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En la mani ladran: luego cabalgamos

La política no es un arte desde hace siglos. Lo fue, quizá, en la Grecia clásica, cuando el conocimiento y la inteligencia de los gobernantes provenían de la sabiduría de Platón o de Aristóteles. Algo ocurrió que tuvo que ver, sin duda, con la codicia y la ambición individual pero también con la estulticia colectiva y lo que en las polis era muestra de entendimiento y de razón, se transformó por dominio de otras artes menos sutiles que las de la retórica o los juegos, las de la guerra, en algo que, desde entonces, nos es tan habitual como insoportable en incomprensibles dosis equilibradas.

No es un recurso a la pedantería hablar de esto, créanme. He leído en “los medios” que los vascos defensores de la estrategia abertzale han salido a la calle a vueltas con el conflicto político. Y uno vuelve necesariamente a mirar a los orígenes para tratar de encontrar, en el talento y en el talante de sus dirigentes, algo que refleje el progreso que desde hace miles de años debería habérsenos procurado por efecto, al menos biológico, de la evolución.

Pues no. Como si se tratara de un inmenso cardumen de atunes, bonitos del norte podrían ser, los adeptos a la estrategia de las pistolas enfundadas se manifiestan ocultando el sino trágico y verdadero de la razón que ha provocado el mapa de complicaciones que todo proceso de paz conlleva.

La cosa es resolver el presidio injusto y el exilio trágico, dicen estos. Y ya está. Y la gloriosa frase de “mover ficha”, inventada seguramente antes, pero recurrente en los tiempos de aquel aznarismo de cuaderno azul y pocas ideas. Dicen los manifestados que los gobiernos francés y español deben dar pasos. Cierto. Camino de los zulos y las armerías clandestinas, guiados por los matones entregados, donde se guardan las armas criminales.

Como si todos fuéramos un vulgar hatajo de bobos, que no de ovejas, nuevo símbolo patriótico radical, estos señores de coincidente estética formal – nada que ver con el RH y sí con la compra venta de baratillo- y poca y básica dialéctica, en la que sería imposible reconocer una sílaba de la oración fúnebre de Pericles, primer ciudadano ateniense según nos contó Tucídides, estos tipos ignoran con premeditada maldad que es de sus bocas insidiosas de dónde aún sale la ira humeante que tantas vidas ha segado en este país.

Pero esto son cosas del saber que nada tienen que ver con los módulos de aprendizaje ni los censos vascoparlantes – para tirarse de los pelos o, mejor, tirarles de la lana- que realizan los nuevos funcionarios de la cosa pública que mandan porque los “partidos democráticos” tenían ese día un imponente ataque de ombliguismo, que tendría, por qué no, gracia si no hubiera tanta sangre derramada y no fuera por tanto dolor extendido.

La manifestación y su reclamación ha sido, pues, otro acto que bien hubiera podido recoger Borges en su historia universal de la infamia, dando especial relieve a ese sujeto, el tal Garitano, el pobrecito hablador, con perdón de Larra, y más próximo, aunque no sólo onomatopéyicamente, a Ladra, tercera persona, singular, del presente de indicativo del verbo ladrar, aquí con mayúscula por mor de las circunstancias de la escritura; vamos, de la acción de ladrar, tan común en sus usos sociales en las sectas de ovejas y banderas, pistolas y chiquitos.

Mi desprecio a la manifestación, a sus reivindicaciones y a su interpretación grotesca de la paz lograda con el esfuerzo de los cuerpos de seguridad del estado, la guardia civil, la policía nacional o la gendarmería francesa, jueces y fiscales, hombres y mujeres abatidos por la desolación de décadas y el sufrimiento del miedo, la sangre y la muerte y de muchos ministros del interior, especialmente destacado el Sr. Rubalcaba y francamente olvidable el pariente de Don Marcelino, habitual polemista, mientras los demás iban, íbamos, de funerales.

Así las cosas, ojalá alguno de estos cromañones vea la luz de la inteligencia perdida en aquellos mares griegos y siga la senda del racionalismo y la ilustración, cambie de una vez la pistola por la pluma, entregando de una vez el arsenal, ya consumada su derrota y rendición, y traten de reintegrarse a algún tipo de ikastola donde se enseñen, por ejemplo, los modales básicos, la urbanidad y las buenas maneras de los que ni escupen, ni matan a los que no piensan como ellos. Los otros, los de dentro, según salen del modulo carcelario podrían pasar por un modulo de educación infantil, para aprender a no pegarse por la pelota, y terminar en un modulo de FP, para ver si aprenden un oficio, dan un palo al agua y nos dejan en paz, de una vez y para siempre.

Y de sus estúpidas manifestaciones, por muchos que vayan, yo paso. Me impide prestar más atención la decencia de la memoria de los muertos y la presencia engrandecedora de nuestra democracia que hacen cada día las víctimas, con sus infinitas lecciones de dignidad que igualan en fondo y forma los mejores momentos de la Grecia clásica.

Y sin ir tan lejos: Ladran, luego cabalgamos, del genial español Cervantes.

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Rafael García Rico

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