No me importa su opinión
Estamos en tiempo de elecciones. Tras las gallegas y las vascas vienen las catalanas, con enorme trascendencia por lo que Artur Mas ha puesto sobre la mesa. No se va a elegir a los mejores representantes para gestionar la crisis -eso ya se había hecho hace relativamente poco-; lo que está en juego es la secesión, la independencia de Cataluña. De alguna forma, se va a votar un imposible, porque Mas sabe que no puede ser, y una ilegalidad, porque la Constitución no permite esa decisión si, previamente, no se cambia la Carta Magna. Pero sigue adelante. Busca un cheque en blanco sin explicar cómo pretende gastárselo. En su programa no sólo promete mejores pensiones, menos impuestos y más empleo sino ¡mejorar la esperanza de vida de los catalanes! Por decreto.
Esta desmesura de los políticos en los programas, en los mítines, y en la vida diaria, sólo se modifica, interesadamente, cuando la opinión pública llega al límite y se planta. Cuando los políticos perciben que "eso" les puede afectar. Lo vio Mas con sus recortes en la sanidad y la educación, insuficientes para salir de la crisis. Y está sucediendo, ahora, con los desahucios. Quienes no hicieron nada cuando gobernaban, exigen ahora medidas urgentes al Gobierno, que tampoco tenía ese problema entre sus prioridades.
Le he escuchado al presidente del Tribunal Superior de Justicia de Vizcaya, Juan Luis Ibarra, pedir perdón "porque en este caso el derecho ha vencido a la Justicia" y añadir que sentía "vergüenza" por todo lo que estaba pasando. Ibarra es un buen juez, cercano a los operadores jurídicos y a los ciudadanos. ¿Han escuchado algo parecido a algún político? No es fácil. No están interesados en el debate o el diálogo sino en imponer sus ideas.
He tenido dos ex compañeros de trabajo que mentían a otros con tanta seguridad, que hasta yo mismo me creía sus afirmaciones. En el fondo, a muchos de los políticos que hoy nos gobiernan -no todos, no toda la clase política- no les importa nuestra opinión. Sólo quieren nuestro voto. No tratan de dialogar con nosotros ni entre ellos, ni de convencer, sino de imponer su política. Y cuando no tienen más remedio, buscan soluciones rápidas que den imagen, antes que medidas que remedien los males que tienen que paliar.
Los políticos hablan poco con la gente, no ponen sus ideas a debate, no dicen lo que piensan. Quieren "salvarnos" de nosotros mismos. También muchos ciudadanos son clientes de un solo canal: un solo periódico, una sola radio, una televisión, un partido, amigos que piensan como ellos... No tratamos de contrastar nuestras ideas sino de que nos las confirmen. Necesitamos escuchar más. Hay que vigilar las medidas que tomen sobre las hipotecas, no sea que multipliquen el problema.
Hay que seguir atentamente lo que cuenten en Cataluña, no sea que acaben con ella. Hay que apostar por políticos a los que les importe lo que piensan los ciudadanos. Quienes tienen que ser guías, no pueden contribuir a la desorientación, ni aprovecharse de la ingenuidad de los más débiles. Si lo hacen acabarán recibiendo la sentencia más rigurosa.
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