Monólogos sin esperanza
La crónica de nuestra redactora jefe, Eva Díaz, sobre el Pleno de la Asamblea de Madrid define a la perfección la singularidad del discurso de Esperanza Aguirre: la metódica puesta en escena que llena el vacío con aspavientos y manotazos al aire.
El desgaste de Aguirre es directamente proporcional a su deriva hacía un nuevo concepto en la política: la nada radical.
Esa idea es la que da coherencia e hilo conductor a su estrategia; consiste en manosear con indelicada insistencia algunos argumentos de fácil asimilación sin reflexión e inspirar, con ellos, los instintos de confrontación que prevalecen latentes en nuestra sociedad para ocultar en la tensión el infinito despropósito de sus actos, su falta de capacidad, la ausencia de eficiencia y eficacia y el anodino ridículo de su inconsistencia política.
Así lo vio con claridad Tomás Gómez, que fue capaz de anticiparse al anuncio sobre el asentamiento de Eurovegas en algún emplazamiento de la Comunidad de Madrid algún día. Inteligente y audaz apagó las luces de neón antes de que se encendieran en el hemiciclo de Vallecas y por eso, sin causa alguna, la presidenta ha tenido que salir a la tribuna a "nadear" contra corriente.
Su única "perla envenenada", la previsible privatización de Telemadrid. Un anuncio que produce una indiferencia generalizada, excepción hecha de los trabajadores del Ente, pues en cuanto a programación, negocio y contenidos, Telemadrid es la más privada de las difuntas televisiones públicas, pues además de estar a su servicio y de servir de colocadero de un gran plantel de lacayos, la televisión madrileña es una ordinaria factoría para mayor gloria de su inmerecida egolatría.
Aguirre dice conocer, tras nueve años de gobierno, lo que quieren los madrileños. Lo que sabe, o cree saber, es cómo manipularlos, pues su austera política antipolítica, además de ser una farsa bufa, ataca al parlamento, cuya función es controlar y fiscalizar al gobierno, y no a la caterva de parasitos que medran a la sombra del ejecutivo que preside, para quién no reserva reducción de personal amiguete.
Su vacuidad sin fronteras no merece un tuper en su cabeza, Dios nos libre; merece un sonoro y estruendoso desprecio intelectual. Y un exigente fin de fiesta al voto que se le da. Ella, que reclama a Rajoy -un mensaje envenenado- una oportunista depuración del Estado Autonómico, debería ser la primera depurada, por Rajoy, por los madrileños, y a ser posible por un olvido selectivo que la arrincone en el baúl de los malos recuerdos.