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En el laberinto

La ciudadanía ha emitido su veredicto y el resultado que arrojan las urnas abre, sin lugar a dudas, una nueva etapa política en España, una etapa en la que los dos partidos que han gobernado España a lo largo de la democracia siguen siendo las opciones mayoritarias de la ciudadanía, pero en la que dos nuevas fuerzas han irrumpido con fuerza al situarse en el 20% y el 14%. Y en la que, por primera vez en democracia y probablemente como nuevo signo de los tiempos, de la noche electoral la ciudadanía no obtiene una respuesta inequívoca sobre quién será el futuro presidente del Gobierno. Al contrario, todo son incógnitas difícilmente resolubles.

Ciertamente, nadie ha colmado sus expectativas. El PP ha ganado las elecciones, sin duda, pero se ha dejado en el camino casi 4 millones de votos, 16 puntos porcentuales y 63 escaños. El varapalo que se ha llevado Mariano Rajoy es de los que marcan época: sí, como bien dijo en su discurso en el balcón de Génova, le corresponde “intentar formar Gobierno”, frase muy lejana a sus proclamas a favor de dejar gobernar a la lista más votada, sin más, como si el sistema español fuera presidencialista y no parlamentario. Desde el domingo, huele a quemado bajo los pies de un Rajoy que se ha dedicado a practicar la política de tierra quemada con sus oponentes. ¿Sobrevivirá Rajoy a estos resultados? Veremos.

El varapalo que se ha llevado Mariano Rajoy es de los que marcan época

El PSOE, pese a la corriente mayoritaria de encuestas, ha logrado mantener el segundo puesto, pero ha visto evaporarse 1,5 millones de votos, 6,8 puntos y 20 escaños. Una situación difícil para un partido de gobierno que, como señaló Pedro Sánchez, en cada elección sale a ganar, pero al que la sociedad no ha acompañado. Es más, y siendo consciente del cambio de escenario y de paradigma en la política española, que el PSOE haya salvado los muebles no puede ocultar que sigue perdiendo apoyo social.

En cuanto a los nuevos, Podemos y las coaliciones en que participa han alcanzado 69 escaños, pero no han logrado remontar y dar el sorpasso al PSOE tal y como ambicionaban y la mayoría de encuestas vaticinaban, ni en votos ni en escaños. A pesar de la euforia de Pablo Iglesias, la referencia de la izquierda y del cambio en España sigue siendo el partido al que más combatió en su campaña, el Partido Socialista, lo cual no hace sino constatar que el gran beneficiado de la estrategia de Podemos ha sido el Partido Popular.

Respecto a Ciudadanos, ha quedado igualmente muy lejos de sus expectativas, en un 14% muy por debajo de los augurios demoscópicos, algunos de los cuales habían posicionado a Albert Rivera como el tercero en discordia con Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, y sin acceso a la llave de la gobernabilidad que comúnmente se le adjudicaba. Demasiado conservadurismo en la campaña, demasiados errores y, sin duda, demasiado inflado el globo de Ciudadanos.

Todo lo cual deja traslucir el rompecabezas que se avecina

Si bien el Congreso se mantiene con el mismo número de fuerzas representadas -13-, la búsqueda de apoyos para dar estabilidad al gobierno se hace mucho más compleja. Tras una legislatura de rodillo diario, el PP, aun sumando el voto de Ciudadanos, tiene casi imposible hallar los otros 13 escaños necesarios para alcanzar los 176 que dan la mayoría absoluta necesaria en primera votación: baste recordar que 17 de los 28 escaños que no han obtenido los cuatro partidos con mayor representación han ido a parar a las fuerzas independentistas catalanas. Necesitaría indefectiblemente la abstención del PSOE o de Podemos para lograr la investidura por mayoría simple, algo que no parece probable.

En cuanto a una mayoría alternativa a la de la derecha, esta exigiría el concurso de PSOE y Podemos, partido que no constituye un bloque unitario dado que el 40% de sus diputados proceden de coaliciones de distinto pelaje, a lo que habría que sumar a IU y alguna de las dos fuerzas que en Cataluña abogan por la ruptura unilateral con España… Tampoco parece viable.

Por otro lado, la irrupción de Podemos y Ciudadanos en el Parlamento no solo ha reducido el peso de los dos grandes partidos sino que ha arrinconado a las fuerzas nacionalistas. De las siete que en la pasada legislatura habían estado presentes, dos de ellas se han quedado fuera –BNG y GeroaBai-, mientras el peso del resto se ha reducido notablemente: de 36 a 26 escaños. Esto, excluyendo, que es mucho excluir, de la filiación nacionalista a muchos de los parlamentarios elegidos bajo el paraguas de las coaliciones lideradas por Podemos en Galicia o Comunidad Valenciana, por citar dos ejemplos. No obstante, a falta de entendimiento entre las cuatro grandes fuerzas, los nacionalistas seguirían teniendo la llave de la gobernabilidad.

En cuanto a la derivada catalana, las nuevas elecciones constatan varios elementos de peso. Por un lado, la irrelevancia del PP, que cosecha su peor resultado de todo el país en esta comunidad y se queda sin representación en dos de las cuatro provincias –Girona y Lleida-. Por otro, el declive del independentismo, al alzarse ERC y Convergencia con 17 escaños, dos menos que hace cuatro años: 17 de 47 en liza y, lo que es más significativo, sólo el 31% de los votos cuando hace tres meses habían concentrado el 39,6%. Y un dato de especial calado para el devenir de Cataluña: ERC supera por primera vez a Convergencia, lo cual sin duda no parece que vaya a alfombrarle el camino a la investidura a Artur Mas como presidente de la Generalitat: ¿se atreverán las CUP a prestar su apoyo a un candidato vapuleado el domingo?

Panorama por tanto endiablado, que hace que la formación de gobierno parezca una quimera, lo cual podría abocar a la celebración de nuevas elecciones ante la imposibilidad de dar estabilidad a un gobierno surgido de estas elecciones.

No deja de resultar paradójico que en un momento de descrédito de la política, sólo la política pueda hallar la solución al galimatías.

José Blanco