taburete y salir del bar, afuera, a la calle.
Pero en el Madrid está Cristiano en lucha contra los demonios y los santos y la moral de la clase media y cualquier récord homologable por imbécil que sea. Es deporte. Somos bobos. Y Ronaldo no nos deja que levantemos la vista del partido. Hoy se convirtió en el máximo goleador de la fase de grupos, y si fuésemos del Barça, ese título lo añadiríamos a la extensa cuenta existente. Con las copas de ferias (¿ganadas a los feriantes?), las recopas, supercopas, troFeos Gampers, la copa Cataluña, y los subcampeonatos, que por cada tres, sumas una liga.
Los primeros minutos del partido fueron casi rutinarios. El Real necesita ritmo en el centro del campo para que los tres de adelante encuentren espacios –misterio máximo del fútbol moderno, la generación de espacios-. Y sin ritmo, se anquilosa la medular y los contrarios atacan muy frontales la retaguardia madridista. Eso pasó en las únicas dos ocasiones claras del Copenhague, en las que –como en una comedia de situación- se repitió la misma escena. Un futbolista danés arrastrando la pelota por el carril derecho, con Marcelo corriendo despavorido detrás de él, sin tocarlo pero intentando intimidarlo con su braceo. El danés que llega hasta el final del área y allí, sin saber muy bien qué hacer, centra hacia atrás donde nadie le responde. Fin de la ocasión.
En casi todos los planos de la función, aparece Marcelo. Futbolista inimitable que salta de campo a campo como si rompiera el eje de la cámara y desconcierta a los rivales y a sus compañeros a partes iguales. En el minuto 17, recibió una amarilla en una zona del campo rival en la que probablemente nunca había estado un lateral. La anarquía de Marcelo es suficiente para desordenar un país y someterlo a sus leyes, que sólo conocen él y Benzemá. Incluso esa forma de mover las caderas cuando baja a defender, cansado del éxtasis, tiene la música de lo que ya no volverá a suceder. Pero vuelve a suceder y le pillan otra vez la espalda. Él es así, vive su vida, y como tal lo aceptamos.
El juego del Real, trenzado morosamente, con Isco interponiéndose entre las líneas de pase y Cristiano por nadie sabe qué razón, iba y venía queriendo decantar el gol por erosión, sin querer exponerse demasiado. Esa jeitinha, la rompió Modric en la esquina derecha del área, donde suceden tantas cosas que vale la pena contar. No había ocasión a la vista, pero el balón, casi sin querer, estaba en zona de daño. Allí la meció Luka hacia la izquierda, tan suave, y pareció una bossa, con sus idas y venidas. Pero no. Fue un recorte lo que vino, tan lento, que le dejó franca su zona preferida. Paró de agitarse y tomó un segundo para que se desplomara el muro y surgiera el hueco. Por allí entró la comba a una velocidad indescifrable para el portero y los espectadores, que tardaron un poco en darse cuenta.
La belleza del gol, sometió el partido definitivamente para el Madrid, pero no acabó de asomar la goleada por el extraño trabajo de Isco como interior. Tiene un defecto el malagueño muy típico del futbolista que ama la pelota: acercarse demasiado a ella. Parece a veces que la quiere interrogar. Quizás por eso, Anchelotti lo puso de interior izquierdo, que en este Madrid es quien dirige las operaciones, mientras por el lado derecho –antes Khedira- hoy Modric, genera los espacios moviéndose sin balón y arrastrando marcas. Isco no mantiene esa distancia invisible con el balón y sus compañeros. Se echa sobre la pelota, y tiende invariablemente hacia la mediapunta, que es donde él nació como jugador.
Cristiano en lucha contra los demonios y los santos y la moral de la clase media y cualquier récord homologable por imbécil que sea
Cristiano está empezando a odiarle, aunque menos de lo que odió a Higuaín. Le tapa su diagonal preferida y ralentiza el ritmo con su retórica. Ese es el problema nº 1 del italiano. Isco tapando el sol con dos dedos, pero con demasiado talento como para verlo varado en el banquillo.
