La magia de los mapas
Una de las muchas víctimas colaterales causadas por las nuevas tecnologías han sido los viejos mapas. Las posibilidades que hoy en día ofrece cualquier teléfono, han convertido en obsoleto al entrañable mapa de carreteras que dormitaba en la guantera del automóvil. Esperaba con encomiable paciencia, muchas veces manchado de grasa, con las esquinas partidas y los pliegues rotos, a que en cualquier encrucijada resurgiese su momento de gloria, para resolver las dudas del viajero extraviado. Se desplegaba entonces con el venerable rumor seco de los papeles antiguos. El copiloto buscaba infructuosamente en el reverso la línea cortada de una carretera comarcal. Luego, perdida la paciencia, el conductor reclamaba su derecho de ser él mismo el que descifrase aquellos extraños signos que llenaban los pliegos. Al final, ni uno ni otro terminaban del todo convencidos de la dirección que mejor les convendría seguir, pero se lanzaban, eso sí, con renovados ánimos en busca de su destino.
Ese poder evocativo, que creíamos innato en los viejos mapas, disminuye a un ritmo acelerado. Quién sabe si, dentro de poco, no desaparecerá por completo. Las hermosas horas que uno ha disfrutado a medida que recorría los territorios de remotos continentes, pasando sin prisas las hojas de un viejo atlas, forman parte de los recuerdos de épocas perdidas. Ha desaparecido la fascinación de aquel globo terráqueo, inmóvil en la vitrina de una librería, con la mitad del mundo siempre oculta e insensible al esfuerzo ímprobo de las miradas oblicuas de la chiquillería que, cargada de mochilas de cuero, volvía a casa tras las clases.
Se ha desvelado también la magia de aquellas viejas planchas en las que el centro del continente africano aparecía en blanco, dejando a la imaginación de cada cual la posibilidad de situar las fuentes del Nilo donde mejor le pareciera. Tal vez sea por eso que hasta hace poco seguía pensando, inocente yo, que las tales fuentes se encontraban no lejos de Addis Abeba, a pesar de haber revivido en muchos otros mapas las aventuras y viajes del doctor Livingstone, Stanley, Iradier e Ivens.
Se ha desvelado la magia de aquellas viejas planchas en las que el centro del continente africano aparecía en blanco, dejando a la imaginación de cada cual la posibilidad de situar las fuentes del Nilo donde mejor le pareciera.
Los mapas que recuerdo con mayor admiración son los que incluían uno o dos cartuchos, a veces iluminados en varios colores. Se mostraba algún monumento o incluso varios tipos humanos de la región descrita. Las planchas de América del Norte se ilustraban con fieros indios sioux, o tal vez fueran apaches, vaya usted a saber, galopando libremente por las praderas infinitas. Las de Asia Menor incluían una escena del zoco de Haifa. Las de Oceanía, reproducían un animal rarísimo, que resultó ser luego, ni más ni menos, un ornitorrinco.
A veces también me acuerdo con cariño de aquellos mapas de la Península Ibérica, donde las Provincias Murcianas, como debe ser, también incluían la de Albacete, lugar mítico por antonomasia, a la vez remoto y entrañable que, como su propio nombre sugiere, debería ser el centro de todas las Españas.
Ignacio Vázquez Moliní