Última hora

El verdadero rostro del Vel d´Hiv

Como cada año, este domingo se ha conmemorado en Francia el aniversario de la redada del Velódromo de Invierno. Se ha llevado a cabo un homenaje con una ceremonia de ofrenda floral y presentación de respetos militares, en la  que ha participado el nuevo y flamante presidente de la República, Françoise Hollande.

Podría haber resultado un acto más. Un encuentro con la evocación de la memoria; una memoria deteriorada por el alzhéimer social que se respira en esta Europa economicista, aquejada por los males de la codicia financiera de los mercados. Pero en esta ocasión, al igual que hace unos años sucediera con la intervención del entonces presidente, Jacques Chirac, en un acto similar, el discurso de la máxima magistratura del estado francés despertó del silencio y del marasmo y se rebeló contra la costumbre inapropiada de dar por bueno el comportamiento francés en aquellos horribles días y de tipificar de criminal el alemán.

“Estamos aquí reunidos para evocar las horas oscuras de la colaboración, de nuestra historia, y por lo tanto la responsabilidad de Francia”, ha dicho el presidente Hollande. “Les debemos la verdad a los mártires judíos del Velódromo de Invierno”, ha insistido. “Pero la verdad es también que aquel crimen se cometió en contra de Francia y en contra de sus valores”. La redada del Velódromo de Invierno fue “un crimen cometido por Francia en Francia”. Esa es la verdad.

Y este año, la verdad que así es, se hace manifiesta en el homenaje que el socialista ha realizado en el lugar donde se levantó el edificio que sirvió de prisión a más de trece mil judíos capturados por la policía parisina los días 16 y 17 de julio de 1942. De esos trece mil judíos, cuatro mil cien eran niños que fueron llevados a Auschwitz Birkenau junto a sus madres –cinco mil mujeres- y sus padres, el resto de los detenidos. Otros franceses, solteros o sin familia, fueron directamente a Drancy, la antesala francesa de la cámara de gas.

Esa redada refleja el sentimiento antisemita francés. No hizo falta la ayuda de ni un solo alemán, ha recordado también el nuevo presidente socialista francés. Y no, no hizo falta. Lo peor pudo ser, quizá, la facilidad con la que vecinos, compañeros de trabajo, residentes del mismo barrio, comerciantes, se apoderaron de los bienes de los judíos secuestrados y llevados al exterminio.

Pero lo cierto es que, sobre todo, fue un ejemplo de villanía del que De Gaulle primero, y Miterrand más tarde, quisieron eludir la responsabilidad del país, negándole para ello al siniestro gobierno colaboracionista de Pétain la legitimidad de representar a Francia cuando De Gaulle ya había constituido en Londres el primer gabinete de la Francia libre y había llamado a los franceses a la Resistencia.

No se trata de juzgar el papel de los políticos – suele dar resultados irrelevantes -, se trata de asumir la verdadera responsabilidad del papel representado por la ciudadanía que, aun bajo el terror de la ocupación, fue incapaz de concebir un mínimo gesto de sensibilidad y de solidaridad y asistió, pasiva cuando no complaciente, a la redada, al internamiento y a la deportación de sus compatriotas y de otros muchos judíos que habían venido de territorios asimilados por Alemania, antes de la ocupación.

El silencio y la condescendencia pueden ser devastadores. La pasividad de la historia, la falsificación del recuerdo para evitar la incomodidad y la ocultación de la verdad con sortilegios de política oportunista  e intereses fundados en un patriotismo rancio y quién sabe si racial, no tienen carta de naturaleza eterna.

Del mismo modo que la vida se abre paso, la historia legítima – por muy dolorosa que sea para algunos y simplemente cierta para otros – ocupa su lugar, antes o después, en la conciencia colectiva.

Se impone, pues, interpretar que el discurso de Hollande se traducirá en una reacción de humildad colectiva que, por tratarse de Francia tan reacia al reconocimiento del error o de la culpa del pasado, será ya un hecho de dimensiones históricas. Pues bienvenido sean el homenaje, el discurso y, por supuesto, el presidente.

Rafael García Rico