Esa opacidad de Isco para lo sutil, tiene su contrapunto en la danza sigilosa de Benzemá. Es translúcido el francés. Da igual la cantidad de gente que esté en una baldosa, que él nunca sobrará. Cristiano puede pasar a su lado o a través de él que no se tropiezan. Fue posiblemente el que mejor jugó pero es imposible comprobarlo. Una línea de bajo que marca el ritmo y la melodía, que sólo lució en el pase a Cristiano en el acto final. Aquel penalti que marró el Portugués por exceso de chulería.
¿Os acordáis?
Hubo un gol fantasma del equipo danés, provocado por un demonio juguetón que nos hizo creer en un Casillas cantando la ópera por todo lo alto. La repetición demostró que el jugador rival rozó el halo del de Móstoles en zona sagrada para los porteros. Iker, que a partir de ahí salió perfecto por arriba, desmintiendo a los que tanto hablan. Sobre Casillas es difícil razonar porque la siguiente bifurcación en la historia negará todas las teorías anteriores.
Xabi parecía más oxidado que de costumbre, y en estos casos, subraya en exceso los pases y gestos de mando, como si tuviera una intención pedagógica. Corriendo hacia atrás parece querer salir de una pesadilla y le falta aire para llegar a su destino. En la segunda parte fue sustituido por Illarra, que está cambiando imperceptiblemente su peinado –tan extendido en la zona rebelde- para alegría de la zona noble del Bernabéu, suponiendo que eso exista.
Al inicio de la segunda parte, una extraña combinación entre Marcelo, Pepe y Cristiano acabó con el partido. Pepe, siempre en escorzo violento, desvió un balón puesto por el brasileño y Ronaldo ejecutó limpio y sencillo.
Con mínimas sacudidas, el partido avanzaba sin drama y en estos casos, son los detalles los que salvan del tedio. Un caño de Cristiano a un defensor en el área rival, fue repetido una y otra vez por la televisión y eso debe ser una humillación de por vida. El Real que empieza a jugar al paso, sin miedo al qué dirán. Bale inventa la antibicicleta, la recoge Di María –que entró por el malagueño- y se la pone interior a Cristiano, control orientado de tacón, y balón mordido que se estrella en el palo. Siguen las ocasiones porque el Copenhague se ha echado al monte y sobran espacios para la comilona. Una rabona de Di María. Marcelo le regala un gol a Bale, que la peina sin pellizco ni convicción. El penalti, con el que Cristiano quería acabar con algún otro récord ignoto. El fallo y sus lamentaciones que dan para un versículo de la Biblia. La oportunidad final en los minutos de descuento, comandada por Karim y Di María y errada en boca de gol por el galés. El sentido común de Arbeloa ante las cámaras, explicando aquello de que fuimos de menos a más.
El control del partido del Madrid; su ritmo bajo sobre un césped hostil; la sangre de Cristiano y el aprendizaje de Isco con los mayores. Pequeñas cuestiones para el último partido intrascendente de la Liga de Campeones.
FICHA TÉCNICA
Copenhague: Wiland; Jacobsen, Mellberg, Sigurdsson, Bengtsson; Gislason, Delaney, Claudemir, Toutouth; Jorgensen (Bolaños, m. 8; Remmer, m. 78) y Vetokele. No utilizados: Jensen; Stadsgaard, Kristensen, Santin y Pourie.
Real Madrid: Casillas; Arbeloa, Nacho, Pepe, Marcelo; Xabi Alonso (Illarramendi, m. 77), Modric (Casemiro, m. 82); Bale, Isco (Di María, m. 67), Cristiano; y Benzema. No utilizados: Diego López; Carvajal, Jesé y Morata.
Goles: 0-1. M. 24. Modric. 0-2. M. 48. Cristiano.
Árbitro: Felix Brych (Alemania). Mostró tarjeta amarilla a Marcelo, Xabi Alonso y Delaney.
Unos 36.000 espectadores en el Parken Stadion.
Ángel del Riego