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Pakistán, cáncer terrorista de Asia

La acusación india a Pakistán de ser responsable, a través de sus servicios secretos, de los atentados terroristas de Bombay, en los que perecieron 179 personas, expresa la gravedad de una tensión entre las dos naciones indostánicas. Tanta que los cargos han sido formulados por el segundo del Ministerio de Asuntos Exteriores, y no por el titular de esta cartera. El detalle cabría interpretarlo como el añadido de un golpe de agua a una copa de la más alta graduación alcohólica.

El pretexto o fundamento del Gobierno de Nueva Delhi es el palmario retraso de la respuesta informativa de las autoridades paquistaníes al informe indio sobre las particularidades y precedentes del grupo terrorista autor de la masacre; informe cuyo centro lo componen la aseveración de que todos los preparativos, y la propia instrucción del comando terrorista, se realizaron en territorio paquistaní, como paquistaníes eran los servicios secretos que promovieron, instruyeron y dieron cobertura logística al equipo de asesinos.

Apenas se puede sostener en pie la tesis de Islamabad -nombre que dice tanto...- de que el territorio utilizado por los terroristas no es el del genuino y actual Pakistán, sino el de los bengalíes, que en un principio fueron pakistaníes hasta que, por discontinuidad geográfica, se separaron: algo que se esgrimió como hipótesis en un primer momento, al considerar cuál era su posible origen. Pues no basta la condición islámica de ambas partes como dato suficiente para la eclosión terrorista en cualquiera de ellas.

Habría que buscar la clave de todo lo sucedido con el ataque terrorista a Bombay a la propia alienación islamista en la que se encuentra trabada la seguridad y la base del propio Estado de Pakistán. Sabido es que resulta imposible deslindar dónde acaban las tareas de los servicios secretos paquistaníes, en su labor "contra" el terrorismo islámico, y dónde empieza la impregnación y la infiltración de este terrorismo en tales servicios secretos. Éste es el momento, por ejemplo, en que aún no ha podido averiguarse la autoría del atentado en que pereció Benazir Bhutto. El permanente estado de conspiración y promiscuidad en la zona más oscura de las alcantarillas del Estado contiene las claves de todos los actos terroristas padecidos por los paquistaníes. Aunque también los propios indios, como en el caso de Bombay.

Pero hay algo más grave que eso. El terrorismo islámico incubado en Pakistán es la condición que convierte en interminable la guerra de Afganistán. El Gobierno paquistaní resulta impotente, críticamente incapaz, de sellar su propia frontera occidental con el espacio afgano. Y no sólo por lo abrupto del terreno montañoso sobre el que está trazada la frontera, sino por la imposibilidad -por las dichas razones de contagio terrorista en las sentinas del Estado- de disponer de una base sobre la que elaborar información para cortar el paso los talibanes que combaten en Afganistán.

De ahí que sean cada vez más frecuentes los bombardeos occidentales en esa frontera. El problema de Afganistán es Pakistán. Lo mismo que cuando los talibanes, ayudados por "Rambo", combatían a los soviéticos. Pakistán, el cáncer. Entonces como ahora.

José Javaloyes

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