La gente está harta
No hay peor ciego que el que no quiere ver y en ese registro están los líderes de los principales partidos políticos. En la sesión parlamentaria de control al Gobierno, Rajoy y Rubalcaba representaron una escena que parecía extraída del Tartufo de Moliere. El segundo preguntaba al primero qué pensaba hacer para acabar con los casos de corrupción que apuntan a su partido y el primero le respondía que puestos a dar consejos: "no se le ocurría otra cosa que hacerle la misma recomendación que me ha hecho usted a mí". El diálogo de la sartén y el cazo. Cayo Lara preguntó por Luis Bárcenas, pero no obtuvo respuesta; el presidente del Gobierno que también lo es del PP, hace ver como que no recuerda que fue él quien le nombró tesorero del partido. Hablando de olvidos, Rubalcaba, presidente de la Fundación Ideas, también hace como que no sabía nada del "caso Mulas", pese a que en noviembre del 2011 ya se habían publicado noticias acerca de los sobresueldos que se llevaba este pájaro a cargo de los contribuyentes, porque -no deberíamos olvidarlo-, las fundaciones -todas-, reciben dinero del Estado.
Lo malo de la corrupción asociada con la política es que resulta abrasiva para el sistema
Frente a los casos flagrantes de corrupción que están en las portadas de los medios, el presidente del Gobierno anuncia una "ley de transparencia". Lo cual es tanto como decir que no piensa hacer nada. Nada para cortar de raíz con el origen del problema que no es otro que la financiación encubierta de los partidos políticos a través de partidas obtenidas con cargo a comisiones obtenidas de las empresas que aspiran a hacerse con contratos de obras públicas. En el caso de Cataluña, el famoso "3 por ciento" del que habló Maragall. En ese entramado que a veces aflora (Filesa, casos Naseiro, Gürtel, Palau, Pallerols, etc) hay golfos con nombre y apellidos que se aprovechan para meter la cuchara y llevárselo a Suiza, Andorra o las Islas del Canal. Lo malo de la corrupción asociada con la política es que resulta abrasiva para el sistema. En su ceguera voluntaria nuestros políticos no ven que el grado de indignación y hartazgo de la gente es muy notable. Lo reflejan las encuestas y lo dice la calle. Es un clamor cada vez más potente. Con seis millones de parados, los desahucios que no cesan, los miles de jubilados timados con las preferentes y una clase media cada vez más esquilmada por los impuestos, el cabreo del personal va a más tras observar que la minoría privilegiada que vive de la política ni sufre las inclemencias de la crisis ni da señales de querer cortar con las malas prácticas que desembocan en los casos de corrupción. Cualquier día, cualquier chispa, va a poner todo esto patas arriba. Al tiempo.
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