Muerte en la fiesta
La noche de Halloween, cada vez más implantada en España, es una noche que miles de jóvenes españoles la viven con entusiasmo. Se enfundan en disfraces y maquillajes y con la vitalidad propia de los pocos años, la noche, por larga que sea, se les hace corta. Así, llenas de vitalidad debían estar las cuatro chicas fallecidas en el recinto Arena de la Casa de Campo en Madrid que acogió a una de las muchas fiestas que se celebraron a lo largo y ancho de España.
La muerte se hizo presente en la fiesta de manera inopinada. Los hechos se produjeron en el llamado "Tunel del Terror", apodado así justo para la noche de los muertos y zombis. Cuando se escriben estas líneas, las fallecidas han sido cuatro chicas, según todas las versiones médicas, por aplastamiento. El túnel en cuestión estaba en un extremo del aforo y la inmensa mayoría de los asistentes ni se enteraron de los hechos y ni, por supuesto, escucharon nada parecido a una bengala o a un petardo, que al parecer fue el detonante de la estampida que afecto a una pequeñísima parte de los asistentes.
Los hechos merecen una investigación tan exhaustiva como serena, aclarar las responsabilidades si las hubiera pero huyendo de la mezquindad política y del debate soez aunque sea por respeto a las víctimas y a sus familias. Se impone un repaso detallado de lo ocurrido, buscar los fallos que haya podido haber y en función de los mismos, establecer las medidas necesarias para que, en la medida de lo posible, no vuelva a ocurrir.
Hacer explotar un petardo o una bengala en medio de una gran concentración de gente es una temeridad porque el pánico es libre y además peligroso. En más de una ocasión ha sido el pánico el principal responsable de muertes ocurridas en circunstancias semejantes. ¿Se puede cachear a 10.000 personas?.
A la espera de la obligada investigación y de la asunción de responsabilidades, si las hubiera, me quedo con el estremecimiento que produce la capacidad de sorpresa que, en ocasiones, tiene la muerte. Ni por un segundo, ni en la peor de sus pesadillas las victimas de la noche de Hallowen podían sospechar que la fiesta les iba a resultar tan corta, que sus vidas iban a quedar truncadas en un inhóspito túnel todos lo son mientras la música envolvía a otros jóvenes como ellas, ajenos al drama que vistió de luto la noche de los muertos.
No es la primea vez que ocurre una desgracia de estas características ni, por desgracia, será la última ni en nuestro país ni fuera de nuestras fronteras de manera que al estremecimiento se une una cierta sensación de impotencia. Ni siempre ni todas las circunstancias se pueden controlar hasta conseguir el riesgo cero que sabemos que no existe pero si hay que poner arcos de seguridad que se pongan, si hay que redoblar la seguridad que se redoble, si como se ha comprobado las concentraciones masivas de gente tienen en si mismas un riesgo evidente que se regule el máximo de asistentes incluso en las macrofiestas y si hay que pedir el DNI a todos que se pida y si hay que prohibir mochilas que se prohíban. Que se haga lo posible y lo imposible para evitar que la muerte sorprenda y atrape a jóvenes y mayores de manera cruel e inopinada .
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