Los lunes negros
Los lunes negros se agolpan en el calendario a la misma velocidad con la que se agitan las medidas que pueden recortar el gasto público. No hay relación entre causa y efecto, parece ser. Y el Gobierno se ve obligado a buscar el retorno de la “confianza” colocando la responsabilidad del BCE en el eje de la discusión. Es más, reclama, parece, medidas urgentes. También Rubalcaba, que acusa al Gobierno de falta de rotundidad mientras denuncia, con la boca chica, el recorte tras recorte habitual de los viernes.
Pero los lunes siguen, se suceden, incluso se agolpan más allá del orden impreso en el calendario. Tanto es así que los analistas precipitan el resultado de los próximos lunes pronosticando un rescate veraniego. No vendrán los vigilantes de la playa, sino los hombres de negro; no nos librarán de los marcianos, sino de nosotros mismos.
El guión está escrito y lo que parece insoportable, se habitúa entre nosotros. Sucede como con esos enfermos terminales a los que la familia da por enterrar cada vez que se pregunta por ellos, pero que siguen absortos, ausentes en su agonía, pero vivos. La metáfora no es fantástica ni engañosa: al igual que los enfermos, nuestro país se consume lentamente. Nos faltan recursos para enfrentarnos a las infecciones porque, por lo visto, abusamos en su día de los antibióticos, y nuestros pulmones en vez de respirar, jadean porque nos hemos fumado todo lo aspirable. Por no hablar de otros órganos que actuaban como filtros de la impureza, la gran impureza, de nuestra burbuja inmobiliaria.
Pero con guión y sin tablas no sabemos si será en una esquina del escenario o en el mismísimo proscenio donde nos reunirán las hermanas fatídicas, las brujas de Macbeth, para anticiparnos suculentas profecías sobre nuestro destino más o menos verosímiles que los presagios de los analistas financieros. Con guión escrito o sin él, la realidad de nuestra situación ha hecho hablar incluso al gran oráculo, que se ha permitido explicarnos lo que nos pasa en las páginas de El País, cuya línea editorial es, una vez más, una comparsa de sus intereses económico financieros.
Así son las cosas en España, por no focalizar en espacios más delimitados, como por ejemplo Murcia, Valencia, o las ostras pronunciadas por De Cospedal ante las palabras chispeantes de Soraya. Nada de esto tiene gracia, es cierto, porque España progresa lenta pero segura en un fundido en negro hacia la oscuridad más absoluta. Luego ya veremos. Quizá algún político sea capaz de resolver el enigma de nuestro coma terminal. O de actuar de forense, como los expertos en economía.